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Urna electrónica

Sebastián Grove
Por : Sebastián Grove Gerente general de NEC Chile
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La alta abstención debiera motivarnos a implementar tecnologías que hagan menos costoso el acto de votar.


Más de 7 millones de chilenos se abstuvieron de votar en la segunda vuelta. Incluso corrigiendo a la baja las cifras oficiales, se estima que más del 50% de los ciudadanos optó por no sufragar, instalando definitivamente la abstención como un problema para la democracia.Si queremos tener una mayor participación ciudadana, junto con reforzar fórmulas para desarrollar el compromiso cívico, una buena estrategia es reducir el costo de votar.

Son demasiados los informes de prensa que muestran aglomeraciones, confusiones y malos ratos que pasan las personas a la hora de votar. Para muchos no hace sentido gastar en movilización, esperar en largas filas y además, si se vota temprano, correr el riesgo de quedar atrapado como vocal.

En el siglo XXI las externalidades negativas de votar aparecen como excesivas y pasadas de moda. En este contexto, el aporte que puede hacer la tecnología al proceso electoral se centra en dos aspectos: acercar las urnas a la vida diaria de las personas y aumentar el período de tiempo para emitir el sufragio. Si se logran estos dos objetivos, habremos reducido de modo importante los costos actuales de votar.

Deberíamos estar pensando ya en la “urna electrónica”. Un dispositivo que reemplaza el voto en papel por una pantalla que despliega las opciones de sufragio dependiendo del RUT del votante y su domicilio electoral, mostrando la foto de los candidatos y recibiendo la preferencia de las personas, permitiendo que uno pueda votar en el lugar de su conveniencia, inclusive en el extranjero, y no en un local o mesa preestablecido.

El sistema de urna electrónica también permite habilitar puntos de votación por más de un día, para que la población vote mientras desarrolla sus actividades normales. Pueden instalarse, por ejemplo en colegios, municipios o estaciones de Metro, urnas que estén abiertas durante una o dos semanas.

La urna electrónica hace más accesible la elección para las personas porque acerca el punto de votación y otorga varios días para sufragar.

Cuando los chilenos podamos dejar de decir “fui a votar” y empecemos a decir “pasé a votar”, habremos reducido los principales costos de transacción relacionados con el transporte, el tiempo y esfuerzo que hoy implica votar, haciendo un aporte concreto a la disminución de la abstención.

En nuestro país poseemos suficiente experiencia en sistemas informáticos críticos que requieren redes seguras, basta pensar en los sistemas de transferencias bancarias o del Servicio de Impuestos Internos. Y en el mundo, desde los años 80, existen sistemas de urnas electrónicas respaldadas, y auditables. Por nombrar algunos ejemplos cercanos, Brasil implementó sus sistemas hace más de 10 años y en la actualidad votan allí más de 110 millones de ciudadanos. Paraguay y México cuentan con sistemas en expansión. En Venezuela, hasta los más opositores al régimen chavista reconocen el confiable sistema de votación, totalmente electrónico.

En Chile, un proyecto de modernización debería integrar toda la gestión electoral en un sistema robusto y auditable. Que sea capaz de reunir la administración del padrón, las inscripciones electorales, el proceso de votación y reclamaciones. También que racionalice el enorme y antiecológico gasto en papel de las elecciones actuales pero que, por sobre todo, haga más fácil el acto de votar.

Votar en el siglo XXI debería ser tan fácil y rápido como sacar dinero de un cajero automático.

Parece razonable probar estas tecnologías a través de proyectos piloto, pequeños y que convivan con el actual sistema en papel. Es el mejor modo de cautelar la confiabilidad de nuestro sistema electoral, pero iniciar definitivamente el camino de la facilitación del ejercicio del derecho a voto. Tenemos dos años para trabajar.

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