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Ideas privadas, actos públicos

Abstenerse de votar, y preferir activamente ser contado en la misma clase que los idiotas apáticos, es justamente abdicar de esa posibilidad y sentirse conforme con la pura belleza de nuestros significados políticos privados.


En la reciente polémica entre Eloísa González, presidenta de la ACES, y el presidente de la Juventud de la Democracia Cristiana, Jorge Cash, a partir del llamado de la primera a abstenerse de votar, es evidente que el argumento de Cash es falso: hay formas efectivas de participación política que no pasan por el voto. El movimiento social en Chile y en el resto del mundo, con más o menos efectividad, se ha encargado de demostrar esto en diversas ocasiones en los últimos dos años.

Pero de ese argumento positivo a favor de otras acciones políticas no se deriva un argumento negativo en contra de votar. Que me guste el pan no implica que me negaré a comer arroz (a menos que sea un infante).

Los argumentos que deben evaluarse, entonces, son aquellos que no solo denuncian la idea, falsa, de que el voto es la única forma de participación política (como el de Cash), sino aquellos que, de manera correcta, consideran al voto como una forma de acción entre otras, y sobre esa base, proponen que hay buenas razones para abstenerse del voto como forma de acción política particular.

De los que han propuesto argumentos de este tipo, Alberto Mayol parece ser el que ha ofrecido el argumento más elaborado. Éste se reduce a lo siguiente:

[cita]Abstenerse de votar, y preferir activamente ser contado en la misma clase que los idiotas apáticos, es justamente abdicar de esa posibilidad y sentirse conforme con la pura belleza de nuestros significados políticos privados.[/cita]

Toda conducta política tiene su correlato de significado, por lo tanto, si se desconoce la estructura de participación de la que el voto es parte, lo más lógico es no votar.

De lo que Mayol desprende que hay formas de no votar fuertemente políticas, para rematar con que, en último caso, ante la falta de alternativas electorales validas, el voto se convierte en un acto ineficaz y por lo tanto inútil, por lo que habría que abstenerse de participar de él.

Este argumento es ostensiblemente falaz, internamente contradictorio, y en última instancia, contrario a lo que es la historia y el sentido de una serie de prácticas políticas que normalmente consideramos como «de izquierda».

Es falaz, porque la conclusión de que no votar sea «lo más lógico» no se sigue de ninguna de las premisas de Mayol. El hecho de que «toda acción política está cargada de significado» no implica en ningún caso que no votar sea un acto particularmente asociado a un significado político específico, al menos si lo que nos interesa es la correlación entre actos políticos y significados mas allá de la bóveda craneana de quienes ejecutan dichos actos.

Es contradictorio, puesto que si en última instancia lo que Mayol reclama de la estructura de participación que se le ofrece es que ésta solo le entrega actos políticos ineficaces para expresar sus significados predilectos, optar por un acto que se define específicamente por ser imposible de distinguir de la apatía extrema, es por lo menos absurdo, toda vez que la apatía puede, razonablemente, entenderse como una opción por no manifestar significado alguno.

Y finalmente, es contradictorio con lo que normalmente entendemos como práctica política izquierdista, justamente porque es un argumento que descansa en un ejercicio de evaluación de distintos cursos de acción política, en última instancia, en función de su efectividad; una lógica de acción política que es notablemente reaccionaria. Si uno evaluara sus actos políticos en función de su eficacia, el curso «más lógico» sería siempre quedarse en casa, y en cualquier caso, abstenerse de manera absoluta de formas de acción política como las que ha desplegado el movimiento social.

El carácter contradictorio del argumento queda en evidencia aún más claramente, al considerar la réplica de Mayol a Claudio Fuentes: «El punto es que no votar no sirve de nada si no es masivo». Si uno realmente tomara ese argumento en serio, solo tendría sentido votar cuando uno tiene garantías de que va a ganar, lo que en otras palabras (e intentando mantener un mínimo de coherencia con las ideas que el propio Mayol sostiene), implica que solo deberíamos participar en política cuando estamos absolutamente convencidos de que vamos a obtener lo que queremos.

Y esto último apunta al problema fundamental del argumento de Mayol. Yo soy un hombre de izquierda. Tengo una visión crítica de la sociedad, y no he vivido nunca en una comunidad política organizada de acuerdo a principios que yo considere justos, y estoy relativamente convencido de que nunca lo haré. Pero de eso no se sigue que mi curso de acción «más lógico» sea no participar en política; no se sigue que la falta de eficacia de mi acción implique que debería quedarme en mi casa y no participar activamente en el proceso político. Se sigue justamente lo contrario.

Específicamente, si es que uno tiene una posición crítica, si es que uno tiene algún interés político o, en términos de Mayol, si es que se desea transmitir algún significado político particular, cualquiera que este sea, el curso de acción más lógico es aquel que asegura que ese significado será expresado con más fuerza, aquel que sea capaz de ejercer la crítica de manera más preclara y potente. No para uno, no por los significados con los que podamos llenarlo en la comodidad de nuestra individual reflexión interna, sino para los demás.

Abstenerse de votar, y preferir activamente ser contado en la misma clase que los idiotas apáticos, es justamente abdicar de esa posibilidad y sentirse conforme con la pura belleza de nuestros significados políticos privados.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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