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Piñera, la educación y la ideología

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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La izquierda parece reclamar la instauración de un principio de garantías universales igualitarias en el goce de los distintos bienes públicos. Teóricamente hablando, sería más importante preservar un patrón de equidad (en nombre de la justicia, la cohesión social o la solidaridad) que permitir la libertad de unos pocos para acceder a mejores prestaciones en base a su mayor capacidad de pago.


En una reciente entrevista concedida a un medio mexicano, el Presidente Piñera señaló que profundas “diferencias ideológicas” separaban a su gobierno de los líderes del movimiento estudiantil chileno. Se trata de una afirmación mucho más honesta que aquella que pronunció en la ONU, cuando calificó la causa de los marchantes como “noble, grande y hermosa”.

El Presidente se equivoca, sin embargo, al radicar la brecha en la supuesta militancia comunista de universitarios y secundarios a la cabeza de la movilización. Cierto es que algunos de sus rostros más visibles pertenecen al PC, pero La Moneda estaría equivocando el blanco si estima que la fortaleza de su adversario proviene de la tienda de Tellier, Gajardo y compañía. La potencia de las demandas estudiantiles obedece a una combinación de elementos: comienza con un problema práctico de financiamiento para la clase media, continúa con la propia ineptitud política del Ejecutivo, y finaliza con los factores propiamente ideológicos que superan con creces las fronteras del comunismo criollo.

El Presidente Piñera lo simplifica sosteniendo que el oficialismo cree en la “sociedad docente” mientras su adversario sólo en el “Estado docente”. A mi entender lo que ha hecho el movimiento estudiantil es agudizar la contradicción en un campo donde hasta hace poco encontrábamos total hegemonía: la dinámica del Estado subsidiario.

[cita]El Presidente Piñera lo simplifica sosteniendo que el oficialismo cree en la “sociedad docente” mientras su adversario sólo en el “Estado docente”. A mi entender lo que ha hecho el movimiento estudiantil es agudizar la contradicción en un campo donde hasta hace poco encontrábamos total hegemonía: la dinámica del Estado subsidiario.[/cita]

En efecto, el legado político de Jaime Guzmán puede resumirse parcialmente en la idea de que el gobierno no debe inmiscuirse en los asuntos de grupos intermedios capaces de cumplir sus propios fines específicos. La aplicación práctica de este principio refundacional se traduce en la focalización del gasto social en aquellos que más lo necesitan. Porque, como declarara Joaquín Lavín en sus tiempos de candidato, “los ricos se cuidan solos”. La Concertación continuó en buena medida desplegando esta filosofía, incrementando los mínimos sociales y extendiendo la cobertura a las capas medias de la población. Aun así, los más aventajados de la sociedad se dispararon con colores propios, acentuándose la percepción de desigualdad y la realidad de segregación. Por lo mismo resulta casi natural que ninguna de las pretendidas reformas en educación toque a los colegios particular-pagados.

En contraste, la izquierda parece reclamar la instauración de un principio de garantías universales igualitarias en el goce de los distintos bienes públicos. Teóricamente hablando, sería más importante preservar un patrón de equidad (en nombre de la justicia, la cohesión social o la solidaridad) que permitir la libertad de unos pocos para acceder a mejores prestaciones en base a su mayor capacidad de pago. Es, sin ir más lejos, un debate que se da actualmente en torno al sistema de salud británico: unos argumentan a favor de la libertad de poner unos pocos pesos más sobre la mesa para obtener ciertas mejoras en el servicio, mientras otros rechazan esa posibilidad justamente porque violenta el espíritu igualitario que informa al sistema.

La libertad, como notaba Robert Nozick, altera todos los patrones. La derecha en el poder defiende el principio subsidiario que pone al Estado a cargo de los más pobres –y eventualmente de las clases medias- mientras garantiza la libertad de los sectores más acomodados para generar desigualdad y segregación. Acusan a la tesis igualitarista de amenazar libertades básicas y de disminuir la utilidad social nivelando siempre hacia abajo. La izquierda en tanto parece más preocupada de asegurar a todos los chilenos un mismo set de derechos explícitos reduciendo el espacio de la desigualdad por considerarla dañina en sí misma –es la razón por la cual aspiran a la gratuidad para todos los estratos socioeconómicos y no se conforman con ningún tipo de cobertura parcial a titulo de beca o crédito.

Es altamente probable que esta conversación tenga una serie de bemoles entre ambas posiciones puras. Si nuestra joven generación insiste en desechar la lógica del plebiscito de 1988 a la hora de ordenar políticamente a Chile, es sano y necesario entonces que verbalice las ideas que estructurarán el espectro ideológico del mañana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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