Es innegable que la demanda constituyente –es decir, la demanda por un proceso de deliberación que conduzca a una nueva decisión sobre el contenido y forma de nuestra unidad política– se ha instalado en nuestro sistema político. Este juicio se sustenta en la concurrencia simultánea de varios hechos. Veamos algunos de ellos.
En primer lugar, pensemos en el ‘motor’ de nuestro sistema constitucional, la Presidencia. Bachelet ganó las elecciones presidenciales, en un contexto en que siete de nueve candidaturas planteaban la necesidad de contar con una nueva Constitución.En segundo lugar, miremos hacia el otro órgano político de nuestro sistema, el Congreso Nacional. Cinco dirigentes sociales críticos de la Constitución llegaron a la Cámara de Diputados, mientras que la representación senatorial del Partido Socialista reemplazó a Camilo Escalona y su cuña sobre la asamblea constituyente como opio (no da para describirlo como ‘tesis’) por partidarios de la misma como Montes, De Urresti y Quinteros. Por último, pensemos en el difuso espacio de la sociedad civil. El movimiento Marca tu Voto, una iniciativa autogestionada por un pequeño grupo de voluntarios, logró concitar contra todo pronóstico que más de un 10% del electorado en la segunda vuelta presidencial inscribiera la sigla ‘AC’ en la papeleta.
Todo ello, hay que recordar, se da en el contexto de la mayor movilización social de nuestra historia, las protestas estudiantiles del 2011, una de cuyas demandas centrales fue la de una nueva Constitución como mecanismo hacia el reconocimiento de la educación como un derecho social.
Un dato adicional, como se evidencia de la rápida mirada a los hechos recién hecha, es que junto a la demanda por una nueva Constitución hecho grandes avances la demanda por una determinada forma de producir dicha nueva Constitución: la asamblea constituyente.
En este contexto, quisiera sugerir dos planteamientos para su discusión. El primero, es que resulta muy apresurado afirmar que en Chile no habrá asamblea constituyente, como varios ya lo han hecho, algunos con algo de nostalgia y otros con alivio, tras las recientes señales de los equipos asesores de Michelle Bachelet. El segundo, es que vuelve a cobrar importancia aquella distinción, tan propia de los 60’, entre táctica y estrategia. Ambas ideas nacen de la misma intuición: que lo político, y en consecuencia también lo constituyente, habita el espacio de la contingencia radical.
Hannah Arendt afirmaba que mientras la metafísica tenía como centro de su preocupación al hombre, al ente racional en cuanto tal, la política dirigía su atención hacia los hombres; es decir, ella surge del hecho básico de la pluralidad humana. Lo distintivo de esta situación, según Arendt, es que de dicha pluralidad resulta una multiplicidad infinita de actores, de agentes, cada uno de los cuales es un nodo del cual surgen hechos y palabras orientados hacia los otros, es decir, acción. La política es radicalmente contingente debido a la imprevisibilidad de las interacciones entre dichos agentes.
El significado histórico de dicha caracterización debiera serle suficientemente conocido a cualquiera. Podríamos resumirlo bastante bien si observáramos que ni Jorge Alessandri, ni Eduardo Frei Montalva, ni Salvador Allende, ni tampoco Sebastián Piñera esperaban que sus respectivos mandatos terminaran en lo político como terminaron (desde Pinochet hasta Bachelet I había bastante predictibilidad precisamente debido a la anulación de la política que involucran la violencia, que destruye a los agentes, y la fuerza de las circunstancias, en este caso de las circunstancias constitucionales y legales, que reducen el espacio de la acción). No es imposible, en ese contexto, que Bachelet busque un determinado curso de acción en materia constitucional (específicamente, una reforma total de la Constitución tramitada de acuerdo a los procedimientos actualmente vigentes), pero que finalmente la fuerza de las circunstancias termine imponiendo otro; ya sea una asamblea constituyente promovida por ella misma o por su sucesor, o bien nada, nada de nada. Si la política es contingente, también lo es el proceso constituyente, y en ese contexto es demasiado temprano decirle adiós a cualquier estrategia, por mucho que esa sea el designio presidencial. Lo que ese rápido adiós revela son las secuelas de la larga época en la que la política y su contingencia ha estado anulada. El redespertar de la acción logrado por la protesta social, que no da señales de decaimiento, ha terminado con dicha anulación.
El anterior planteamiento busca aportar algo de realismo, no de optimismo, al esfuerzo por avizorar el resultado probable del proceso constituyente: dicho resultado estará determinado por la correlación de fuerzas que se de, no por los designios de la Presidenta electa, sean cuales sean ellos. En un proceso propiamente político importan tanto los propósitos de cada actor como su destreza –su virtú, diría Maquiavelo– y también las circunstancias –su fortuna–, en gran medida determinadas por los propósitos y destreza de los demás actores. Lo que ocurra finalmente dependerá de qué actores participan del proceso. La desmovilización social y la desorganización política de los jacobinos del futuro oficialismo favorecerá el proyecto tanto de los girondinos del mismo, como de los partidarios del inmovilismo en la materia, que en la derecha política y editorial abundan.
Mi segundo planteamiento busca colaborar en la discusión, todavía abierta, sobre la necesidad y conveniencia de la asamblea constituyente. En esta materia, como he dicho anteriormente, creo en la necesidad de articular dicha demanda con claridad, como mínimo a efectos de dejar en claro las implicancias de la misma a ojos del juicio histórico, e idealmente como carta de navegación para la resolución del problema constitucional chileno.
Ahora, ¿es la asamblea constituyente un instrumento o un fin? ¿Es un camino estratégico o bien un derrotero táctico? ¿Significará una derrota para los sectores de izquierda, republicanos, progresistas, populistas, y movilizados, el que eventualmente no haya una Constitución dictada a través de una asamblea constituyente sino que a través de una reforma total? La respuesta, aquí, me parece que debe ser matizada.
A mi juicio la asamblea constituyente es un procedimiento que en sí mismo refleja lo que debiera ser el orden constitucional futuro: un espacio de inclusión y de participación horizontal, en lugar de exclusión binominal y de participación decorativa. Sin embargo, también es conveniente reflexionar seriamente en la siguiente pregunta: ¿sería posible que de un proceso en que Bachelet, de manera paternalista, entregue una nueva Constitución que tras pasar por el cedazo del Congreso sea aprobada a través de un plebiscito, emerja un orden constitucional inclusivo, participativo, y orientado a la protección de derechos sociales? La verdad sea dicha, la respuesta es que sí es posible que un orden similar surja de un proceso constituyente no participativo; aquí correspondería apuntar a ejemplos como el alemán o incluso como el chileno entre 1925 a 1973. Incluso uno podría suponer que sea plausible, particularmente en la medida en que haya un contexto de movilización social que, ante la falta de participación formal, exija como compensación ciertos contenidos constitucionales. Recordemos una vez más la advertencia aredntiana sobre la contingencia, así como la receta maquiaveliana sobre los ingredientes que explican el resultado de la acción política. Estas admoniciones nos indican la gramática que determinará el horizonte de posibilidades existentes en un proceso constituyente como el sugerido por Bachelet, de ser finalmente ese el camino que se tome.
En resumen, el futuro en materia constituyente sigue abierto. Las posibilidades de que el mismo avance en un sentido u otro, o bien que sea abortado sin remedio, residen no en los propósitos o designios de la Presidenta electa, sino en la compleja e imprevisible interacción entre agentes con distintos proyectos y distintas capacidades de llevar a cabo los mismos. Ante este escenario, la actitud que corresponde es, como dijera más de una vez Salvador Allende, estar alertas y vigilantes. Sólo así el resultado final del proceso constituyente será la protección de los derechos sociales y la construcción democrática por la que tantas y tantos han luchado.
(*) Texto publicado en Red Seca.cl