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La astucia de Michelle Opinión

La astucia de Michelle

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Esta resalta como el aspecto más destacado en sus primeros cien días de gobierno, ahora con desenfreno, antes con mayor pulcritud y cuidado por las formas, y cuya expresión más evidente en su administración anterior fue el evadir cada vez que pudo a los políticos profesionales. En ese sentido cabe recordar que, desde 2008 en adelante, solo soportaba a los presidentes de los partidos del oficialismo cuyas citas fueron metafóricamente bautizadas como “la junta”.


Mientras los medios evalúan el primer centenar de días de su gobierno y ponen en escena gráficas, porcentajes de cumplimiento de metas, hablan los expertos de uno y otro bando y se repite la letanía periódica de las evaluaciones de las promesas de campaña, quisiera poner el foco en su mayor atributo y lo que más resalta en sus tres primeros meses de gestión. Y, por qué no decirlo, la característica que más le gusta y la define, y de la que ha hecho gala, abiertamente, desde su reinstalación en Chile a partir de marzo de 2013.

Es el gobierno de Lagos y Michelle Bachelet irrumpe en la escena política nacional primero como ministra de Salud y luego de Defensa. Por entonces, es cuando concede una entrevista a La Tercera. El periodista la inquiere. La secretaria de Estado le confiesa que además de socialista y militante, ella es muchas más cosas. Dice que, por ejemplo, es médico y hace notorio su distanciamiento evidente con la profesión política. De repente resalta un atributo que, para varios, no pasó inadvertido: “Yo soy una persona capaz de actuar con astucia”. La frase la repetirá más tarde al mismo medio: “Soy más astuta que ambiciosa” y la acompañará a lo largo de su trayectoria pública, a la cual recurrirá permanente haciendo gala de esa característica.

También otros tomarán nota de ese ese distintivo: analistas políticos (María de Los Ángeles Fernández www.momwo.cl, 24/09/2012), candidatos presidenciales (ME-O: “El suyo es un silencio astuto”, 2/02/2013), así como periódicos (The Clinic: “Es una mujer muy astuta” 2/09/2009).

[cita]Será también muy astuta, según lo relata Ominami, cuando humilla uno por uno a los Barones del PS, en aquella famosa reunión en el departamento de Jaime Gazmuri, que provoca  el reclamo de los líderes allí presentes, cuyo enojo aplacará diciéndoles en los días siguientes, de uno en uno, relatos absolutamente diferentes; será nuevamente muy astuta cuando ponga de rodillas al resto de la clase política oficialista al presentarse sin mucho interés por una carrera presidencial  que ella “no buscó, ni quiso”, provocando la adhesión sin condiciones a su candidatura.[/cita]

Por ejemplo, será muy astuta cuando se victimiza ante la opinión pública al no cumplir el mandato de Ricardo Lagos de acabar con las colas en los consultorios, renuncia y la ciudadanía solidariza con ella: “Claro, a ella le exigen sólo porque es mujer”; o cuando se sube a un tanque y emite una señal potente al electorado de que ella puede mandar; lo mismo ocurrirá cuando al caer en el jeep que la transporta durante la parada militar, se sobrepone rápidamente ante los ojos de todo Chile y continúa pasando revista; será también muy astuta, según lo relata Ominami, cuando humilla  uno por uno a los Barones del PS, en aquella famosa reunión en el departamento de Jaime Gazmuri, que provoca  el reclamo  de los líderes allí presentes, cuyo enojo aplacará diciéndoles en los días siguientes, de uno en uno, relatos absolutamente diferentes; será nuevamente muy astuta cuando ponga de rodillas al resto de la clase política oficialista al presentarse sin mucho interés por una carrera presidencial  que ella “no buscó, ni quiso”, provocando la adhesión sin condiciones a su candidatura; Reiterará esa peculiaridad personal cuando deje caer sobre Andrés Zaldívar toda la responsabilidad del mal manejo gubernamental en julio de 2006, y repetirá dicha idiosincrasia en innumerables ocasiones y más abiertamente en la medida que transcurre su mandato. Por ejemplo, en septiembre de 2009 hace una cadena nacional donde decreta, por sí misma, el fin de la crisis económica que estaba lejos de acabarse. Se preocupará de dejar en Ominami la sensación de imparcialidad – no se la prometió– después de la cumbre privada por la disputa Frei-MEO, pero a los días siguientes ingresarán a la campaña del abanderado concertacionista no sólo su madre y su hijo, sino también los ministros más destacados de su gobierno.

En una época donde la política conservaba cierto aura de saber (la figura de Lagos es su blasón), y aún se proyecta como ejercicio del poder en proyectos de largo plazo, Bachelet, por el contrario, hace gala del manejo corto del mismo dejando que los demás se vayan con sus saberes a otra parte. Ella explora caminos menos sinuosos para salirse con la suya. Quizá la última argucia en ese sentido sea la reciente votación de la reforma tributaria, donde se las ingenió, con la complicidad de la UDI y el gran empresariado, para que no hubiera debate y los diputados oficialistas terminaran votando como regimiento. Un poco antes sucedió lo mismo con la comisión para la reforma de las AFP, tan heterogénea como improductiva (y donde dejó fuera a Cenda) y más recientemente con los nombramientos en el directorio de Codelco, cuya pericia en el negocio minero es similar a la mía en astronomía. Lo que se suma a la lógica de las designaciones que comenzaron con Interior y Hacienda, siguieron con los subsecretarios, dejando el mensaje  de que las sugerencias de los expertos (y quienes los proponen) pueden perfectamente esfumarse mientras sea ella quien gobierne.

Y es que su astucia resalta como el aspecto más destacado en sus primeros cien días de gobierno, ahora con desenfreno, antes con mayor pulcritud y cuidado por las formas, y cuya expresión más evidente en su administración anterior fue el evadir cada vez que pudo a los políticos profesionales. En ese sentido cabe recordar que, desde 2008 en adelante, sólo soportaba a los presidentes de los partidos del oficialismo cuyas citas fueron metafóricamente bautizadas como “la junta”. Hoy, con una Presidenta más empoderada, esa característica es más expresiva y se ha podido observar en casi todas sus decisiones, cuya escenografía es su tremendo respaldo ciudadano. Nombró el gabinete que quiso, lo que incluyó a su hijo cumpliendo funciones propias de las primeras damas en la tradición republicana, constituyó comisiones y promesas con buenos titulares pero con bajadas difusas, cerrándole el ingreso al Estado a la gente de confianza de Osvaldo Andrade, al punto que éste ha llegado a decir en privado que “estoy fuera del gobierno”, o el maltrato personal al propio Escalona. Más recientemente la humillación a la que fue sometido Mahmud Aleuy, por Peñailillo.

Es como si se tomara venganza cada vez que puede de quienes le pidieron (casi le exigieron) retornar a Chile para salvar a la alicaída Concertación. Cabe recordar que la Presidenta estaba en Nueva York, vivía muy bien y ocupaba un cargo relevante que cambió por una carrera presidencial que ganó cómodamente de principio a fin, pero sin mayor entusiasmo. Tal vez por ello, luego se cobró revancha  de sus principales adherentes  no dándoles el gusto en casi ningún nombramiento. Ahora los Walker, los Andrade,  Girardi, Gómez, se las han visto con ella y han tenido la oportunidad de comprobar personalmente su astucia.

En definitiva, la Presidenta, de formación médica y muy racionalista, ha terminado –a contrapelo de su formación laica y científica–, usando precisamente sus atributos no racionales –la emotividad– para ganarse  a la opinión pública, haciendo gala de una sagacidad no vista en anteriores mandatarios.

Ahora, una cosa distinta es interrogarse por las principales consecuencias de ese atributo, pues, más allá de que sus decisiones soberanas estén avaladas en su alto porcentaje de adhesión, es legítimo preguntarse si ella dejará un legado  perenne detrás de su impronta personal. En la tradición política donde siempre se aspira a dejar un legado o a continuar la obra iniciada, su actitud prescindente no deja, también, de ser una estrategia muy astuta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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