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Desigualdad y abuso: contexto de la crítica al lucro en Chile

Jorge Atria
Por : Jorge Atria Estudiante Doctorado Sociología, FU-Berlin, Alemania.
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Los lucros que parecen enervar a los chilenos son aquellos producidos a costa de derechos fundamentales y los que resultan sintomáticos de una desproporción, un desequilibrio en un nivel más amplio, donde las fuerzas del mercado están influenciadas por otros elementos, como diría Stiglitz.


Desde hace un tiempo la crítica hacia el lucro emerge más y más fuerte. En concordancia, ha surgido una defensa del mismo, en especial en sectores del mundo privado y del académico. El punto de fondo es: sería un error echarle la culpa al lucro de los problemas de la sociedad chilena; el lucro es necesario y forma parte de los incentivos que ayudan a crear organizaciones y emprendimientos, facilitando que cada uno desarrolle sus proyectos personales con libertad.

¿Por qué ha devenido problemático el lucro? Dos dimensiones aportan contexto a esta discusión: la desigualdad y el abuso:

Lo que confiere relevancia a la desigualdad en Chile es su magnitud y concentración:

(i) La Encuesta Casen 2011 señala que el ingreso promedio del 1% más rico es 275 veces mayor al del 1% más pobre, equivalente al 11,6% del ingreso a nivel nacional.

(ii) Mayer y Sanhueza (2011), observando los últimos 50 años en Chile, concluyen que cuando los ingresos del 10% más rico han aumentado, ese crecimiento se da no en el decil entero, sino en el 5% y 1% superior; en otras palabras, es ahí adonde va a parar el dinero cuando aumentan los recursos en el grupo de más ingresos del país.

(iii) López, Figueroa y Gutiérrez (2013) van más allá, corrigiendo el problema de las encuestas de hogares (que usualmente subdeclaran los ingresos de los grupos con más recursos), utilizando una metodología que incorpora la información de impuestos de las personas, para concluir que el 1% superior chileno percibe el 30% de los ingresos, el 0,1% superior, el 17%, y el 0,01% superior, el 10%, constituyéndose en la mayor participación  de ingresos entre los cerca de 25 países en los que se ha hecho esta medición.

[cita]Los lucros que parecen enervar a los chilenos son aquellos producidos a costa de derechos fundamentales y los que resultan sintomáticos de una desproporción, un desequilibrio en un nivel más amplio, donde las fuerzas del mercado están influenciadas por otros elementos, como diría Stiglitz.[/cita]

La desigualdad, así concebida, debe ser interpretada como concentración de ingresos. No es “desigualdad” a secas, sino más bien altos niveles de igualdad de ingresos entre la mayoría de los chilenos, y un grupo que se separa radicalmente del resto. La constatación conduce inevitablemente a la pregunta por el mérito, los privilegios y la reproducción de la riqueza. ¿Por qué en un grupo tan reducido se concentra tanto? ¿Qué error, o qué oportunidades se farreó el otro 95%? ¿Qué emprendimientos fueron tan acertados y tan desacertados que lograron trazar diferencias tan abismantes?

En un pasaje de su último libro, Joseph Stiglitz aborda para EE.UU. una respuesta usual a esta pregunta: “Otro enfoque para explicar la desigualdad pone el énfasis en las abstractas fuerzas del mercado. Desde ese punto de vista, lo que ha provocado que las fuerzas del mercado se hayan manifestado de la forma en que lo han hecho —con un declive de los ingresos de los trabajadores corrientes y un vertiginoso aumento de los ingresos de los banqueros cualificados— ha sido únicamente la mala suerte de los que están en la parte media y en la parte baja” (p.101). La hipótesis de Stiglitz, en cambio, es que las fuerzas del mercado están condicionadas por (1) los procesos políticos (leyes, normativas e instituciones); y (2) las normas e instituciones sociales, destacando la discriminación que sufren los grupos de bajos ingresos, las percepciones sobre qué es una remuneración justa, etc.

Así, en una sociedad cuyo repartición de ganancias y beneficios es tan desproporcionada, el lucro inevitablemente se pone en entredicho: o sólo unos pocos han producido bienes y servicios extraordinarios, recibiendo por ende retribuciones espectaculares, o bien la distribución de oportunidades es dispareja, restringiendo y premiando muy austeramente los emprendimientos y la búsqueda de ganancias de la mayoría de los ciudadanos.

La segunda dimensión es el abuso, en este caso referido a tres problemas que erosionan el vínculo entre un individuo y una empresa: el aprovechamiento consciente (por ejemplo a través de una colusión de firmas, o una repactación unilateral), el trato injusto (por ejemplo en un cobro injustificado o desproporcionado) y la propuesta inexacta (por ejemplo a través de un anuncio con “letra chica” o una publicidad engañosa). Evidentemente, abusos han existido y existirán siempre; sin embargo, esto se hace preocupante cuando se trata de problemas cuyos mecanismos son reiterativos, que una y otra vez muestran un intento unilateral por sacar un provecho mayor del debido, dando cuenta ya no de un hecho aislado, sino de prácticas recurrentes, casi sistemáticas, propias de un funcionamiento cotidiano, y por ende, trivial y no necesariamente juzgado como inmoral.

A la luz de estas dos dimensiones, puede volverse a la pregunta por el lucro y ensayarse una respuesta: en un contexto de extrema desigualdad, el lucro despierta sospechas, pues casi la totalidad de los ciudadanos quiere saber qué oportunidad no aprovechó, o cómo es posible que cuándo pasó frente a ellos no tuvieran el incentivo de emprender algo para utilizarla a su favor. Asimismo, frente a la incesante denuncia de abusos a consumidores, se produce un debilitamiento de la confianza hasta su expresión mínima, planteando dudas sobre las legítimas ganancias cuando a diario se palpan injusticias que afectan el consumo, la alimentación y la recreación. Y con ello, el bienestar personal y el progreso de la sociedad como un todo.

En un contexto de abusos y extrema concentración de ingresos, el lucro es uno de los síntomas que evidencia que las formas de emprendimiento y libertad para el desarrollo individual no están distribuidas equitativamente, redundando en dificultades y ganancias limitadas, en el caso mayoritario, y beneficios exacerbados en el caso minoritario. Así, mientras para muchos en Chile el lucro sería equivalente a emprender algo para ganar lo justo para vivir, o un poquito más, o bastante menos —con lo cual hay que endeudarse—, para unos pocos es sinónimo de balances económicos impresionantes, crecimientos exponenciales y una acumulación inaudita de nivel mundial.

Por último, en un plano extremo, es decir más allá de productos bancarios, de farmacias o supermercados, el lucro a costa de derechos sociales como la educación, la salud o la vivienda es cuestionado aún más radicalmente, al hacer posible que en esas esferas un ciudadano enfrente los mismos riesgos que tiene un consumidor, vinculando elementos cruciales para el desarrollo individual y colectivo con los problemas, vicios e imperfecciones de los mercados, poniendo en juego muchas veces el espacio vital de personas y comunidades enteras. Y el problema es que en Chile esas imperfecciones del mercado parecen tener presencia abundante.

Algunos podrán argumentar que no es justo echarle la culpa a unos pocos casos de abusos, “que traicionan los principios de la libre competencia” para cuestionar al lucro. Este argumento es sin embargo muy paradójico en nuestro país: ¿no es acaso eso lo que se hace cotidianamente, condenando al Estado completo y a los funcionarios públicos, haciendo generalizaciones desmedidas a partir de casos de ineficiencia y corrupción? Sin embargo, la evidencia es clara: en la última década, Chile ha ocupado muy buenas ubicaciones en los rankings internacionales sobre corrupción y eficiencia del gasto público, mostrando bajas tasas de irregularidades. Incluso en los dos últimos años, donde ha aumentado la percepción ciudadana de corrupción en las instituciones, Chile se ubica dentro de los diez países con mejor calidad de gasto público del mundo entre 144 países.

El esfuerzo de muchos emprendedores, osados en sus niveles de riesgo y comprometidos con la innovación y la generación de valor agregado para los suyos y para el país, constituyen sin lugar a dudas un valor imprescindible. El afán de lucro como búsqueda de una ganancia justa, resultante de un sacrificio y un riesgo propio, está fuera de discusión. Los lucros que parecen enervar a los chilenos son aquellos producidos a costa de derechos fundamentales y los que resultan sintomáticos de una desproporción, un desequilibrio en un nivel más amplio, donde las fuerzas del mercado están influenciadas por otros elementos, como diría Stiglitz. El lucro que genera malestar es aquél que prospera a costa de los derechos de los ciudadanos, que cuando eligen una determinada universidad, compran un remedio, hablan por teléfono o van al supermercado, tienen a estas alturas serios antecedentes para dudar de la calidad, del precio, del interés, de la cuota, de la “competencia perfecta”, etc. Es ése el lucro que hace imposible una sociedad de iguales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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