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Cultura de diálogo: ¿será demasiado pedir?

Ximena Abogabir
Por : Ximena Abogabir Integrante del Directorio, Fundación Casa de la Paz y Miembro del Panel de Acceso a la Información del Banco Interamericano de Desarrollo - BID
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En Chile necesitamos abordar la causa estructural que genera “el mar de fondo” de irritación: la profunda inequidad de nuestra sociedad (económica, regional, etárea, étnica, de género, etc.). De ahí que las comunidades han entendido que para minimizar las “externalidades” de una operación —aunque representen un beneficio para la comunidad nacional— su única vía de negociación es la toma del camino, como lo han hecho los habitantes de Calama, Pelequén, Freirina, para nombrar sólo algunas localidades.


Confieso mi frustración al asistir una y otra vez a diálogos de sordos. Un actor explica por qué todo está bien, sólo que falta comunicarlo (y/o educar a la comunidad para que pueda apreciarlo). La otra parte afirma (más bien grita) que todo está mal, y que no acepta que terceros se enriquezcan a costa de su calidad de vida.

Lo que nadie se anima a decir es que, en la mayoría de las veces, ambos tienen parte de razón y que la diferencia está en si se mira el vaso medio lleno o el vaso medio vacío.

Claramente nos falta aprender a dialogar, definido como el arte de pensar juntos, en que el pensamiento divergente, lejos de ser un estorbo, constituye la gran oportunidad para incorporar las distintas implicancias de cada opción y tener una mejor comprensión de las raíces profundas de lo que ocurre. Asumir el cambio profundo que experimenta la sociedad global, nos obligará a reconocer que mejorar las estrategias comunicacionales ya no es suficiente.

[cita]En Chile necesitamos abordar la causa estructural que genera “el mar de fondo” de irritación: la profunda inequidad de nuestra sociedad (económica, regional, etárea, étnica, de género, etc.). De ahí que las comunidades han entendido que para minimizar las “externalidades” de una operación —aunque representen un beneficio para la comunidad nacional— su única vía de negociación es la toma del camino, como lo han hecho los habitantes de Calama, Pelequén, Freirina, para nombrar sólo algunas localidades.[/cita]

En Chile necesitamos abordar la causa estructural que genera “el mar de fondo” de irritación: la profunda inequidad de nuestra sociedad (económica, regional, etárea, étnica, de género, etc.). De ahí que las comunidades han entendido que para minimizar las “externalidades” de una operación —aunque representen un beneficio para la comunidad nacional— su única vía de negociación es la toma del camino, como lo han hecho los habitantes de Calama, Pelequén, Freirina, para nombrar sólo algunas localidades.

Quienes ejercen el poder tienden a simplificar la situación atribuyéndola a alguna conspiración. Los grupos anarquistas deben sentirse orgulloso de tanto poder que le otorgan el gobierno y los empresarios.

Mientras antes abandonen este prejuicio, más temprano podrán asumir que hoy la paz social sólo se construye generando beneficios equilibrados para todos los involucrados: los impulsores de la operación, las comunidades afectadas, las autoridades locales. Y que no se trata de repartir más o menos dádivas, sino de impulsar a nivel local un proceso de desarrollo de largo plazo, definido por los mismos involucrados, bajo un modelo de trabajo horizontal, de acuerdo a sus particulares aspiraciones.

Para llegar a definir ese “norte” compartido entre actores intersectoriales, el diálogo es indispensable para canalizar la energía proveniente de las diferencias, hacia la creación de una nueva interpretación de la realidad que posibilite la coordinación de acciones. Acciones derivadas a metas.

Pero ello no resulta por decisión de un actor, por muy poderoso que éste sea, sino es el resultado de un proceso previo de construcción de confianza, que permita visibilizar con serenidad los espacios de convergencia de los intereses y aspiraciones de los diferentes actores.

De esta forma podrán emerger las nuevas posibilidades, así como la disposición a aprender unos de los otros. Para ello es indispensable hacer un esfuerzo consciente por escuchar no sólo a quien está al frente sino —y más importante— a los propios prejuicios, certezas y patrones de pensamiento.

En tiempos de cambio, estos últimos generalmente nos hacen una mala jugada, pues tendemos a buscar evidencia que confirme que tenemos razón… descartando lo que nos parece amenazante o incomprensible.

En Casa de la Paz escuchamos a comunidades frustradas por la inoperancia de los canales formales de participación, así como su humillación, ira e impotencia ante la insensibilidad de quienes tienen el poder político y económico. Reclaman empatía. ¿Será demasiado pedir?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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