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El fin de la Concertación y la valentía en el lenguaje

Felipe Ossandón
Por : Felipe Ossandón Columnista de El Quinto Poder.cl
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No deja de ser paradójica la discusión suscitada a partir del documento con que el Partido Por la Democracia, en voz de su Presidenta Carolina Tohá, planteaba la necesidad de avanzar en la superación de la Concertación de Partidos por la Democracia y generar una nueva Convergencia Opositora.

Y la paradoja, cruel por cierto, surge cuando al lado de la necesaria reflexión política sobre el futuro que tienen los partidos y especialmente las posturas políticas que confluyeron en la Concertación, se desarrolla una discusión semántica respecto a la existencia o no de la misma coalición.

Lo paradójico de dicho debate reside en que se centra la pugna en un tema de lenguaje, como si las palabras tuviesen la capacidad de ocultar la realidad, como si el poder creador del verbo se extendiese también a la capacidad de enmascarar lo evidente, lo tangible, lo palpable. Y creo, asimismo, que es una paradoja cruel, porque se expresa en un sector político que tuvo sus mayores éxitos cuando ocupó con valentía y claridad el lenguaje; cuando se atrevió a señalar la discriminación entre hijos nacidos fuera y dentro del matrimonio, cuando se atrevió a denunciar y modificar la hipocresía de las nulidades matrimoniales o cuando llamó violaciones a los derechos humanos los hechos que antes eran presentados como excesos individuales.

Lo peor que podría pasar con la discusión que se ha generado es que nos quedásemos entrampados en buscar una forma semántica “correcta” para evitar decir con claridad lo que para todos los chilenos y chilenas es evidente: que la Concertación de Partidos por la Democracia se acabó y ya no existe más. Cumplió una tarea en un período histórico concreto y generó enormes y positivas transformaciones en Chile, así como también vio crecer algunas deudas históricas y dio a luz otras nuevas.

Creo que asumir el fin de la Concertación es necesario y es urgente. Es el momento de cerrar con dignidad un ciclo político que lo merece, es el momento de realizar un adecuado balance de lo realizado y es el momento de pensar sin prejuicios ni ataduras cuales son los pasos para construir las alianzas políticas que el país necesita.

Quienes participamos de la Concertación, cuando esta existía, podemos sentirnos orgullosos de sus obras. En nuestros gobiernos se eliminaron prácticamente todas las discriminaciones legales que afectaban a las mujeres, salvo la dura y persistente sociedad conyugal, y se ampliaron mediante políticas activas los espacios para que las ciudadanas del país pudiesen incorporarse a la vida laboral, educacional y hasta militar. Eliminamos la odiosa discriminación entre hijos nacidos fuera y dentro del matrimonio y despenalizamos la sodomía.

Generamos instituciones y políticas sociales que permitieron reducir de manera nunca antes vista la pobreza y la indigencia; reinstalamos a Chile en el mundo y en nuestra América Latina y avanzamos en la recuperación de la infraestructura pública y de los servicios del Estado. Generamos una nueva justicia penal, laboral y familiar, en directo beneficio de los trabajadores y trabajadoras y de sus familias. Todo eso es cierto y nos debe llenar de orgullo, pero ya pasó.

Asimismo, nos debilitamos con la corrupción, el clientelismo y la burocratización que fueron corroyendo nuestras instituciones, nuestros colectivos, nuestras confianzas y nuestros afectos. Fuimos postergando las demandas de un conjunto de actores sociales que terminamos por no escuchar. Terminamos confiando más en los sumos sacerdotes de Boston y Valle Nevado que en lo que nuestras propias ideas, nuestros propios anhelos y nuestros propios instintos nos decían en ámbitos centrales como la salud, la educación o el mundo del trabajo. No fuimos capaces de romper la idea de que era lícito hacer negocios con la provisión de bienes públicos y con platas fiscales y eso hoy nos rebota en la cara. Todo eso también es cierto, pero también es parte de nuestro pasado.

El mejor homenaje que podemos hacer la Concertación, a sus logros y a quienes entregamos gran parte de nuestro esfuerzo y trabajo por su desarrollo es dejarla culminar su ciclo en paz, y no transformarla en una máscara, una caricatura que esconda las profundas incertidumbres que nos depara el futuro. La valentía nuestra debe partir por nuestro lenguaje, que esa será la única forma de volver a intercambiar ideas y construir propuestas.

¿Hay espacio en Chile para un entendimiento duradero entre el centro y la izquierda? Creo que sí lo hay; y lo creo indispensable, pero en base a la generación de acuerdos sobre los problemas que hoy nos aquejan y escuchando a una sociedad que hoy nos exige estar a la altura de lo que está sucediendo. Este camino de construcción de lo nuevo está plagado de incertidumbres y repleto de dificultades, pero es el único posible, honesto y valiente.

El otro, el de aferrarse al nombre y al recuerdo de una Concertación fenecida y esperar el segundo advenimiento con la fe del carbonero, es a mi juicio un camino de cobardes. Y yo nunca he considerado que los miles de mujeres y hombres que ayudamos a construir el movimiento social y político que logramos articular en estas décadas seamos unos cobardes.

Hay un mundo luminoso afuera de la coraza de nuestros temores. Sólo debemos atrevernos a ir en su búsqueda.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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