Hoy, ya no son las ideologías, sino la voluntad política que importa —tanto del futuro(a) presidente(a), como la de sus conciudadano(a)s— al momento de iniciar un proceso de reformas que puedan permitir un desarrollo inclusivo.
¿Las manifestaciones del 2011 eran solo un anticipo del malestar social del pueblo chileno? Al respirar el clima político actual, no cabe duda. Chile no es Brasil, tampoco Turquía, pero al igual que esas potencias emergentes, mantiene altos niveles de desigualdad. Cabe recordar que la OCDE calificó a Chile como el país más desigual del organismo.
¿Puede un pueblo seguir escuchando la constante negación de parte de un sector político para un mayor progreso social con garantía de derechos? ¿Puede un pueblo seguir creyendo en la palabra de un ministro de la República que afirma que la inversión y el crecimiento iniciarán un descenso después de los anuncios de un candidato a la Presidencia? ¿Puede un pueblo creer a un gobierno que evade responsabilidades, acusando administraciones anteriores, y fabulando sobre las próximas, faltándo a la ética republicana? ¿Puede el pueblo seguir suspendido en la discusión parlamentaria regida por un sistema electoral rígido que termina anulando demandas iniciales?
[cita]Hoy, ya no son las ideologías, sino la voluntad política que importa —tanto del futuro(a) Presidente(a), como la de sus conciudadano(a)s— al momento de iniciar un proceso de reformas que puedan permitir un desarrollo inclusivo.[/cita]
La ex Presidenta ha vuelto y ha puesto temas cruciales sobre la mesa, justos y necesarios. El mayor acceso y la mejor calidad para el sector de la educación es un punto esencial para el futuro de Chile. Sin mejoras educativas las economías se atrasan. Además, el énfasis puesto en la promoción de una producción más diversificada y sostenible para que Chile no siga con altos niveles de dependencia riesgosos a largo plazo.
Otro tema central: una nueva Constitución. Un país democrático, debe contar con una Constitución discutida en democracia. Un país democrático, es el de un presidente electo que pueda cumplir con un programa por el cual fue elegido. ¿Es posible seguir con el argumento de la estabilidad institucional garantizada por el sistema electoral? Después de 24 años, el binominal implica un costo, el costo de la mala representación política, del descrédito, y el hecho de impedir el progreso propuesto por el Presidente(a) de turno. Del parlamento que privilegiaba los acuerdos y la estabilidad, hoy se le ve poco dinámico y con la carencia de la palabra audacia.
¿A partir de marzo 2014, la derecha iniciará el próximo periodo parlamentario con rechazos casi mecánicos a las demandas ciudadanas y/o cambios constitucionales, para preservar cupos y quórums? Hoy, todos los candidatos coinciden en algo: la existencia de una sociedad chilena más empoderada. ¿Hay que descartar una revolución del copihue en Chile, como lo fue la Revolución Naranja en Ucrania, o de La Rosa en Georgia? No. Un histórico diplomático francés decía: no hay buenas revoluciones en invierno, la pólvora mojada no sirve, pero se seca cuando sale el sol…” Hoy, ya no son las ideologías, sino la voluntad política que importa —tanto del futuro(a) Presidente(a), como la de sus conciudadano(a)s— al momento de iniciar un proceso de reformas que puedan permitir un desarrollo inclusivo. Chile cuenta con liderazgos jóvenes creativos, otros con más experiencia, movimientos sociales e instituciones capaces de promover cambios positivos con un único objetivo: reducir la fractura social y mejorar la calidad de vida de todos los chilenos. A pesar de la elección presidencial, sin un cambio constitucional será muy difícil ampliar el margen de lo posible.