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Educación: ¿Movilidad social?

Ignacio Moya Arriagada
Por : Ignacio Moya Arriagada M.A. en filosofía, columnista, académico
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Todo paradigma tiene, en su inicio, una lógica y coherencia interna que la legitiman como fuente de certezas y soluciones (en el caso de la ciencia, un paradigma es una matriz que ofrece teorías y herramientas que a su vez nos permiten encontrar las respuestas a las preguntas que la ciencia se plantea). Esto dura hasta que empiezan a aparecer pequeñas inconsistencias que las herramientas ofrecidas por el paradigma no pueden solucionar. Pequeñas inconsistencias que al principio se tratan de corregir (o lo que es peor, ignorar), pero que poco a poco se van haciendo insostenibles (e imposibles de ignorar). Tarde o temprano estas inconsistencias se hacen tan grandes que ponen en peligro la continuidad del paradigma. Y, por lo tanto, si las herramientas y las perspectivas que ofrece el paradigma ya no permiten subsanar las contradicciones dentro del paradigma, entonces el paradigma entero cae y en su lugar nace uno nuevo.

A grandes rasgos, este es el proceso (con algunas licencias que me he permitido) que describe Tomás Kuhn en su libro “La Estructura de las Revoluciones Científicas” y se aplica, precisamente, a la historia de la ciencia. Lo que Kuhn hizo en su libro fue argumentar que la ciencia progresa cuando los paradigmas cambian (por ejemplo el modelo Ptolomeico entró en crisis producto de las muchas contradicciones que no pudo subsanar y fue por lo tanto reemplazado por el modelo Copernicano).

¿Qué tiene que ver esto con la educación? Mucho. Mucho porque esta idea (de las revoluciones paradigmáticas) se puede “desterritorializar” y aplicar al campo social. Al hacer esto, podemos afirmar que el paradigma social imperante entra en crisis cuando surgen dentro de la sociedad lo que en otras oportunidades he llamado densiones. Densiones que, si no se solucionan, terminan tensionando el sistema completo hasta llevarlo al punto de colapso.

La educación hoy forma parte de un sistema social (un paradigma) que promueve y facilita el uso de ciertos conceptos y la aplicación de herramientas que sólo tienen sentido dentro del paradigma. El “agarre” que ejerce este paradigma en todos nosotros es tan fuerte que muchos no nos damos cuenta de su poder y de cómo influencia nuestro pensar. El movimiento estudiantil ha colocado, como se ha dicho hasta la saciedad, el tema de la educación en la discusión nacional y gracias a ellos estamos hoy hablando de las profundas reformas (¿o revoluciones?) que la educación necesita. Pero lo que ocurre es que, salvo algunas excepciones, todos los cambios fundamentales que se le exigen al sistema educacional apuntan a solucionar problemas que el mismo sistema ha creado, sin cuestionar el paradigma (el sistema social) en sí. Es por esto que, en última instancia, los cambios propuestos siguen siendo serviles al sistema. Esto se debe a que dichos cambios no ofrecen una visión de lo que la educación, desde una perspectiva ideal, debiese ser.

Pero para que no haya confusión: los cambios propuestos son bienvenidos y muy necesarios. Es de esperar que el esfuerzo por llevarlos adelante rinda frutos porque ellos harán que la vida de millones de chilenos sea menos cruel y mucho menos inhumana de lo que ya es. Quien busque debilitar o cuestionar la legitimidad de las demandas estudiantiles se equivoca. Siempre va ser bueno y legítimo buscar mejorar la calidad de vida de las personas.

Sin embargo, y habiendo hecho esa aclaración, es útil observar que, por muy radicales que algunas de las exigencias puedan parecer, en el fondo tan radicales no son. Aún en el caso de las exigencias que más asustan a los defensores del status quo (fin de la selección, fin total del lucro lo que supuestamente implicaría el fin de la educación privada, “estatización”, etc), estas no ponen duda el gran paradigma dentro del cuál se mueve la educación. Esto se debe a lo siguiente: ¿Qué buscan, en el fondo, lograr estas reformas? Pues buscan asegurar un acceso equitativo a una educación de calidad. Que no exista discriminación, que no existan privilegios y que todo chileno, ciudadano de este país, pueda adquirir para sí las herramientas necesarias para asegurarse una vida digna.

Y aquí está, precisamente, el problema que quiero abordar. Todos estos cambios apuntan a un mismo objetivo: promover la movilidad social. Asegurar y permitir que los jóvenes chilenos puedan acceder a una mejor “calidad” de vida a través de la educación. Que puedan acceder a los mismos bienes sociales con los que los más afortunados ya gozan. A eso se reduce la educación. A una herramienta. A un medio. A un medio que permite alcanzar otro fin: salir de la pobreza y escapar de la marginalidad social. Esta argumentación se escucha con mucha fuerza, sobretodo desde la derecha. La educación es vista como la gran solución para la pobreza y la desigualdad. Es vista como la herramienta por excelencia y como la más efectiva para terminar con las injusticias sociales. Si queremos disminuir la desigualdad, el discurso oficial nos dice que debemos asegurar educación de calidad a todos los chilenos por igual. Y en eso, pareciera, estamos todos. Tanto los supuestos radicales que quieren “estatizar” la educación como los neoliberales que quieren dejarlo todo en manos del mercado.

Pero todo esto (que la educación es una solución para ciertos problemas sociales) sólo hace sentido y parece lógico y coherente en la medida en que el paradigma en sí no se cuestiona. Es decir, si uno asume que los grandes niveles de desigualdad que el sistema crea se pueden solucionar perfectamente con las mismas “herramientas” que el sistema ofrece, entonces uno termina, invariablemente, validando el remedio y por consiguiente el paradigma completo. La solución opera así: si hay un problema dentro del paradigma, la solución se encuentra dentro del mismo paradigma por lo que cambiarlo es innecesario. Pero lo que pareciera que está ocurriendo es que el paradigma completo está haciendo crisis ya que el sistema no parece ofrecer respuestas a las múltiples contradicciones y densiones que están surgiendo dentro de él.

¿Será hora de cambiar el paradigma? Permítanme una reflexión. ¿Qué tal si construimos una sociedad con tales niveles de justicia y equidad incorporados en el sistema desde sus orígenes que la “movilidad social” deja de ser una necesidad de vida o muerte como es hoy? De lograr eso, la educación dejaría de ser vista, entendida y conceptualizada como un medio para moverse socialmente hacia “arriba”. No habría necesidad de “moverse” socialmente porque, independientemente de dónde uno nace en la sociedad, una vida digna nos estaría asegurada a todos. En esa sociedad, la educación sería vista como lo que debiese ser: un ejercicio que permite desarrollar nuestras potencialidades como seres humanos al máximo.

Hace un par de milenios ya, Aristóteles habló de la buena vida (lo que él llamó eudaimonia), como aquella vida que le permite al ser humano florecer al máximo de sus capacidades y poder desarrollarse como un ser humano pleno y completo. Este es el fin al que debe aspirar todo ser humano: una vida de excelencia y una vida acorde con la razón. Para él, cultivar las virtudes a través de los hábitos, las costumbres, la práctica y la educación eran claves a la hora de alcanzar la eudaimonia.

Nada más lejos de la forma en que muchos entienden la educación hoy día. El paradigma social imperante hace que la educación sea vista por muchos como el “remedio” perfecto para la enfermedad de la desigualdad (enfermedad que esta misma sociedad ha creado).

Pero una sociedad que, por definición, no crea desigualdad va dejar de ver a la educación como un “remedio” (después de todo, sin enfermedad, no hay necesidad de remedio). Con un nuevo paradigma social, la educación cumpliría su auténtico propósito. Propósito que, como dijo Aristóteles, es el de permitir que todo ser humano pueda desarrollarse y florecer para vivir la buena vida. Cuando un chileno decida estudiar ingeniería no porque esa carrera le va permitir “moverse” socialmente sino porque esa carrera es un fiel reflejo de sus intereses, capacidades e inquietudes, habremos cambiado de paradigma y habremos dado un gran paso adelante.

Pero mientras la educación se siga entiendo como una “herramienta” para la movilidad social, entonces el sentido profundo de lo que educación debiera ser nos permanecerá por siempre oculto.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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