Los mejores referentes de los frutos de nuestro sistema educativo son muchas de nuestras autoridades: competitivas, carentes de nuevas ideas, individualistas (ver algunos tópicos sobre las ya lanzadas carreras presidenciales) y reivindicadores del “ojo por ojo, diente por diente”.
El sistema educativo chileno ostenta un modelo de aprendizaje basado en las necesidades sociales. Tal y como en sus orígenes europeos, la escuela es concebida como un espacio de formación a la ciudadanía, donde la institución educativa se ocupa de enseñar el rol que se debe cumplir en la vida en sociedad. Para ello, la creatividad del niño y su apetito voraz por aprender van siendo reemplazados por contenidos, ideas, teorías y lógicas de pensamiento que reproducen y retoman el “patrimonio cultural de la humanidad”. Al término de los doce años de formación obligatoria, se obtienen jóvenes ciudadanos o jóvenes desencantados.
Junto con los beneficios que puede otorgar el obtener “buenos resultados” durante la escolaridad (y la catástrofe que puede generar el no obtenerlos) aparece una aporía, señalada por John Taylor Gatto: “Nuestro problema para la comprensión de la escolarización obligatoria tiene su origen en un hecho inoportuno: el de que el daño que hace desde una perspectiva humana es un bien desde una perspectiva del sistema”.
[cita]Los mejores referentes de los frutos de nuestro sistema educativo son muchas de nuestras autoridades: competitivas, carentes de nuevas ideas, individualistas (ver algunos tópicos sobre las ya lanzadas carreras presidenciales) y reivindicadores del “ojo por ojo, diente por diente”.[/cita]
Daño a la curiosidad, daño a la creatividad, daño irreparable a la “posibilidad de ser” que es el niño. En la inmensa mayoría de las instituciones serán siempre mejor aceptados los “repetidores de contenidos” que quienes se reúsan a aprenderlos. Pero el conocer las mismas fechas históricas, los mismos teoremas matemáticos, los mismos procesos biológicos y las mismas técnicas de lectura es por un bien mayor: el bien social (idea que es, en mi opinión, un pequeño gran error).
Los mejores referentes de los frutos de nuestro sistema educativo son muchas de nuestras autoridades: competitivas, carentes de nuevas ideas, individualistas (ver algunos tópicos sobre las ya lanzadas carreras presidenciales) y reivindicadores del “ojo por ojo, diente por diente”. ¡Pero claro, qué mejor que amenazar a los estudiantes disidentes con quitarles sus becas para obtener la paz social! (Alcalde Zalaquett y sus amenazas a los alumnos en toma, con el gentil apoyo del ministro Beyer).
A pesar de todo lo anterior, el surgimiento del movimiento social por la educación en Chile —que hoy expresa una amplia participación— tuvo como origen a los jóvenes. No es nada nuevo, puesto que los grandes cambios durante la historia de la humanidad nunca han sido iniciados ni por viejos marchitos ni por adoradores del sistema.
El malestar hacia la desigualdad en educación acumulado durante años, masificado durante 2011 y ratificado durante este 2012, ha dejado enterrada la imagen de los jóvenes “ni ahí” (con la política, con la participación), reemplazándola por la del “no más de lo mismo”. A pesar de vivir en una sociedad que adormece y que encarna los valores del individualismo, a pesar de una educación deficiente y muchas veces desencantadora, nuestros jóvenes son, nuevamente, rebeldes ¡esto no puede ser más que un milagro!
Pero no nos sirve cualquier rebeldía (la destructiva, la generadora de violencia), solo se requiere de la constructora, aquella que Camus anunció diciendo “¿qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí de su primer movimiento”. Esta es la figura del nuevo joven chileno, uno que arremete contra el sistema, para renovar el sistema y con el objetivo de hacerlo más justo, más humano, con la meta de construir sociedad.
En esta empresa serán tachados de utópicos —y desde luego ya han sido estigmatizados con este sello—, se ha dicho y se seguirá diciendo que sus demandas no son viables, que pecan de juventud, de inexperiencia y de falta estrategia política (lo que me hace pensar en una estrofa de la canción “Los Salieris de Charly” de León Gieco… “Dicen la juventud no tiene/ para gobernar experiencia suficiente./ Menos mal, que nunca la tenga/ experiencia de robar./ Menos mal, que nunca la tenga/ experiencia de mentir”…). Sin embargo, este rasgo utópico no me parece para nada un defecto; muy por el contrario, es una necesidad, a lo menos si lo entendemos a la manera del gran político y pedagogo brasileño Freire: “Ser utópico no significa proponer una concepción pura y simplemente idealista o impracticable sino que implica denunciar y anunciar”.
Hayan sido 50 mil o 150 mil participantes, ahí estuvo nuestra juventud denunciando y anunciando, una vez más, que es el modelo educativo el insostenible, demostrando y anunciando una vez más el milagro de la rebeldía, la maravilla de la utopía.