De muestra sólo un botón: la propuesta del voto voluntario. Sus defensores hacían gárgaras señalando que permitiría un aumento en la participación electoral en más de un millón de personas. ¿El resultado?, terminó votando un millón y medio menos de chilenos.
En estas fechas, siempre surge la tentación de hacer balances. Intentando analizar el año legislativo que termina, recordaba una pequeña y poco conocida novela titulada Los Espectros de Leonid Andréyev; escritor ruso de principios del siglo XX.
La novela —breve pero muy intensa—, describe nada más y nada menos que la vida en un manicomio. ¿Quiero insinuar con esto que están locos los parlamentarios? No, no estamos locos, pero resulta notable y esclarecedor leer en «Los Espectros» las discusiones que los internos sostenían en el patio del manicomio. Señala Leonid Andréyev:
«En general, los enfermos charlaban mucho y se complacían en la charla; pero apenas habían cambiado las primeras palabras, no se escuchaban ya los unos a los otros, y hablaban cada uno para sí. Merced a esto, sus conversaciones tenían siempre para ellos un gran interés».
Debo reconocer que no había leído nada más cercano a la dinámica de las discusiones parlamentarias del año que termina. Este año fue el de la pérdida de los consensos básicos en la discusión política, que son los que permiten un continuo desarrollo político e institucional, a pesar de los cambios de gobierno que pudiesen ocurrir.
[cita]Así es como este año pudimos escuchar en nuestro Congreso Nacional, apasionados e incendiarios discursos sobre: asamblea constituyente; término de la educación privada; fin del lucro; fin del actual sistema electoral (sin proponer ninguna alternativa); elección directa de los Cores (como si eso fuera la barita mágica de la regionalización); elecciones primarias; voto voluntario; y otros tantos desvaríos (personalmente el de asamblea constituyente es el que encuentro más genial….) que harían sonrojar a cualquier parlamentario de país bananero.[/cita]
Con las movilizaciones sociales del último tiempo, la mayoría de los parlamentarios entró sin más, en un verdadero estado de pánico y en forma rápida dieron por superado todo el andamiaje político, económico e institucional de los últimos 30 años, para dar inicio a un verdadero ofertón de propuestas políticas.
Cada partido político aportó sus soluciones. Todas ellas, por supuesto, no muy razonadas, —ante el apremio de obtener los 30 segundos de cuña del noticiario central— y cuya característica común fue intentar generar algún impacto en la opinión pública (a esta altura, preguntar si la propuesta era buena o no, es casi de mal gusto).
Así es como este año pudimos escuchar en nuestro Congreso Nacional, apasionados e incendiarios discursos sobre: asamblea constituyente; término de la educación privada; fin del lucro; fin del actual sistema electoral (sin proponer ninguna alternativa); elección directa de los Cores (como si eso fuera la barita mágica de la regionalización); elecciones primarias; voto voluntario; y otros tantos desvaríos (personalmente el de asamblea constituyente es el que encuentro más genial….) que harían sonrojar a cualquier parlamentario de país bananero.
Temas todos, lanzados a la discusión pública con gran convicción, pero sin la más mínima intención de plantearlos como propuestas sobre las cuales construir un consenso país, sino sólo con la satisfacción de escucharse a sí mismos y contemplarse en la cuña del noticiario respectivo.
De muestra sólo un botón: la propuesta del voto voluntario. Sus defensores hacían gárgaras señalando que permitiría un aumento en la participación electoral en más de un millón de personas. ¿El resultado?, terminó votando un millón y medio menos de chilenos (nota: el autor de esta columna votó en contra del voto voluntario).
Es así como durante el 2012, en el Congreso Nacional, todos hablaron, todos propusieron, todos se veían apurados en salir en la prensa y al igual que en la novela Los Espectros: «…. apenas habían cambiado las primeras palabras, no se escuchaban ya los unos a los otros, y hablaban cada uno para sí. Merced a esto, sus conversaciones tenían siempre para ellos un gran interés».
¿Cómo comenzó esta dinámica de «patio de manicomio»? Primero, con la histeria de la Concertación, que al perder el poder después de 20 años y sin saber cómo recuperarlo, se lanzó a la irresponsabilidad de apoyar cuanta propuesta tuviese un poco de rating (sucedáneo moderno del apoyo político), y también, hay que decirlo, por la actitud de la Alianza y el gobierno, que con su «tranca de alma» de tener que dar pruebas de blancura democrática cada cinco minutos, se subía a casi todas las micros que olían a «redención».
Así, y con la benevolencia del fallecido Leonid Andréyev, lo citaré nuevamente, pero cambiando la palabra «enfermos» por «parlamentarios» y poder aplicar la novela Los Espectros al balance legislativo 2012:
«En general, los parlamentarios charlaban mucho y se complacían en la charla; pero apenas habían cambiado las primeras palabras, no se escuchaban ya los unos a los otros, y hablaban cada uno para sí. Merced a esto, sus conversaciones tenían siempre para ellos un gran interés».