Publicidad

La camisa Mao de Fielbaum

Jorge Gómez Arismendi
Por : Jorge Gómez Arismendi Director de Investigación y Estudios de Fundación para el Progreso
Ver Más

La ley de hierro de las oligarquías es implacable, y lo ha sido en todos los regímenes habidos y por haber, sobre todo en aquellos donde el Estado –a cargo de politburós- ha monopolizado a la sociedad completa. En esos lugares, la libertad de elegir se reduce a lo que el Estado –y sus burócratas privilegiados- quiere que se enseñe y se aprenda.


Una carta de Andrés Fielbaum publicada en El Mercurio, llamada “Gratuidad y más allá”, transparenta el hecho de que la educación es sólo un instrumento, un ariete, para golpear el orden completo e instaurar un modelo preconcebido e idealizado. Es decir, el tema educacional -sus problemas y soluciones- que son de interés de todos nosotros, es sólo un medio que responde a una cuestión utilitaria de unos cuantos en función de sus ideales específicos, que además se imaginan iluminados para imponerlo.

En relación a lo anterior, Fielbaum hace explícito aquello al insistir en su afán por forzar el carácter público de la educación en tanto derecho para así ligarlo con su ideal –explicitado por goteo- de un monopolio del Estado en prácticamente todo ámbito social, incluida la instrucción y la economía.

Como probablemente sabe que las personas, los ciudadanos comunes -no sólo los más ricos o “la derecha”- no quieren necesariamente un monopolio del Estado diciéndoles qué leer, qué aprender, qué pensar, qué comer, qué vestir; suaviza su no explicitado discurso de “vanguardia” y lo maquilla, diciendo que se quiere algo como lo que existe en los países escandinavos.

[cita]La ley de hierro de las oligarquías es implacable, y lo ha sido en todos los regímenes habidos y por haber, sobre todo en aquellos donde el Estado –a cargo de politburós- ha monopolizado a la sociedad completa. En esos lugares, la libertad de elegir se reduce a lo que el Estado –y sus burócratas privilegiados- quiere que se enseñe y se aprenda.[/cita]

Pero el detalle es que los países escandinavos, donde la educación efectivamente es considerada un derecho y no necesariamente un monopolio estatal “hegemónicamente público en su composición, su orientación, y su función” en el sentido que plantea Fielbaum, no existe un monopolio del Estado como el que él parece estar pensando, que regula hasta las formas de relacionarse. Es más, aún cuando el monopolio estatal tiene alta presencia, los ciudadanos son más bien consumistas, acceden libremente a bienes diversos no sólo de primera necesidad sino suntuarios (no como en otros lugares donde un burócrata que habla con espíritus dice hasta cuánto papel higiénico se usa semanalmente), viajan de vacaciones al extranjero, etc. Incluso, debido a la misma injerencia estatal en muchos casos, las personas adquieren o desarrollan actitudes aún más egoístas, pues su iniciativa para cuidar o visitar a sus ancianos familiares se reduce, pues, esa responsabilidad recae en el Estado.

En relación a lo anterior, el nexo que establece Fielbaum entre la educación como derecho –o su gratuidad- y un Estado que monopoliza todo ámbito productivo, social y educativo es forzado. Es en realidad ficticio. Lo es pues el que la educación sea un derecho no implica ni exige que el Estado se constituya como monopolio en todos los ámbitos de la sociedad. Menos si se pretende evitar la exclusión. Puede ser incluso peor si se constituye un monopolio estatal absoluto del sistema educativo como parece plantear Fielbaum. La ley de hierro de las oligarquías es implacable, y lo ha sido en todos los regímenes habidos y por haber, sobre todo en aquellos donde el Estado –a cargo de politburós- ha monopolizado a la sociedad completa. En esos lugares, la libertad de elegir se reduce a lo que el Estado –y sus burócratas privilegiados- quiere que se enseñe y se aprenda.

Donde se hace más explícito que la educación es una especie de simple ariete para romper pilares -en función del carácter auto asumido de supuesta vanguardia revolucionaria al estilo de los otrora elitistas y burgueses Mapu o MIR- es cuando Fielbaum plantea que algunas candidaturas (convenientemente sin explicitar cuáles) no entienden las contradicciones que originan el movimiento estudiantil o simplemente se dedican a replicar sus consignas. En otras palabras, lo que Fielbaum dice implícitamente es que ninguna de las candidaturas y sus sectores políticos asociados, salvo ellos mismos –unos cuantos- son los únicos capaces, no sólo de entender las contradicciones del sistema (vieja táctica retórica para aislar a moderados y deslegitimar otras opiniones divergentes) sino de captar el tema educacional en su totalidad, y por tanto, de tener la respuesta a todas esas contradicciones. Vieja fórmula discursiva y antidemocrática, usada por fascistas, comunistas y dictadores de todo color, para justificar a sus supuestas vanguardias y su dominio irrestricto.

No es raro entonces que en base a esa idea de vanguardia del saber (¿Histórico?), que no requiere intérpretes ni traductores, Fielbaum se adjudique atribuciones que nadie le ha otorgado ni le competen, e intente guiar cómo deben legislar los representantes de los partidos políticos de esos candidatos, o que indique qué sanciones merecen sus militantes (herejes y blasfemos según su criterio de pastor que guía ovejas).

La pregunta que dejo a la reflexión es ¿Cómo gobiernan, o qué clase de democracia promueven aquellos que se consideran a sí mismos como los únicos capaces de entender todos los problemas o el sentido de la Historia, y por tanto, por sobre el resto de los ciudadanos?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias