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Derecho, conflictos y juegos

Críspulo Marmolejo
Por : Críspulo Marmolejo Profesor de Derecho Económico, Escuela de Derecho Universidad de Valparaíso.
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Como dice Amartya Sen, puede ser que ciertos jugadores actúen en forma voluntariamente irracional frente a la sensación de fracaso o pérdida de un negocio determinado. Hay interesantes figuras para explicar estos eventos, tales como los famosos “Dilema del prisionero”, “batalla de los sexos” o “policías y ladrones”, ejemplos que suponen atractivos e ingeniosos modos de aproximarse a la compleja realidad de la contraposición de intereses.


Los temas regulatorios, y en general los ámbitos legales referidos al comportamiento de ciertos mercados se han visto nutridos, especialmente durante los últimos años, de contribuciones efectuadas por la llamada Economía Conductual (Behavioral Economics).

Estas aportaciones provienen del alto grado de interdisciplinariedad que el Derecho y la Economía han  ido construyendo entre sí,  como también de su creciente comunicabilidad con otras ciencias, tales como la Psicología, la Sociología y los descubrimientos de la Neurociencia. A partir de ello, no es infrecuente el debate acerca del grado de racionalidad de los agentes económicos, la ocurrencia de colusiones entre empresas, o bien el origen y desarrollo de conflictos.

[cita]Como dice Amartya Sen, puede ser que ciertos jugadores actúen en forma voluntariamente irracional frente a la sensación de fracaso o pérdida de un negocio determinado. Hay interesantes figuras para explicar estos eventos, tales como los famosos “Dilema del prisionero”, “batalla de los sexos” o “policías y ladrones”, ejemplos que suponen atractivos e ingeniosos modos de aproximarse a la compleja realidad de la contraposición de intereses.[/cita]

En ese ámbito de análisis, la llamada Teoría de Juegos puede tener un papel importante en la explicación y comprensión de ciertos fenómenos no solo económicos, sino también sociales y culturales.

Desde los trabajos iniciales de John Von Neumann y Oskar Morgenstern, hasta la célebre contribución de Nash, pasando por Schelling, Aumann, Kahneman, entre otros, el auge de estas ideas, desde hace más de cinco décadas, y su aplicación a temas que van desde la decisión bélica hasta las relaciones conyugales, se funda en la aplicación de herramientas microeconómicas a decisiones estratégicas. Es decir, un juego – entendido como una disputa en que un número de individuos (llamados jugadores) tratan de maximizar su utilidad, observándose recíprocamente en sus conductas, conforme a unas reglas preestablecidas-  se asemeja mucho a una negociación, a la competencia entre empresas o a un conflicto social.

Este enfoque, unido al rol de los modelos predictivos (esto es, proyectar qué conducta efectuará el otro jugador) pueden ser herramientas de singular utilidad para obtener soluciones más eficientes y expeditas, sobre todo en épocas de crisis. Si bien es cierto que resulta arduo para el legislador, el político, el mediador, o bien los mismos jugadores, reducir todas las variables  a un modelo específico, asegurando a partir de ello las consecuencias de eventos de alta complejidad social,  quizás valga la pena pensar que todos los actores en una negociación contractual, por ejemplo, maximizan sus intereses, extreman sus pretensiones, y operan  con simetrías de información.

Asimismo, y como dice Amartya Sen, puede ser que ciertos jugadores actúen en forma voluntariamente irracional frente a la sensación de fracaso o pérdida de un negocio determinado. Hay interesantes figuras para explicar estos eventos, tales como los famosos “Dilema del prisionero”, “batalla de los sexos” o “policías y ladrones”, ejemplos que suponen atractivos e ingeniosos modos de aproximarse a la compleja realidad de la contraposición de intereses. Ciertamente, resulta Imposible reducir en pocas líneas la importancia de esta interesante contribución analítica de actores y movidas estratégicas.  Pero, sin duda, es estimulante acercarse a la vida diaria a través de la lógica del juego  y sus insospechadas aplicaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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