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2014: momento de recordar el desastre y la esperanza

Francisco Sánchez Urra
Por : Francisco Sánchez Urra Francisco Sánchez Urra es Investigador Fundación para el Progreso
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Son dos extremos de ese siglo XX que comienza con desesperanza y profundo dolor de una humanidad casi destruida con el horror de la guerra y que concluye con la esperanza plena de que no hay muros que contengan el espíritu del individuo, sus aspiraciones y la fuerza incontenible de la libertad.


En 2014 conmemoraremos dos hitos que han marcado la historia de la humanidad en desastre y esperanza. Por una parte, se cumplen 100 años del inicio de la “Gran Guerra”, aquella que para pesar del mundo sería conocida como la Primera Guerra Mundial. Y también celebraremos 25 años de la la caída del “Muro de Berlín”, el ejemplo tangible de la represión y el resguardo de una de las más terroríficas utopías que nos ha brindado la historia. Ambos hitos son la expresión de aquel pensamiento que conllevó al reemplazo de los individuos a través de la imposición de ideales colectivos y sus nefastas consecuencias.

En la Primera Guerra Mundial una generación pasó de una paz relativamente estable a una larga confrontación que llevó a la muerte a millones con una máquina de guerra nunca antes vista, que asombraría a sus más férreos defensores. Hombres partirían al frente en agosto de 1914 esperando regresar en Navidad. Lo largo de la confrontación nadie lo esperaba, la industria de paz que tantos avances había brindado en el siglo XIX tomó un giro que nos hizo conocer la guerra de gases, el tanque, el bombardeo aéreo y un sinnúmero de máquinas y técnicas con el objetivo de destruir al hombre, objetivo que no tan sólo se logró en el campo de batalla sino también en el de las ideas.

Además de las millones de muertes, miseria y destrucción, las consecuencias de esta guerra fueron el fortaleciendo de las ideologías colectivistas y las estructuras planificadas, se perdió la fe en el individuo, su papel como creador y generador de riqueza; esto dio espacios a los experimentos de ingeniería social que produjeron los sistemas totalitarios más sangrientos que ha conocido la humanidad: la Alemania nacionalsocialista, la Italia fascista y la Unión Soviética comunista con sus tentáculos en diferente partes del mundo, que aplicaron las doctrinas socializantes al extremo de reemplazar al individuo por la ideología sin tomar en cuenta el costo en vidas, recursos y con la abierta convicción de que el Estado es la máxima expresión de justicia y redistribución de riqueza.

[cita]Son dos extremos de ese siglo XX que comienza con desesperanza y profundo dolor de una humanidad casi destruida con el horror de la guerra y que concluye con la esperanza plena de que no hay muros que contengan el espíritu del individuo, sus aspiraciones y la fuerza incontenible de la libertad. [/cita]

La Segunda Guerra Mundial, que fue más sangrienta que la primera, culminó con el fin de la época del totalitarismo germano e italiano. Sin embargo, consolidaría el proyecto soviético que, ante la incapacidad de mantener a sus ciudadanos, crea un muro que divide literalmente una ciudad, un país, un conteniente, en fin, al mundo. El “Muro de Berlín” no es una metáfora, fue una realidad que mantuvo contenidos a millones de individuos y no fueron pocos los que arriesgaron sus vidas tratando que cruzar a Occidente, como tampoco fueron pocos quienes la perdieron buscando la posibilidad de forjar su propio destino, la búsqueda eterna de su propia felicidad y esa libertad de elegir que se les había negado.

Estos hitos marcan el siglo XX de tal forma que nos deja ese una sensación pesimista; pero, al contrario, es de esperanza, como señaló el periodista e historiador Paul Johnson en torno a la década de los 70 en Occidente: “Aprendimos, una vez más, a valorar la importancia del mercado y del sistema capitalista que surge de él, para crear riqueza y libertad”, es una época de líderes extraordinarios que combatieron sin temor al proyecto totalitario soviético, nos referimos a Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II, líderes en una época compleja donde literalmente el mundo estaba a un botón de una guerra termonuclear.

La caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, es la apertura a un mundo de esperanza donde el libre tránsito hacia Occidente no tan sólo representaba trasladarse un par de metros, sino ejercer con fuerza y sin miedo la libertad, aquella fe en el individuo, explorar sus capacidades y concretar sus aspiraciones, la posibilidad de buscar su propia felicidad.

Son dos extremos de ese siglo XX que comienza con desesperanza y profundo dolor de una humanidad casi destruida con el horror de la guerra y que concluye con la esperanza plena de que no hay muros que contengan el espíritu del individuo, sus aspiraciones y la fuerza incontenible de la libertad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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