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Chiloé: los parientes pobres

Carlos Trujillo
Por : Carlos Trujillo Doctor en Literatura por la Universidad de Pensilvania, catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Villanova, EEUU.
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Un gran defecto mío es que puedo olvidar muchas cosas, puedo olvidarlo casi todo, pero me es casi imposible olvidar algo que dijo alguien, dónde lo dijo y en qué ocasión. Por eso siempre les recomiendo a mis estudiantes, “no me vayan a responder una estupidez” porque se la voy a recordar por el resto de su vida. Sin embargo, la estupidez que, en este caso, tuvo mucho de arrogancia, altanería y sentimiento de superioridad ante la multitud de seguidores que lo escuchaba en la Plaza de Armas de Castro, salió de la boca del entonces candidato presidencial Julio Durán Neumann. Yo era un muchacho de trece años y me encontraba allí porque qué más podía hacer en Castro un muchacho de esa edad sino ir a dar unas vueltas a la plaza. Estaba allí escuchándolo cuando de pronto oí que el candidato dijo: “Quiero decirles que yo soy igual que ustedes, que tengo sangre mapuche igual que muchos habitantes de esta isla. Mi nombre es, como ustedes saben, Julio Durán Neumán. Neumán, así como lo escuchan, con acento en la a”.


Desde muy niño sentí la tremenda diferencia que existía en la percepción de la gente de mi tierra entre lo que era ser de Chiloé o ser de Santiago, llamando santiaguino, en ese tiempo de mi infancia, a todo aquel que era “del norte” o “del continente”. Y tendrían que pasar años antes de que pudiera darme cuenta que los santiaguinos eran solamente los que vivían en Santiago, porque a la gente de otras provincias le pasaba más o menos lo mismo en su relación con los parientes ricos, es decir, los residentes en la capital.

Hijo menor de una familia de origen campesino, ambos padres con apenas dos años de escuela primaria, muy pronto empecé a ver cómo se movían las cosas en Castro (no digo Chiloé porque entonces sólo conocía mi ciudad), cuánta importancia tenía la gente que llegaba de afuera y cómo toda la gente importante procedía de la capital.

Mis padres, como gran parte de la población rural chilota de mediados del siglo XX, no sólo eran conservadores y tradicionalistas sino que eran fieles seguidores (votantes) del Partido Conservador Unido. Y en esa instancia, fue cuando empecé a confirmar que los chilotes no teníamos ninguna importancia y, lo peor de todo, que parecía ser que no teníamos ninguna posibilidad de destacar en nada ni siquiera en poder representarnos a nosotros mismos. No sé si en ese tiempo habré pensado “¡qué fatalidad la de nacer en Chiloé!”. Seguramente no, porque era muy pequeño y las cosas eran simple y llanamente así.

Cuando empezaba el tiempo de las campañas electorales llegaban los Correa Letelier, los Ochagavía Valdés, los Ossa Bulnes, los Aldunate Phillips, los Morales Adriasola, los Von Mühlenbrock Lira, y todos los dueños de unos rimbombantes apellidos que no existían entre los pobladores del archipiélago y que —como había ocurrido antes, seguiría ocurriendo después y seguirá hasta que los chilotes lo permitan— con su pinta y su labia y su gran porte y su voz engolada, llegaban a los más lejanos sectores del archipiélago con su palabra mesiánica contando, ufanándose y explicándoles a los chilotes por qué debían votar por ellos, aunque de nuestro archipiélago no conocieran, ni les interesara conocer, más que los nombres de unos cuántos políticos locales que se encargaban de hacerles las campañas para ganar su cuotita de poder y para sentirse, de alguna manera, más cerca del cielo, es decir, de la clase política santiaguina.

Cierto cambio de rumbo

Al filo de los setenta, para ser más específico, en la elección parlamentaria de 1969 pareció que el asunto había empezado a cambiar. En otras palabras, pareció que los chilotes se habían puesto las pilas o que a Santiago le había dejado de importar Chiloé, puesto que los diputados elegidos fueron René Tapia Salgado, Manuel Ferreira Guzmán y Orlando del Fierro Demartini, y, al menos, los dos primeros habían criado sólidas raíces en Castro y Ancud, respectivamente. Pero en el Senado seguía dándose la misma tónica de siempre. Los senadores que representarían a Chiloé, Aysén y Magallanes eran Fernando Ochagavía Valdés, Salvador Allende Gossens, Raúl Morales Adriasola, Juan Hamilton Depassier y Alfredo Macario Lorca Valencia, ninguno de ellos nacido en la zona ni con residencia en esas latitudes.

[cita]Un gran defecto mío es que puedo olvidar muchas cosas, puedo olvidarlo casi todo, pero me es casi imposible olvidar algo que dijo alguien, dónde lo dijo y en qué ocasión. Por eso siempre les recomiendo a mis estudiantes, “no me vayan a responder una estupidez” porque se la voy a recordar por el resto de su vida. Sin embargo, la estupidez que, en este caso, tuvo mucho de arrogancia, altanería y sentimiento de superioridad ante la multitud de seguidores que lo escuchaba en la Plaza de Armas de Castro, salió de la boca del entonces candidato presidencial Julio Durán Neumann. Yo era un muchacho de trece años y me encontraba allí porque qué más podía hacer en Castro un muchacho de esa edad sino ir a dar unas vueltas a la plaza. Estaba allí escuchándolo cuando de pronto oí que el candidato dijo: “Quiero decirles que yo soy igual que ustedes, que tengo sangre mapuche igual que muchos habitantes de esta isla. Mi nombre es, como ustedes saben, Julio Durán Neumán. Neumán, así como lo escuchan, con acento en la a”.[/cita]

Habría que decir que se percibía cierto intento de cambio en este aspecto. Las provincias y las regiones parecían estar tomando fuerza y eso hacía más difícil que los políticos de carrera (más rápidos y elegantes que los caballos) fueran todo sueltos de cuerpo a meterles el dedo en la boca.

Y hablando de meter el dedo en la boca es bueno reconocer que a veces los mismos coterráneos les ayudan a esos señores a meterles el dedo, la mano y el brazo entero a los ciudadanos más humildes, que, en la mayoría de los casos, pertenecen a su mismo partido político, aceptando como verdad la mentira más grande –una mentira tonta, además– para que el candidato se embolsique algunos votos tocando la sensibilidad de la gente del lugar.

Un gran defecto mío es que puedo olvidar muchas cosas, puedo olvidarlo casi todo, pero me es casi imposible olvidar algo que dijo alguien, dónde lo dijo y en qué ocasión. Por eso siempre les recomiendo a mis estudiantes, “no me vayan a responder una estupidez” porque se la voy a recordar por el resto de su vida. Sin embargo, la estupidez que, en este caso, tuvo mucho de arrogancia, altanería y sentimiento de superioridad ante la multitud de seguidores que lo escuchaba en la Plaza de Armas de Castro, salió de la boca del entonces candidato presidencial Julio Durán Neumann. Yo era un muchacho de trece años y me encontraba allí porque qué más podía hacer en Castro un muchacho de esa edad sino ir a dar unas vueltas a la plaza. Estaba allí escuchándolo cuando de pronto oí que el candidato dijo: “Quiero decirles que yo soy igual que ustedes, que tengo sangre mapuche igual que muchos habitantes de esta isla. Mi nombre es, como ustedes saben, Julio Durán Neumán. Neumán, así como lo escuchan, con acento en la a”.

¡Qué cara dura la de los políticos!, dije yo, y me quedé con la frasecita guardada para el bronce. No les importa, en un discurso, tener que cambiar su apellido alemán por un apellido que lo conecte a la zona donde se encuentra, para ganar a la mala, como los pícaros que son, unos cuántos votos. Y debo decirles que tras ese “Neumán”, el tal Durán Neumann sacó una buena cantidad de aplausos de sus seguidores.

Los días nuestros

Cuando se recuperó la voz del voto popular, tras el largo período de la dictadura, imagino que (o, al menos, es lo que quiero creer) los jóvenes chilotes como los de cualquiera otra provincia del país de fines de los setenta se habrán hecho ciertas ilusiones de lo que se venía, de lo que se podía creer, de lo que se podía crear. Y, tal vez, dentro de esas ilusiones una no menor debe haber sido: “Ahora podremos elegir a nuestros propios representantes, a los que se han hecho aquí, son parte de esta tierra y conocen sus problemas y sus necesidades”. Sin embargo, cuando echamos una mirada a las últimas décadas, nos damos cuenta que, en vez de avanzar, lo que hemos hecho es retroceder.

Nuestra región, que hasta hace unos años abarcaba de Valdivia a Chiloé, ha tenido entre sus representantes a los senadores Gabriel Valdés Subercaseaux, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Andrés Allamand Zavala, Sergio Páez Verdugo, Marco Cariola Barroilhet, Camilo Escalona, y, en estos días, ha asumido Iván Moreira Barros. ¿Qué es lo que une a todos estos señores es lo que me pregunto yo? ¿Cuál es el interés tan grande que han tenido de venir a representar a esta zona tan alejada de la capital y “de gente tan poco instruida” que no puede ni siquiera nominar a sus propios representantes? Y la respuesta, la respuesta que todos conocen pero que por apremios partidistas o por temor se acostumbra a callar es: a estos señores les importa un comino la región. Ninguno de ellos ha nacido ni tiene residencia en la región, aunque entre cláusulas por aquí y cláusulas por allá, creadas por ellos mismos, tienen la sartén por el mango para demostrar tener residencia en un lugar en el que en toda su vida no han pasado más de un mes o un par de meses si contamos todos sus viajes.

Capítulo aparte es el del señor Escalona, de prolongada y exitosa carrera política. Fue senador por allá, por acullá y por aquí. Es decir, no es ciudadano de una ciudad, una provincia ni una región sino que –como muchos otros, pero es el ejemplo más cercano para mis coterráneos– es ciudadano de donde lo pongan o, mejor dicho, de donde le aseguren que va a ser elegido por amplia mayoría, porque al señor Escalona no le gustan las primarias cuando olfatea que el elegido será otro. ¡Así le fue al hombre! Partió de mala gana para otra zona, rumiando rabia y frustración, y así le fue. Ojalá ese resultado sea un indicio de que los votantes chilenos han empezado a enmendar el camino, a votar por quien quieren, por quien creen que los va representar mejor, por quien es el mejor candidato o candidata para ellos y no por aquél o aquélla que les impone un grupo de señorones reunidos en algún caserón histórico o en algún lujoso hotel santiaguino.

¿Cuándo será que la tan cacareada democracia llegue a los partidos políticos y se entronice en ellos? ¿Cuándo las directivas nacionales de los partidos permitirán que su gente haga valer su voz, oír sus problemas y propiciar ideas que impulsen el desarrollo de su tierra? ¿Cuándo será que las elecciones dejen ser una competencia deportiva en la que el entrenador (las cúpulas políticas) muevan sus piezas para ganar el partido, sólo para ganar el partido, sin importarles ni un reverendo comino que tras ese triunfo los electores seguirán teniendo los mismos problemas, sumados a una tremenda frustración por haber tenido que votar por alguien que desde un comienzo sabían que no los representaba.

Afortunadamente, en la Cámara de Diputados hemos tenido y seguimos teniendo representatividad real. Allí tuvimos a Claudio Alvarado y, hasta hace unos días, a Gabriel Ascencio, ambos nombres sumamente reconocidos en sus respectivos partidos políticos y coaliciones. Así como también, ambos llegaron a ocupar posiciones de gran importancia en la política nacional. Lo que quiere decir que los chilotes pueden ser candidatos para lo que se les ponga por delante. Y lo mejor de todo es que han demostrado que pueden hacerlo bien.

Hoy, con alegría, vemos a nuestra provincia representada por dos coterráneos: el diputado Alejandro Santana Tirachini (reelegido) y Jenny Álvarez Vera, la primera diputada en la historia de nuestra isla, y una diputada isleña. Estamos hablando de democracia, ¿no es así? Entonces vayan mis mejores deseos para estos coterráneos que nos habrán de representar allá en Valparaíso. Mis mejores deseos para ambos y, por favor, no olviden las razones por las que están allí ni teman defender lo que haya que defender por el bien de la isla y del archipiélago.

Bueno sería que en el Congreso Nacional, en vez de decir represento a este partido o a este conglomerado, se dijera simplemente soy diputado por Chiloé, soy diputada por Chiloé.

Y en una de ésas podría ocurrir que los todopoderosos de Santiago se dieran la tarea de empezar a pensar, nada más que empezar a pensar, que tal vez haya algún chilote o alguna chilota con la preparación necesaria para ocupar la Gobernación de Chiloé.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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