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Música chilena en las radios: la ley de los que sobran

Benjamín Walker Echenique
Por : Benjamín Walker Echenique Músico, compositor y estudiante de Derecho de la Universidad de Chile.
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A varios les ha llamado la atención la campaña de la ARCHI contra la ley del 20% de música chilena en las radios, sin embargo, las dimensiones de esta discusión no han sido aterrizadas en la opinión pública, no siendo más que un debate ajeno entre los intereses de los artistas y de los radioemisores. Existen importantes consecuencias de dicho proyecto como también razones de por qué es una situación que amerita nuestra atención y opinión, hasta el punto de encontrar preocupante ver como el pasado enero senadores autoproclamados “progresistas”, como el presidente del PPD Jaime Quintana, votaron en contra de esta ley (3 en contra y 2 a favor).

El año 2010 se tramitó, con posterior aprobación en la Cámara de Diputados, un proyecto de ley que no pasó desapercibido a ojos de músicos, compositores e intérpretes, como también de medios de radiodifusión. Se trata del proyecto de ley que exige como requisito a las radios de nuestro país emitir al menos un 20% de música o interpretación nacional en la programación. La polémica se desató por lo dura que sería una “imposición” de ese tipo, principalmente en cuanto a las libertades que se ven comprometidas en relación a las líneas editoriales de las radios, como planteó el ex-ministro Luciano Cruz-Coke. ¿Será esta una medida justificable para salvar el débil mercado de música local? La práctica comparada nos dice que sí, y nos da una buena perspectiva del error que significa dejar en manos de la voluntad del mercado el destino de la producción y difusión de música local, en términos de hacer efectivo el incremento del patrimonio cultural de la Nación y el acceso a este.

Hoy es claro, nos enfrentamos a una gran dificultad y la disposición del mercado ha significado una mínima difusión de la música nacional a través de radioemisoras a lo largo del país (proporción de 8,5% contra un 91,5% en relación con la música extranjera que se transmite), y se trata precisamente de que el espectro radioeléctrico (las ondas electromagnéticas que nos permiten escuchar radio), de propiedad estatal y sujeto a concesiones, es de carácter limitado, o sea, podemos tener solo un número determinado de radios emitiendo programación (un poco más de 1200 radios que forman parte del dial en el país). Tal dificultad se convierte en problema si sumamos que el factor que define el contenido es la lógica de mercado de la mano de una serie de prácticas con resultados excluyentes: la publicidad y lobby de las compañías y producciones transnacionales que llegan a las radios terminan por desplazar las producciones locales, que no tienen los recursos para defenderse en tal desigual competencia. Ya hubo duras consecuencias en el ámbito de la producción musical durante la última década con el abandono de los sellos discográficos más importantes a nivel internacional (Sony Music, Universal, EMI y Warner) que no encontraron rentabilidad en la distribución y producción de música chilena. Los síntomas son claros, y en la medida en que dejamos que sólo sea la música rentable (extranjera) la que acapare todo el espacio de programación, estamos dejando morir a una minoría (música nacional) que de cierta forma representa nuestra identidad y todo aquello que a nosotros nos acontece como país, en la medida en que a través de los distintos géneros musicales que se generan desde lo local logramos expresar tanto sentimientos como  puntos comunes que nos ayudan a mirarnos a nosotros mismos.

Frente a esto los más escépticos dirán -y no me cabe duda de que es argumento de radiodifusores- que dicha minoría no tiene espacio porque simplemente la música nacional es mala y por ende no se escucha. Pero, ¿será que no se entrega espacio porque la oferta es poca y mala? ¿O será que la oferta es poca y mala porque no se entrega suficiente espacio? La experiencia de países con un actual porcentaje de consumo musical local altísimo demuestra que el problema parte por un tema de difusión, y para efectos de la columna nos centraremos en Brasil, cuya realidad es perfectamente comparable a la nuestra en periodos distintos de tiempo.

Durante la época de los 50 la situación de Brasil no era muy distinta a nuestra actual contingencia en términos de consumo de música local. Para ese entonces, en Brasil se transmitía en su gran mayoría música importada, especialmente boleros. Enfrentándose a esa realidad, el gobierno tramitó un proyecto de ley que obligaba a las radios a mostrar al menos un 50% de música brasileña (altísimo si miramos el 20% que se quiere instalar aquí). Esta nueva condición obligó a las radios a subir la demanda de música local (había que llenar estos espacios con una cantidad de canciones que no existían en el mercado), lo que condicionó a aumentar el nivel producción (y la cantidad de productores por estímulos tributarios para que los sellos transnacionales invirtieran en producción brasileña) abriendo espacio para un gran número de intérpretes y compositores que encontraron un campo laboral fértil donde mostrar y producir sus creaciones. En esa misma época jóvenes de los barrios cariocas de Copacabana e Ipanema, entre los que están Antonio Carlos Jobim, Vinicius de Moraes y Joao Gilberto, comenzaban a impartir un estilo que se conocería como “el ritmo nuevo” o bossa nova. El enorme espacio de difusión que coincidió con el inicio de este hito musical ayudó a popularizar la música de raíz brasileña a tal punto que la valorización por lo propio desencadenó una apertura a muchos otros estilos musicales e intérpretes que hoy no son sólo estandartes de la cultura de Brasil, si no que son artistas respetados y escuchados en todo el globo (cantantes como Frank Sinatra vendían discos enteros de música brasileña). Está demás decir que eso no sólo marcó una valorización en el ámbito musical, ya que Brasil vive del consumo de su propia cultura y eso está a ojos de cualquiera: supieron explotar y valorar un sentido propio de identidad a tal punto que hoy dicha ley esta derogada ya que el porcentaje de música brasileña que se emite en la radios supera la cuota establecida gracias a la demanda de su propia música.

El fenómeno cultural que causó el aumento de difusión no solo es defendible con el caso brasileño (se podría argumentar, claro está, que el nivel demográfico de ese enorme país tiene una ventaja comparativa en relación a Chile para abrir mercados rentables). Las políticas públicas que buscan equilibrar la desigual difusión y proteger los bienes culturales han sido aplicadas con éxito por países como Uruguay, Argentina, Sudáfrica, Australia, Nigeria, Filipinas (no se exige un porcentaje si no que está la obligación de mostrar cuatro obras de artistas filipinos cada hora), Francia, Canadá, Israel, Jamaica y México (todos exigiendo más que sólo el 20%). En fin, la misma experiencia chilena también nos sirve de ejemplo. ¿Alguien pensaría que de no ser por el mismo tipo de regulación (la ley 19.131 le exigió a los canales un 40% de producción nacional) no tendríamos teleseries y novelas nocturnas en casi todos los canales nacionales? Efectivamente, de no ser por dicha iniciativa sólo escucharíamos acentos venezolanos y mexicanos viniendo de nuestra televisión a la hora de comida. Hoy ya ni siquiera se hace por respetar la medida, si no que se volvió un negocio rentable y pedido por la audiencia.

Así, además de la efectividad comparada de la ley, el porcentaje se justifica tanto por lograr suplir las barreras de mercado que implica la posición dominante de la disqueras internacionales (desde un punto de vista de regulación mercantil), como también por disminuir el perjuicio que radica en la nocividad que tiene la poca difusión de música chilena para efectos del incremento de patrimonio cultural que el Estado debiera proteger. Se debe ponderar tanto los intereses de quienes tienen la concesión radial como también los intereses de una industria que hoy no da respaldo a los artistas. ¿Se justifica protegerlo? Pues claro, no estamos hablando de cualquier tipo de proteccionismo, potenciar la industria musical chilena tiene consecuencias positivas tanto para los músicos/intérpretes/autores en términos de sostener un medio en el que puedan vivir de su vocación artística, como también para nuestra identidad nacional y cultural, la que por supuesto encuentra un foco importantísimo en la música. ¿Prefieren dejar nuestras creaciones como parte del pintoresco folklore en un museo? ¿O prefieren acaso vivir de nuestra propia cultura? Me atrevo a pensar que nadie quiere que las radiodifusores y las transnacionales decidan por nosotros.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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