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De zombies, élites y relojes: La presencia del mito en la actualidad

Alberto J. Onetto
Por : Alberto J. Onetto Licenciado en Historia y Magister (c) en Ciencia Política, mención RR.II., PUC.
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Esa desesperada sumatoria de mezquinos anhelos personales no nos satisface del todo: esperamos recibir antes que dar el tiempo todo, y eso es justamente lo que convierte nuestro entorno en un ring de boxeo.


¿Qué se nos viene a la cabeza cuando pensamos en “mitos”? ¿Dragones, gigantes o héroes del deporte? ¿Sirven para algo que vaya más allá del soñar despierto y embotar el cerebro en desmedro de la producción esperada? ¿Qué podemos sacar en limpio de sus enseñanzas en nuestro diario quehacer?

Joseph Cambpell – el famoso mitológo norteamericano que inspiró a George Lucas a compartir sus galácticos personajes a través del cine – afirmaba que “el mito es a los pueblos lo que el sueño es al individuo”. Los personajes mitológicos no son sino proyecciones colectivas de quienes habitan nuestro inconsciente. Y de la misma forma como el diván del psicoanalista procura orientar la pregunta de cada uno hacia un objetivo de vida, el mito intenta mostrar un camino al hombre en cuanto colectivo.

Sin embargo, tras la muerte de las ideologías y la agonía espiritual en el Occidente contemporáneo, parece a simple vista que el megarrelato mítico perdió todo rumbo. El zapping de canales se impone sobre el filme completo, saturado de comerciales y spam. Queda preguntarse con justicia si aún existe en pleno siglo XXI un común denominador tras el relato oral de cada individuo, capaz de dar cuenta de su entorno, anhelos y temores.

Sin pretender dar respuestas absolutas frente a tan insondable problemática, creemos que ciertos símbolos y arquetipos parecen explicar la actual situación de desamparo en que nos encontramos hoy.

1. La pérfida élite tras las sombras de la “Realidad”
Uno de los recursos favoritos de quienes ponen en entredicho la versión oficial de la Realidad que se nos presenta es la teoría de conspiración. El individuo común y corriente se encuentra desamparado y desnudo frente al Sistema, argumentan varios. O se le combate o se le defiende. Pocos quieren sucumbir derrotados ante sus enormes pies.

Y es que combatir o defender al Sistema pasa primeramente por reconocer un adversario, el tapón entre el Cielo y el Infierno. El opresor invisible que representa todo lo que el individuo no es: la cara tras el parabrisas del bulldozer, las sombras que se mueven tras los vidrios polarizados de la sala de interrogatorios o de la entrevista de trabajo, según la suerte de cada uno.

El sospechoso Otro que nos vigila no parece tener corporalidad definida, pero se presume compuesto de una racionalidad múltiple, que se nutre de consensos y opera en equipo, colectivamente. Se intuye de él cierto grado de omnipresencia, pudiendo estar en lo más alto de la sociedad, o bien espiando en las esquinas más oscuras de nuestro barrio.

Lo creemos todopoderoso, invisible y lejano a las aspiraciones del ciudadano común, a pesar de estar representados por impecables sonrisas o afiladas navajas, que en todo momento se pasean frente a nuestras narices, sin que podamos dar cuenta de sus reales intenciones.

Puede adoptar las formas más diversas, según el disfraz que quiera darle cada persona: puede tratarse de un pérfido club de magnates que juegan Monopoly con nuestros ahorros; una vanguardia consciente de resentidos frente al capital que preparan una cruel venganza contra el burgués obediente; o una especie de pícaros extraterrestres que se disfrazan de nosotros para engañarnos, dividirnos y esclavizarnos.

Más allá de la burda caricatura, una profunda confusión nos abruma de cara al Sistema. Mientras más nos desinformamos, más acabamos culpando a otros de nuestras desdichas. Esos “otros” no son sino el grupo de “cucos” de nuestros armarios infantiles, listos para abalanzarse sobre nosotros tras el más mínimo descuido.

2. El ocaso de los Héroes tras la muerte de Dios
Con un Dios estéril puesto en cuidadosa criogenización, nos restan héroes capaces de afrontar al Sistema. El héroe-semidiós también se encuentra ausente, y casi no lo reconocemos más allá de sus estatuas manchadas de estiércol aéreo, caricaturas en billetes o posters de revista quinceañera.

Peor aún, ni los anti-héroes son capaces de representarnos más. Al romántico y trágico detective privado de los filmes negros de los 50´s se le impide hoy fumar a destajo y fisgonear demasiado en asuntos que no le competen.

Hoy sólo nos queda una imitación barata de heroísmo como figura de cierta admiración: los medios nos ahogan diariamente con una pléyade de ídolos prefabricados, que no hacen otra cosa que seguir generando más ganancias al impersonal Sistema, alienando millones tras la promesa del placer fácil, el triunfo pasajero y la fama superficial.

Ya no hay tiempo para buscar la gloria: nos parece lejana, arcaica y poco rentable. Es mucho más deseable en el corto plazo la fama, y en el largo una jubilación decente y dar a nuestros chicos más y más cosas materiales. Ya nadie piensa en el Cielo y el Infierno, y sin embargo, los vivimos diariamente sin darnos cuenta.

3. La voracidad de Cronos se ha acelerado
Como nunca estamos sintiendo que el tiempo, más que pasar volando, nos está haciendo daño. Nos hiere y nos muerde ferozmente a un ritmo inusitado. El individuo occidental, en su cotidiano relacionamiento con sus pares, lo hace notar frecuentemente, y no quiere darle mayor importancia – pese a que lo angustia – para no ser tildado de “loco”.

Es justamente esa impotencia del individuo por tomar conciencia e intentar detener el reloj por unos instantes lo que está debilitando su cordura. El ocio genera censura social inmediata, por considerarse dañino y potencialmente contagioso.

Nuestra supuesta libertad frente a la incesante obligación de producir sólo la tenemos un par de semanas, cuando se nos conceden vacaciones o feriados. Para el desempleado que sufre buscando suplir las necesidades básicas de su familia, todo lo contrario.

No logramos emanciparnos del pasado ni pretendemos ser señores de nuestro porvenir. El presente, para colmo, se nos hace insufrible y rebelde: ensillarlo y tenerlo bajo control es de por sí una proeza digna de mérito, un acto verdaderamente heroico.

4. La “zombificación” de las masas
Haití es en nuestros días la nueva Transilvania. Donde antaño nos sedujeron y espantaron por igual vampiros sedientos de sangre y sexo – que se abalanzaban sobre sus víctimas llenas de vida para nutrirse de su impulso vital – hoy nos persiguen en sueños, películas, series de televisión y videojuegos los famosos zombies, que bastante poco tienen que ver con sus ancestros originales venidos del folklore vudú de la parte más pobre y exótica de la Isla de La Española.

Hemos asistido en los últimos años noticias aterradoras y surreales que nos hablan de canibalismo aleatorio en grandes urbes de Occidente. Las “sales de baño” en EE.UU. y el “krokodil” en Rusia, más que drogas terribles que afectan a individuos alienados en busca de nuevas emociones, refieren directamente al acto de la mordida de un zombie sobre la nuca de la sociedad espectadora.

A diferencia de su pariente centroeuropeo, el zombie es en esencia un mendigo de alma, un andrajoso carroñero que se abalanza sobre los vivos para convertirlos en muertos malolientes de espíritu como él. Atrás quedó el glamour y la peligrosa seducción del Drácula de Bram Stoker. Hoy la premisa es consumir carne fresca indiscriminadamente, con predilección sobre los cerebros más que los cuellos.

El depredador zombie no tiene identidad, y puede ser cualquier hijo de vecino que fagocitado por el sistema, se torna masa acrítica, descerebrada y rutinaria. Ya sea trabajando codo a codo en cubículos corporativos o ensuciando con su pestilente falta de seso manifestaciones sociales legítimas en calles y redes sociales, el zombie representa lo más bajo de la escala evolutiva humana: parasita, se reproduce y se descompone. No busca vivir, sino alimentarse del halo vital de los pocos individuos “sanos” condenados hoy a correr y esconderse para salvar el pellejo.

5. ¿Una incómoda esperanza?
La esperanza siempre será lo último que se pierde. Este es un hecho innegable de la existencia humana. Siempre esperaremos. Está en nuestra naturaleza proyectarnos hacia el futuro y tratar de llevar las cosas a mejor puerto.

No precisamos de un complejo aparato de creencias para depositar nuestras fichas a un porvenir más auspicioso. Pero es claramente la ansiedad y falta de paciencia lo que nos imposibilita dar cuenta de nuestros anhelos.

Desear lo mejor para el Mundo es de la boca para afuera en la mayoría de los casos, pues todos queremos siempre salvar la vida antes que salvar al Mundo, incluyendo a los billones de prójimos en tan dispar situación. Esa desesperada sumatoria de mezquinos anhelos personales no nos satisface del todo: esperamos recibir antes que dar el tiempo todo, y eso es justamente lo que convierte nuestro entorno en un ring de boxeo.

¿Es demasiado pesimista este panorama de cara al siempre cambiante entorno psicosocial, dominado por el consumo masivo de productos desechables y liviandad pasmosa frente las necesidades más sublimes de la Humanidad? En el mito ciertamente podemos encontrar respuestas que nos lleven a reflexionar sobre nuestro Presente, y está en cada individuo como Recreador del Mundo traer estas imágenes a su vigilia consciente, para no sucumbir justamente a la creciente falta de sentido de la vida contemporánea.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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