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La vergüenza de un hombre poderoso Opinión

La vergüenza de un hombre poderoso

Patricia Politzer
Por : Patricia Politzer Periodista y ex Convencional Constituyente.
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Después de 22 años del retorno a la democracia, Informe Rettig y Comisión Valech mediante, habiéndose probado judicialmente que muchos detenidos-desaparecidos fueron lanzados al mar, ¿es posible no arrepentirse frente a la propia indiferencia, pasividad o cobardía?


Qué vergonzoso lo que dijo el general Fernando Matthei. Así, sin más, reconoció que sabía que durante la dictadura se violaban los derechos humanos, pero que él —¡Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea!— no pudo hacer nada. Sostuvo categóricamente que no se arrepentía de nada, que lo ha pensado muchas veces y que para él su institución estaba por encima de todo.

Sus declaraciones al canal de noticias CNN surgieron a raíz del procesamiento de dos de sus compañeros de armas, Ramón Cáceres y Edgar Ceballos, quienes torturaron al general Alberto Bachelet —padre de la ex Presidenta Michelle Bachelet— hasta provocarle la muerte.

El general Matthei contó que cuando preguntaban (se refería tanto a él como al almirante José Toribio Merino) sobre las violaciones a los derechos humanos se les mentía. “¿Qué alternativa tenía uno?”, se preguntó en la entrevista.

Después de 22 años del retorno a la democracia, Informe Rettig y Comisión Valech mediante, habiéndose probado judicialmente que muchos detenidos-desaparecidos fueron lanzados al mar, ¿es posible no arrepentirse frente a la propia indiferencia, pasividad o cobardía?

[cita]Ojalá el general, junto a la pena y la vergüenza, hubiese mostrado arrepentimiento. Eso le habría dado más sentido al perdón que él mismo pidió hace unos años a nombre de la Fuerza Aérea. Y también le hubiera impedido preguntarse tan campante qué más podía hacer, si cuando preguntaba le mentían.[/cita]

Sospecho que el general Matthei no conoce el Museo de la Memoria. Cualquier persona que lo recorre sin prejuicios, que siente cómo esa realidad se va infiltrando en su piel, cómo se le cierra la garganta y se le humedecen los ojos, no puede mantenerse frío e impávido y sostener que, sabiendo lo que ocurría, no supo qué hacer.

Allí precisamente radica el rol pedagógico del Museo de la Memoria. Se trata de remecernos para que cualquiera de nosotros esté sensibilizado y plenamente consciente de que jamás se deben permitir aberraciones como los que se recuerdan en este tipo de museos. Es probable que si el general Matthei hubiera aprendido previamente esta lección no hubiese podido mirar hacia otro lado.

Es tal la monstruosidad cuando se violan los derechos humanos que cualquier contexto se vuelve impúdicamente exculpatorio. Ninguna circunstancia, por dura que sea, justifica tales brutalidades ni atenúa la indiferencia cómplice.

Por eso, los museos que se ocupan de las violaciones a los derechos humanos se niegan a relativizar el horror. Sólo se remiten al pasado para entender cómo se fue gestando el horror, cómo los victimarios prepararon el terreno y se organizaron para llevar adelante la barbarie, y cómo las víctimas se vieron atrapadas y en el más absoluto desamparo. Así lo constató El Mercurio, que el pasado 8 de julio —en plena polémica sobre el rol del contexto en estas instituciones— publicó un recorrido por diez museos dedicados a la Memoria.

Entre los consignados por el suplemento Artes y Letras figuran el Memorial del Genocidio de Ruanda, el Museo de la Stasi en Alemania, el Museo del Apartheid en Sudáfrica, y sólo el Memorial de la Paz de Hiroshima exhibe una circunstancia previa que podría calificarse como una explicación. La línea curatorial del museo es explícitamente crítica al militarismo que se instaló en Japón a partir de 1930, que significó una década de guerra con China y, posteriormente, su participación en la Segunda Guerra Mundial que terminó en la tragedia de Hiroshima y Nagasaki. Como se aclara en el reportaje, “no se trata de una justificación, sino más bien de una advertencia contra los peligros del militarismo”.

Ese escrutinio por distintos continentes —realizado por el mismo diario cuya sección cartas acogió el virulento debate en relación con nuestro Museo de la Memoria— dejó en evidencia que una cosa son las violaciones a los derechos humanos, sin atenuantes posibles, y otra el debate político que cada sociedad haga en torno a su historia.

A la luz de las declaraciones del ex Comandante en Jefe de la FACh, aún falta mucha pedagogía para sensibilizar a los chilenos frente a los crímenes que hoy apenan y avergüenzan al general Matthei. La tarea se irá cumpliendo en la medida en que toda persona —cualquiera sea la circunstancia, su cargo e incluso su miedo— se sienta siempre comprometido a actuar para evitar que se violen o sigan violando los derechos humanos. Así lo hicieron inmediatamente después del golpe militar aquellos abogados defensores que alegaron en los Consejos de Guerra, los trabajadores del Comité Pro Paz y luego de la Vicaría de la Solidaridad y otras instituciones como la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas, FASIC, o la Fundación de Protección a la Infancia dañada por los Estados de Emergencia, PIDEE, que siempre supieron que había algo que hacer en esa situación.

Ojalá el general, junto a la pena y la vergüenza, hubiese mostrado arrepentimiento. Eso le habría dado más sentido al perdón que él mismo pidió hace unos años a nombre de la Fuerza Aérea. Y también le hubiera impedido preguntarse tan campante qué más podía hacer, si cuando preguntaba le mentían.

Un dato alentador: en estas vacaciones de invierno las visitas al Museo de la Memoria aumentaron en más de un 50 por ciento en relación con las vacaciones de julio pasado. Durante las últimas dos semanas, 9.867 personas —entre ellos muchos jóvenes y niños con sus padres— recorrieron ese edificio transparente que recuerda a miles de víctimas cuyos sufrimientos deben instalarse en nuestra memoria de manera activa, para que jamás nos quedemos de manos cruzadas frente a actos inhumanos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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