Fue a comienzos de febrero donde su nombre volvió a cobrar relevancia, debido a los errores amateurs del ministro Rodrigo Peñailillo y su equipo en los nombramientos de los subsecretarios e intendentes. Emergió entonces como “el profesional” encargado de, ahí en adelante, poner rigurosidad. Se colocó su traje preferido –negro y camisa blanca–, mandó mensajes por la prensa y estableció un “severo” sistema de chequeo de datos y un manual de cortapalos para evitar nuevos desaguisados en las designaciones de tercer y cuarto nivel, como gobernaciones y seremis.
Su historia es como la de Humphrey Bogart, ese romántico y eterno perdedor, aunque sin glamour ni miramientos. A inicios de los 90, tuvo que hacerse responsable de cerrar un boliche que terminaba su ciclo, la Izquierda Cristina (IC), con toda la carga que ello implica: cerrar la puerta y, con su propia cuenta corriente, hacerse cargo de las deudas. Entonces, ingresó junto a Luis Maira al PS, y en particular a la corriente que, por aquellos días, con prácticas de partido totalitario –la Franja, después Nueva Izquierda (NI)–, iba en vías de transformarse en la principal corriente interna del recién unificado socialismo chileno.
Ya en la segunda mitad de aquella década aparecía como uno de “los operadores” principales de la NI cuyo liderazgo férreo ejercía Camilo Escalona. Fue encargado de los asuntos electorales del PS y en esa condición, en 1997, entregó cinco cupos a diputados al PPD, a cambio de uno a senador para Camilo Escalona, lo que desató la primera gran polémica interna del PS. Se cuenta que, cuando llegó a la reunión de tendencia, justificó su decisión señalando: “Aquí está el próximo Presidente de Chile”. Por años siguió siendo “el experto electoral” del partido, el que, sin embargo, siguió –desde 1997 en adelante y hasta que apareció Michelle Bachelet– teniendo resultados electorales bastante mediocres.
[cita]Y si bien en el PPD, y salvo la queja de liderazgos locales, su gestión dejó la sensación de amplitud y transversalidad en las designaciones de gobernadores, no ocurrió lo mismo en el PS, donde no sólo cambió nombres y favoreció ampliamente a su corriente interna –cerca del 60% de los gobernadores y seremis pertenecen a ella sin que tenga ningún senador en ejercicio y dejando sin gobernadores a hombres emblemáticos, como Carlos Montes, Juan Pablo Letelier, Rabindranath Quinteros y Alfonso de Urresti–, sino que él mismo no aplicó sobre algunos de los postulantes su propia cartilla de requisitos. [/cita]
En los eventos del PS se le observaba siempre explicar, casi con desidia y mal humor, sus análisis a una muchedumbre heterogénea donde a la mayoría sólo le interesaba “su cupo” en la próxima elección. Su fobia a “las masas” viene, tal vez, de allí, o de las románicas lides internas, donde siempre había que “faenarse” a alguien, o de su proximidad con Escalona, otro con una visión trágica y que “sufre” en la cosa pública. En esos escenarios Aleuy aprendió a no mezclar amistad y política, pues siempre es mejor no conocer la cara de quien vas a tener que “plancharte”. Eso fortaleció su concepción de la política como “una pega” ingrata, pero profesional, necesaria, que debe desarrollarse con el máximo rigor y lealtad, cuestión que lo hizo primero el hombre de confianza de Escalona –lo que generó el rompimiento con su hermano Simón en 2008– y, ahora, uno de los favoritos de la Presidenta que, hoy por hoy, lo tiene encumbrado como uno de los hombres fuerte de La Moneda.
Era fines de marzo de 2008, caían las hojas en Parral, donde se desarrollaba el XXVIII Congreso del PS en Panimávida, él mismo en que la Presidenta llamó a “respaldar la gestión de Escalona” y que generó una abierta disputa con Isabel Allende y la disidencia socialista. Eran cerca de las cuatro de la madrugada y en esas votaciones que se extendían hasta el amanecer Aleuy, junto a Carmen Gloria Allende, cada uno ocupando un puesto estratégico en los costados de las filas de los delegados, se encargaban de “orientar” la votación, lo que incluía pasearse por las filas revisando y chequeando a cada uno de los militantes. Aquello que para la minoría libertaria presente parecía una imagen casi kafkiana, sacada de las novelas de Orwell, Grossman o Solzhenitsyn, era, no obstante, muy efectiva: la Nueva Izquierda y sus aliados ganaron, de principio a fin, todas las votaciones relevantes que se realizaron a lo largo del extenuante certamen. El método Aleuy resultaba francamente efectivo.
Cuando la derecha ganó el gobierno fue el encargado en la corriente de Escalona de mantener contacto permanente con la ex Presidenta, mientras ésta estaba en ONU Mujeres, y responsable de evacuarle informes periódicos sobre la contingencia chilena. Y si bien la actual mandataria a veces pasaba meses sin dar señales de vida, Aleuy cumplía profesionalmente su misión, con extrema cautela y reserva. Terminó ingresando rápidamente a su comando y luego fue número fijo para ocupar un cargo de peso en La Moneda.
Fue a comienzos de febrero donde su nombre volvió a cobrar relevancia, debido a los errores amateurs del ministro Rodrigo Peñailillo y su equipo en los nombramientos de los subsecretarios e intendentes. Emergió entonces como “el profesional” encargado de, ahí en adelante, poner rigurosidad. Se colocó su traje preferido –negro y camisa blanca–, mandó mensajes por la prensa y estableció un “severo” sistema de chequeo de datos y un manual de cortapalos para evitar nuevos desaguisados en las designaciones de tercer y cuarto nivel, como gobernaciones y seremis.
Como el hombre fuerte de Interior intervino entonces los gobiernos regionales –ya en el PS había desempeñado el papel de “encargado de daños colaterales”– y conocimos entonces la famosa “cartilla”–los nuevos requisitos exigibles– que se distribuyó entre los intendentes para que aplicaran a los aspirantes a cargos en la administración del Estado.
Ello, más una estrategia comunicacional destinada a demorar los nombramientos y hacerlos simultáneos con el traspaso de mando, de modo que, si había nuevos errores, pasaran inadvertidos en medio de la fiesta, pues debían evitar los desaguisados anteriores que pudieran seguir salpicando al gobierno y la Presidenta. También, y, tal vez sin proponérselo, se le entregó al nuevo subsecretario de Interior un poder que hasta ahora nadie había tenido: el del veto. Y Aleuy, como un buen profesional de la política burocrática, lo ejerció a cabalidad.
Como es costumbre, la “operación” la inició Camilo Escalona durante el fin de semana anterior, quejándose latamente sobre el supuesto maltrato recibido de parte del nuevo gobierno, señalando, además, que no aceptaría ninguna embajada ni cargo fuera del país y que “resistiría”, como tantas veces lo hizo en el pasado. Y el resto corrió por cuenta de Aleuy. Y si bien en el PPD, y salvo la queja de liderazgos locales, su gestión dejó la sensación de amplitud y transversalidad en las designaciones de gobernadores, no ocurrió lo mismo en el PS, donde no sólo cambió nombres y favoreció ampliamente a su corriente interna –cerca del 60% de los gobernadores y seremis pertenecen a ella sin que tenga ningún senador en ejercicio y dejando sin gobernadores a hombres emblemáticos, como Carlos Montes, Juan Pablo Letelier, Rabindranath Quinteros y Alfonso de Urresti–, sino que él mismo no aplicó sobre algunos de los postulantes su propia cartilla de requisitos.
Ya se han hecho públicos los cuestionamientos a varios gobernadores, como el recién nominado en Antofagasta, el mismo que el día en que se votaban las primarias en Los Lagos, en la Comisión Política del PS aparecía como un acérrimo defensor de Escalona y crítico del presidente Andrade, que se hizo famoso por ser beneficiario Valech y cuya condición de víctima fue negada por las propias agrupaciones de derechos humanos de la nortina ciudad; lo mismo con la Gobernadora de Magallanes, quien fue formalizada por malversación de fondos en 2009, mientras ocupaba el cargo de Directora Regional del Servicio Nacional del Adulto Mayor, razón por la cual, mediante un procedimiento abreviado, debió devolver los recursos y además hacer donaciones a instituciones, así como otra gobernadora escalonista que tuvo que devolver el dinero de una boleta fraudulenta en O’Higgins; o como el nuevo Gobernador de Ñuble, Cristián Fernández –cercano a Navarro y Escalona–, suspendido de sus funciones por notable abandono de deberes; o el caso del PC Santiago Delgadillo, querellado por desvío de fondos de la Reconstrucción por el Consejo de Defensa Del Estado. Y eso que aún falta el análisis detallado de la constitución de los Seremis y direcciones regionales. Y es que estas inadvertencias son parte del método de construcción de poder de Aleuy, el profesional de la política y nuevo hombre fuerte de Palacio, que incluye poner a su gente sin demasiados miramientos en las estructuras burocráticas del Estado.