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La belleza y las protestas

Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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La belleza y profundidad es porque vemos a los ciudadanos, a los jóvenes, a familias completas que botan por fin su indiferencia y su no estar “ni ahí”, que se indignan y se comprometen con su historia. Se ponen en marcha por sí mismos, personalmente, voluntariamente. A la mayoría no los movilizan desde arriba, sino participan desde abajo.


¿Te has dado cuenta que las cosas, fenómenos y experiencias más bellas y profundas que conocemos y vivimos, son las que nos resultan más difícil explicar? Ello nos sucede  en el  ámbito del espíritu, de las artes en sus más diversas expresiones plásticas, musicales, literarias y otras;  o en los planos de las relaciones humanas y del amor, de la religión, de la sicología,  la política y la sociedad. Pienso, además, que para que atribuyamos belleza y profundidad a  lo que vemos, oímos, tocamos o experimentamos, debe  haber siempre un toque de enigma e imperfección, de incompleto y de misterioso, y eso es lo que nos atrae, nos convoca, envuelve y atrapa.

Es nuestro espíritu, nuestra mente, nuestro oído, nuestros ojos o nuestro cuerpo los que participan y lo completan. Inconscientemente lo perfeccionamos y lo hacemos completamente bello y profundo. Es entonces nuestra co-creación y participación lo que termina de construir la belleza y la profundidad de las cosas y experiencias, y por añadidura las hacen totalmente nuestras.

[cita] La belleza y profundidad es porque vemos a los ciudadanos, a los jóvenes, a familias completas que botan por fin su indiferencia y su no estar “ni ahí”, que se indignan y se comprometen con su historia. Se ponen en marcha por sí mismos, personalmente, voluntariamente. A la mayoría no los movilizan desde arriba, sino participan desde abajo.[/cita]

“La mejor parte de la belleza es la que un retrato no puede expresar”, decía Bacon. Esa belleza no solo está en el arte. Está en el enamoramiento, el amor y la amistad; en una experiencia mística o espiritual que nos conecta por un instante con la trascendencia y el infinito; en un simple gesto generoso o de bondad gratuita; en el Zen, el Tao, la Trinidad de Dios; en la melodía y el ritmo misterioso de una música que nos eleva y transporta, o en una pintura o escultura que nos atrapan y envuelven; en un movimiento de ideales o en una lucha moral.  Nuestra razón y nuestra palabra  no nos alcanzan para trasmitir y explicar en toda su magnitud la belleza y profundidad que pudimos experimentar o ver porque, además, en la belleza y la profundidad vemos el enigma e imperfección aparente que inconscientemente resolvemos nosotros, cada uno.

Durante los últimos meses, sociólogos, politólogos, periodistas y analistas se han empeñando en descifrar las verdaderas causas de la sucesión de protestas ciudadanas en Chile. Todo muestra que exceden el motivo de cada convocatoria. Para mí, las matrices del movimiento ciudadano que vemos hoy son las demandas de igualdad, de dignidad, y la protesta contra los poderosos en sus más diversas expresiones de poder económico y político, de poder religioso y social. Los ciudadanos ya estaban muy cansados de la desigualdad, de la injusticia, del abuso y el atropello de los poderosos.

Lo que sucedió durante los últimos meses es que una suma de acontecimientos atravesaron la sociedad completa en muy diversos ámbitos, que catalizaron en los ciudadanos chilenos ese malestar profundo que se venía incubando por muchos años y que no se había expresado con claridad. Ahora fueron los abusos al interior de la Iglesia, el abuso contra los deudores de La Polar, las alzas del transporte y el pan, los aranceles universitarios chilenos más altos del mundo con una mala educación, el lucro encubierto y contra ley en algunas universidades privadas, etc. Todos esos casos manifestaron y recordaron de manera patente el abuso y atropello de los poderosos, la desigualdad y la injusticia. Diversas gotas que rebalsaron el vaso. ¡¡Ya basta!! dijeron los ciudadanos. Y salieron y siguen saliendo a la calle. Con todo lo imperfecto que es, con sus detestables y repudiables hechos de violencia, no podemos dejar de ver en el movimiento ciudadano que se ha gestado mucho de belleza y profundidad que nos cuesta explicar. La belleza y profundidad es porque vemos a los ciudadanos, a los jóvenes, a familias completas que botan por fin su indiferencia y su no estar “ni ahí”, que se indignan y se comprometen con su historia. Se ponen en marcha por sí mismos, personalmente, voluntariamente. A la mayoría no los movilizan desde arriba, sino participan desde abajo. Es su cólera contra la injusticia, su reclamo por la ética, su participación creativa, lo que los dignifica y los hace sentirse orgullosos. Es una paradoja, sí, ¡la indignación los dignifica! Esa es su belleza  y su profundidad. Y podemos llenarnos de esperanza, porque toda gran esperanza se viste de belleza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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