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El tablero que Putin juega en Ucrania

Eduardo Olivares
Por : Eduardo Olivares Doctorando Ciencias Políticas. Universidad de Manchester.
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La crisis política y bélica en Ucrania dista mucho de haber comenzado con la destitución del Presidente Viktor Yanukovych y, asimismo, no termina en absoluto en las fronteras de Crimea. Hay varias lecturas parciales de la situación. Algunos plantean que todo se reduce a que un proyecto energético de integración liderado por Rusia tiene como respuesta el ataque organizado y a gran escala de los líderes capitalistas occidentales (Estados Unidos, la Unión Europea) y sus instituciones (FMI), cuyos intereses económicos de un mundo unipolar estarían amenazados. Otros, en cambio, ven en la actitud del Presidente de Rusia, Vladimir Putin, los actos de un hombre desesperado que no observa que las ganancias de anexar Crimea son inferiores a las consecuencias que su país vivirá en términos económicos y políticos. No faltan quienes aún hablan de Rusia, Estados Unidos, Europa y otras banderas como actores monolíticos movidos por afanes unidimensionales.

En todo este debate han vuelto a aflorar las grandes etiquetas de mediados del siglo pasado: imperialismo occidental, Guerra Fría, Unión Soviética. Las dos décadas transcurridas desde “el fin de la historia” se han convertido en apenas dos segundos.

Rusia no es Putin, sino un país de 142 millones de habitantes con la mayor extensión territorial del planeta. Eso sí, la mayoría de esos habitantes apoya a Putin. Y aunque a varios les agrade jugar al acomodo de situaciones paralelas, Rusia no es la Unión Soviética.

Vladimir Putin es un líder carismático que ha dirigido el gobierno, en primer o segundo plano, desde los albores del año nuevo de 2000, tras la renuncia de Boris Yeltsin. Sus primeras elecciones democráticas las ganó de inmediato, en los comicios anticipados de marzo de 2000. Desde entonces ha liderado un proyecto de reencanto con la identidad nacional, apoyado en una situación económica próspera en un país que tambaleó en sus primeras incursiones con la economía de mercado tras la desintegración de la Unión Soviética.  Algunos adláteres de los valores democráticos lo acusan de autoritario, por sus restricciones al trabajo de la prensa, leyes y declaraciones discriminatorias contra minorías sexuales; la persecución a opositores políticos, y su control sobre los aparatos de inteligencia (él mismo fue un agente de la desaparecida KGB).

En el plano internacional, la agenda más ambiciosa de los gobiernos de Putin es la creación de la Unión Euroasiática, que es espejo de la antigua zona de control soviético. Es también un esfuerzo por equilibrar el balance de poder con la Unión Europea. Pero ni la Unión Europea es un conjunto homogéneo de políticas e intenciones, ni una soñada Unión Euroasiática podría ser un rebaño de Rusia. Hasta ahora, la Unión Euroasiática existe sólo como proyecto, cuyos primeros bosquejos se trazan hoy por medio de una unión aduanera. Putin ha intentado convencer a los líderes de los gobiernos de Armenia, Azerbaiyán, Kirguistán, Moldova, Tayikistán, Uzbekistán e incluso Georgia por entrar al grupo. De todos, no obstante, ninguno era más importante que Ucrania. También los líderes de Europa occidental han cortejado a las autoridades ucranianas, independiente del signo ideológico.

El gobierno de Yanukovych se decidió por un mayor acercamiento a Rusia a fines de 2013, desechando asociarse a la Unión Europea, y entonces empezó el descalabro. Las protestas de un sector de la población, avaladas por los gobiernos de Europa occidental y Estados Unidos, acabaron con Yanukovych fuera del poder. Para Putin, la resolución del Congreso ucraniano que destituyó a Yanukovych carece de legitimidad. Para Washington, en cambio, se trató de una acción soberana de las autoridades ucranianas. Por cierto, aquí las lecturas difieran según la conveniencia de cada quien.

Porque así como Putin defiende un espacio geopolítico que le dé influencia y control a su país sobre mayores territorios y recursos, los gobiernos de Estados Unidos y Alemania —los más activos hasta ahora— buscan lo mismo a expensas de Rusia. Si Barack Obama se hiciera un examen de conciencia exento de hipocresía, no diría tan ligeramente que la invasión rusa en Ucrania es una violación de las leyes internacionales. No sin razón, el propio Putin respondió que Estados Unidos no es el más indicado para exigir a otros el respeto del derecho internacional tras las invasiones a Irak y Afganistán. De hecho, los ataques con drones teledirigidos por militares americanos en países como Pakistán y Afganistán, condenados también por Amnistía Internacional por tratarse de asesinatos ilegítimos, desintegran la base moral desde la cual situar las críticas.

¿Es cierto, entonces, que el objetivo de las llamadas potencias occidentales es sofocar el surgimiento de nuevos liderazgos que desafíen la arquitectura capitalista dominante? Sí, y es lógico que así lo deseen sus actuales gobiernos. Pero eso no significa que liderazgos alternativos sean per sé benévolos.

Si Putin busca consolidar la llamada área de influencia rusa, ya parece estar indicando el camino que tomará. Ha dicho que como existe un acuerdo de cooperación militar con Ucrania, si quien él considera el presidente legítimo de ese país, Viktor Yanukovych, solicita ayuda, Moscú podría prestársela. Es un mensaje claro de que ningún líder anti Putin (o en jerga llana, antirruso) podría ascender al poder en ningún régimen del Cáucaso.

En segundo lugar, Putin ha dado luces de que un referendo puede ser útil para resolver la cuestión de Ucrania, en un claro signo de que respalda la idea de que Crimea se separe totalmente de Ucrania. Da lo mismo si termina anexada oficialmente después a Rusia: lo importante es lo que se conoce como anexión “suave”, un modelo ya practicado por Rusia con Abjasia y Osetia del Sur tras la secesión de estas repúblicas de Georgia, o en cierta medida con Transnistria, una tripa territorial separada de facto de Moldova.

En tercer lugar, Putin está elaborando una doctrina más profunda relacionada con la defensa de los rusos en el exterior. En el caso ucraniano, planteó que su gobierno no podría quedarse “de brazos cruzados viendo cómo comienzan a perseguir [a la población rusoparlante, aniquilarlos o abusar de ellos”. Los rusos componen casi el 60% de la población de Crimea, pero también tienen presencia relevante en otras regiones orientales del país. El asunto no se circunscribe a Ucrania. En los países bálticos —los primeros en conseguir la independencia de la Unión Soviética a inicios de los 90—, la población de origen ruso es gravitante. En Estonia, uno de cada tres habitantes de ruso, pero en su capital, Tallinn, casi la mitad tiene esas raíces. En Letonia, a fines de los 80, apenas la mitad de su población era letona. Hoy los rusos también representan un tercio de la población total, y más del 40% en la capital, Riga. Estonia y Letonia tienen mayorías rusas en sus provincias más orientales, con ciudades como Narva y Daugavpils donde el ruso es la primera lengua hablada. En Lituania hay un menor porcentaje de rusos, y los lazos son en su mayoría comerciales y turísticos (sobre todo entre la ciudad lituana de Klaipeda y el exclave ruso de Kaliningrado). Tanto Estonia como Letonia han implementado políticas que prohíben el ruso como lengua oficial en distintos niveles (educación, funcionarios públicos, etc.), lo que ha causado las protestas de los rusoparlantes. ¿Cuál podría ser la situación si esos ciudadanos, muchos de ellos sin pasaporte estonio o letonio, solicitan la intervención de Moscú tal como Putin está diseñando para Crimea?

Hasta ahora, lo menos probable es que se desate una guerra. Más que el honor de los países, aquí se juegan billones de dólares de empresas y millones de votos de ciudadanos. Putin ha dejado claro a los políticos antirrusos de Ucrania que ni siquiera ese país, el mayor de las repúblicas soviéticas tras Rusia en los tiempos de la Guerra Fría, puede desentenderse de Moscú. Más allá de las bravatas públicas, los gobiernos ni de Estados Unidos ni de Alemania ni del Reino Unido parecen estar en posición de exigir mucho. Desde la perspectiva dominante occidental, algunos podrán cuestionar que si se le permite a Putin avasallar así a sus vecinos se repetiría el error de Neville Chamberlain con Hitler en 1938. Desde la perspectiva dominante en el Kremlin, se trata de la única manera de que los intereses rusos sobrevivan.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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