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La socialdemocracia, las elites y el nuevo escenario político

Daniel Grimaldi
Por : Daniel Grimaldi Director Ejecutivo Fundación CHILE 21, profesor Facultad de gobierno Universidad de Chile.
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La otra cara de la crisis de la deuda en la que hoy se ve sumida Europa puede entenderse, no por un aumento excesivo en los gastos del Estado en prestaciones sociales como argumentan los conservadores, sino por una disminución de los ingresos de éste. Ello, gracias a las exenciones tributarias al gran capital, nuevas funciones del Estado frente a nuevas demandas sociales y por el encarecimiento del crédito en la banca privada.


¿Pueden las ideas de la socialdemocracia representar una alternativa ante la crisis del modelo neoliberal?  Hoy, en medio de la crisis económica mundial se observa que las ideas keynesianas de mayor inversión y gasto público así como de regulación de los mercados y el establecimiento de un Estado de bienestar, están de regreso con fuerza. Sin embargo, ¿Pueden los socialdemócratas ganar la confianza de los críticos del neoliberalismo para representar estas ideas? Y la respuesta parece ser menos clara dada la crisis de credibilidad que pesa sobre los partidos de la órbita del socialismo democrático.

Sin duda, a partir de la segunda mitad del siglo XX la socialdemocracia europea ha contribuido a instalar estándares de bienestar social y libertades individuales que son una referencia en todo occidente. A tal punto, como señalan Bergounioux y Manin, el modelo socialdemócrata de acceso universal a la protección social especialmente en la salud, la educación y pensiones, puede ser considerado como un régimen político. Sin embargo, los partidos que encarnaron las ideas de la socialdemocracia (socialistas, socialdemócratas y laboristas) desde los años ochenta han sufrido grandes mutaciones para constituir alternativas “viables” dentro del ciclo neoliberal, desdibujando así las bases de su proyecto político original.

[cita]Las ideas clásicas socialdemócratas no están en crisis, son los partidos socialdemócratas los que no aseguran poder representar fielmente estas ideas. Para recuperar la credibilidad deben realizar reformas mayores a sus programas de gobierno y renovar las élites partidarias, dando paso a aquellos que no están imbricados con las redes de los grupos de interés conservadores.[/cita]

En los años noventa, la “tercera vía” de Anthony Giddens y Tony Blair dio sustento ideológico y técnico a las reformas neoliberales que los socialdemócratas europeos venían practicando hace bastante tiempo. La nueva doctrina política emanada del laborismo británico se impuso como la modernización más importante de las ideas socialdemócratas, logrando la adhesión directa e indirecta de influyentes líderes mundiales como Bill Clinton, Schroeder, Zapatero, Lula Da Silva y Ricardo Lagos, sólo por mencionar algunos. Las “cumbres de líderes progresistas” fueron un lugar privilegiado para la circulación de estas ideas y un espacio de identidad de los líderes socialdemócratas en el seno de la Internacional Socialista.

En pleno apogeo de estas ideas hacia el final de los años noventa, once de los quince países que conformaban la Unión Europea tenían a la cabeza gobiernos socialdemócratas. A pesar de los avances en materia de libertades individuales, no fueron capaces de establecer salvaguardas para controlar el sistema financiero internacional ni dar un giro en el curso neoliberal que tomaba Europa. Por el contrario, han profundizado esta orientación y hoy vemos las consecuencias de aquello. La otra cara de la crisis de la deuda en la que hoy se ve sumida Europa puede entenderse, no por un aumento excesivo en los gastos del Estado en prestaciones sociales como argumentan los conservadores, sino por una disminución de los ingresos de éste. Ello, gracias a las exenciones tributarias al gran capital, nuevas funciones del Estado frente a nuevas demandas sociales y por el encarecimiento del crédito en la banca privada. Pero la crisis del Estado de bienestar como señala Pierre Rosanvallon, no es sólo de tipo financiero, es fuertemente de orden cultural y sociológico afectando su legitimidad. Tal fenómeno igualmente afecta a los partidos que lo sostienen.

Las transformaciones ideológicas del socialismo democrático han tenido un impacto al interior de los partidos, lo que explica en parte una crisis de la identidad partidaria y una tendencia a la fragmentación. La matriz cultural clásica de la socialdemocracia ligada a los sectores obreros y asalariados de las capas medias ha sido prácticamente desintegrada. Hoy estos partidos carecen de líderes y cuadros de origen popular y sobresalen aquellos provenientes de la alta gestión pública, profesiones liberales y también de sectores de nuevos “emprendedores”. Ciertamente las bases de los partidos de izquierda han cambiado y ninguno puede sobrevivir electoralmente (tampoco la derecha) sin apelar a una composición “multiclasista” de sus bases, pero el discurso obrerista ha prácticamente desaparecido entre los socialdemócratas. La dificultad de actuar en conjunto con los sindicatos es una muestra de aquello.

Cada partido tiene su propia realidad y contexto en los cuales unos intentan recuperar la credibilidad perdida y otros aún están viviendo su peor pesadilla. El laborismo británico vive un período de ajuste tras haber declarado dejar atrás con Eduard Miliband el “new labour” de Blair; el SPD alemán revisa, pero no reniega, la política neoliberal de Schroeder para hacer frente a la crisis y cosecharán seguramente las bajas de Merkel; el PS francés está en plena campaña tratando de que François Hollande logre recuperar la confianza del votante de izquierda, proponiendo impuestos del 75% a los ingresos del 0,01% más rico (más de 82 mil euros al año). Por otro lado, los socialistas más desdichados del PASOK  en la Grecia del malogrado Papandreu o los españoles del PSOE con un vilipendiado Zapatero, tienen frente a ellos un panorama bastante más desolador.

Los socialistas españoles se han metido ellos mismos en la trampa, creyendo a pies juntillas en los dogmas que dicta Merkel desde Alemania. La “regla de oro” del equilibrio presupuestario fue impulsada como reforma constitucional casi bajo cuerdas el año pasado mientras Rodríguez Zapatero era Presidente del Gobierno. Un ataque frontal a las políticas keynesianas y el abandono, tal vez forzado, de una vocación socialdemócrata clásica. En vez de propender a un modelo alternativo “socialista”, Zapatero defendió las medidas de austeridad y las aplicó con las consecuencias ya vistas: aumento del desempleo, desahucios inmobiliarios,  movilizaciones de indignados y la consecuente pérdida del gobierno. Este partido hoy paga la cuenta de las políticas liberales iniciadas ya en los tiempos de Felipe González y el contexto de la crisis económica actual deja a al socialismo español en la peor debacle electoral de su historia con la pérdida de 4,3 millones de votantes respecto al 2008.

La “nueva vía” del PSOE de Zapatero se caracterizó por una fuerte concentración del poder partidario el que ejerció casi sin oposición, blindándose con servidores fieles pero sin poder político propio. Tal fórmula puede servir para mantenerse en el poder, pero muy poco para renovar y dar curso a la emergencia de nuevas ideas o a la recuperación de “viejas” buenas ideas, sobre todo cuando se entra en crisis. Dramático es ver que las dos opciones destinadas a superar la peor crisis electoral de la historia del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, provenían de las filas del fracasado gobierno socialista, sin representar corrientes opositoras estructuradas ni ideológica ni programáticamente. Sin embargo la solución está allí, en la calle, esa calle que el nuevo Secretario General del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba quiere recuperar. El problema es que el partido no está acostumbrado, no habla el lenguaje de los trabajadores y los jóvenes desempleados, la cultura “partidocéntrica” está tan arraigada en los dirigentes que difícilmente se pueden plantar en una plaza pública sin ser despiadadamente abucheados. El PSOE ya vivió un remezón electoral, ahora debe sufrir el cultural.

Las ideas clásicas socialdemócratas no están en crisis, son los partidos socialdemócratas los que no aseguran poder representar fielmente estas ideas. Para recuperar la credibilidad deben realizar reformas mayores a sus programas de gobierno y renovar las élites partidarias, dando paso a aquellos que no están imbricados con las redes de los grupos de interés conservadores. Por otra parte, deben asumir que no es posible recuperar la confianza de los ciudadanos por sí mismos. Es necesario un acercamiento con las pequeñas fuerzas de izquierda y sobre todo los movimientos sociales, que hoy gozan de mayor adhesión y credibilidad que las instituciones partidarias. Estos últimos, pueden aportar nuevas ideas, democracia y control a las estructuras de los partidos.

Lo que sucede con la socialdemocracia europea debe servir como reflexión para los partidos del la órbita del socialismo democrático en Chile para no seguir o insistir en el mismo camino, y en segundo lugar, para crear vías propias y superar esta crisis que no les es ajena. Sin duda no es necesario hacer esta gran reflexión crítica para ganar una elección y recuperar el poder, pero si lo es para ganar una legitimidad moral que permita al socialismo democrático volver a la escena histórica representando los grandes proyectos del progreso social ¿Estará este anhelo en las mentes de sus dirigentes?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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