Hace un buen tiempo que las productoras nacionales se han preocupado de generar odio hacia ellas, debido a la usura que practican usualmente. Según el diccionario: «usura: Provecho que se saca de una cosa, especialmente cuando es excesivamente grande.» Y en el caso de nuestro país, ese provecho es en efecto «excesivamente grande».
Pero tratemos de entender algo: hay condiciones que permiten que esto suceda.
Sabemos que Chile es un país de latifundistas: dueños de fundo que manejan las decisiones de esta tierra al sur del mundo. Lo sabemos. Y no nos gusta. Desde mi perspectiva, lo normal debiera ser disfrazar esa realidad, tal vez con un engaño populista o alguna iniciativa política o económica (que tanto critican desde aquí a algunos otros países de nuestro continente); pero ni siquiera: cada día me doy más cuenta de que todo aquí es un reflejo de esa dinámica socio-cultural; todos operamos dentro de ella, y lo que es peor, la acatamos y obedecemos sin mayor resistencia o cuestionamiento.
Bueno, pues: ¿Qué mejor ejemplo que la segregación en los conciertos? Independiente del motivo de ella, el hecho de ver un sector históricamente no-segregado dividido, a mí me provoca un rechazo inmediato. Yo crecí con canchas generales, teniendo la opción de estar en primera fila, o atrás, disfrutando de un espectáculo tranquilo. Hoy, la división de «VIP» y «GENERAL» solo me recuerda a los Estados Unidos de comienzos de siglo XX, que practicaban la segregación por color de piel. ¿Exagerado? No me parece… si bien se terminó con la esclavitud, en su momento hubo muchos artistas, pensadores y activistas que dieron la batalla contra la división racial. Y hoy en día, habitamos un país con practicas —que yo describo— violentas como esa. Me explico.
Alguna vez alguien me dijo que el éxito, hoy por hoy, se mide por el dinero. Y si tener suficiente dinero te convierte en un acreedor de una ubicación especial (que, para colmo, transgredió descaradamente una ubicación «general» por naturaleza), entonces quiere decir que practicamos la discriminación por «éxito». La gente exitosa disfruta adelante: el resto atrás. Y si ahorraste, y no eres «exitoso» realmente, entonces no importa: puedes aparentar serlo durante 2 horas, y en cómodas cuotas. Incluso, con terminologías que rayan en el elitismo desproporcionado, como «VIP» (very important people), o PREMIUM, u otras palabras que hacen referencia a joyas preciosas, etc. Todo sea por diferenciarse del que está 2 metros atrás.
A mí no me molesta que alguien pague una entrada carísima para ver cómodo un show. Lo decepcionante ha sido ver cómo se ha violado el espacio «general»… Las entradas caras siempre han existido, a los lados, bien de cerca, con asientos numerados, etc. Pero: ¿Qué pasó que se llegó al punto de arrebatar ese espacio a las masas? Pues… la respuesta está aquí:
Chile es un país que opera bajo el prisma latifundista: clasista, segregador y elitista… Y se puede ver en todo orden de cosas. En la educación (privatizada y cada día más desigual según estrato socio-económico), en la salud (lo mismo que la educación), en la cultura, en los derechos, en los servicios, en las leyes… y la lista continúa.
Personalmente hablando, lo que más me preocupa es el futuro que nos espera. Muchas veces he oído a gente decir que pagar X cantidad de plata está bien: incluso, que hasta «corresponde». Aunque esa entrada pueda exceder fácilmente el sueldo mínimo de nuestro país, o aunque resulte más barato irse a Buenos Aires a ver el mismo recital, y más de cerca.
La responsabilidad recae en todos nosotros… No hace mucho tiempo atrás, una banda llamada Pearl Jam llevó a mayores la batalla en contra del sobrecargo de los —ahora múltiples— sistemas de venta de entradas. Y no solo eso. En nuestro país, el asunto llegó a tal punto, que se modificaron leyes, que ahora obligan a las productoras a ofrecer entradas sin recargo, y —si lo hacen— publicar los precios con el recargo sumado.
Todo es posible. Es cosa de hablarlo.