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La Constitución y las divisiones de la élite Opinión

La Constitución y las divisiones de la élite

Claudio Fuentes S.
Por : Claudio Fuentes S. Profesor Escuela Ciencia Política, Universidad Diego Portales. Investigador asociado del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR)
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Los espíritus de Pinochet y Jaime Guzmán están presentes en esta elección. Dividen las aguas entre quienes promueven el status quo y quienes ven en la promesa de la nueva Constitución un camino para resolver los problemas de desigualdad política, económica y social.


La Constitución nos divide. Qué duda cabe. Desde el retorno a la democracia se han producido numerosos intentos de reforma, se han concretado 25 alteraciones a dicha carta, y se han visto afectados 90 de los 120 artículos permanentes de ella. En promedio, se presentan 17 proyectos de reforma constitucional al año por la vía de mociones o mensajes, constituyéndose en la Constitución más reformada de la historia republicana chilena.

Podríamos discutir la profundidad y direccionalidad de las transformaciones, pero un hecho evidente que se desprende de la historia de estos cambios es la disconformidad de parte importante de la élite política con la norma constitucional. Ahora bien, el planteamiento de Michelle Bachelet (“es necesaria una nueva Constitución”) afecta directamente uno de los fundamentos de la lógica en que ha operado la transición. El pacto político original entre los opositores al régimen militar fue claro: la única posibilidad para democratizar el país era jugando dentro de las reglas del juego. Esta afirmación se convirtió en un mantra. En esta visión, cualquier intento de transformar las reglas del juego afectaría la estabilidad del país por lo que la única opción posible en el horizonte era aplicar graduales reformas al sistema.

[cita]Detrás del debate sobre la nueva Constitución se esconde uno muchísimo más importante y que alude a quién o quiénes son los llamados a ejercer el poder constituyente. Y si en teoría perfectamente podría ser un representante en ejercicio, el problema de Chile es que aquel representante está muy, pero muy lejos de su representado.[/cita]

La propuesta de nueva Constitución nos planteará, entonces, el dilema entre quienes favorecen una nueva Constitución y quienes estiman que resulta totalmente innecesario su reemplazo. Los espíritus de Pinochet y Jaime Guzmán están presentes en esta elección. Dividen las aguas entre quienes promueven el status quo y quienes ven en la promesa de la nueva Constitución un camino para resolver los problemas de desigualdad política, económica y social.

Pero la situación al día de hoy es algo más compleja por cuanto la promesa de nueva Constitución podría cumplirse de distintos modos. Las fuerzas pro-cambio probablemente se dividirán entre quienes favorecen un cambio “desde arriba” y quienes buscan uno “desde abajo”. Los primeros se imaginarán fórmulas que le asignan un rol preponderante a quienes hoy detentan poder: crear una comisión bicameral para estudiar una nueva Constitución, permitir que el Presidente o Presidenta convoque a una Comisión plural, o bien convocar a un grupo de especialistas para formular una propuesta. El principal problema para estas fórmulas es su legitimidad. Como la credibilidad de los partidos e instituciones de representación está por el suelo, cualquier intento de conducir un proceso constituyente desde arriba chocará con el escepticismo ciudadano.

La segunda opción es promover una salida “desde abajo”, esto es, que la ciudadanía se movilice para, primero, presionar al sistema político y, luego, participar del proceso constituyente. En el primer modelo es la élite política la que propone un texto a la ciudadanía para su ratificación. En el segundo modelo es la ciudadanía la que escoge representantes, quienes en una asamblea deliberan y formulan un texto que es a su vez ratificado por la misma ciudadanía. Para la élite, la principal amenaza es la incertidumbre a que el sistema político sería sometido (aunque el patrón de votaciones en Chile indicaría que es altamente improbable un resultado demasiado radical).

Por lo mismo, en una democracia no sólo importa el resultado (nueva Constitución), sino que también el procedimiento mediante el cual se alcanzará aquel objetivo. Y el modo en que se hacen las cosas importa no sólo porque resulta moralmente correcto consultarle a la ciudadanía por la forma en que quiere ser gobernada. También importa porque en la forma en que se hacen las cosas se va distribuyendo poder. Será muy distinto el resultado si los actuales congresistas modelan un sistema político a si lo hace una asamblea que se auto disolverá cuando cumpla su cometido.

Así, detrás del debate sobre la nueva Constitución se esconde uno muchísimo más importante y que alude a quién o quiénes son los llamados a ejercer el poder constituyente. Y si en teoría perfectamente podría ser un representante en ejercicio, el problema de Chile es que aquel representante está muy, pero muy lejos de su representado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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