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Acreditación de carreras necesarias para el aseguramiento de la calidad

Rafael Rosell Aiquel
Por : Rafael Rosell Aiquel Rector de la Universidad Pedro de Valdivia
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Los jóvenes, cuando desean ingresar a la educación superior ,toman cada vez más en consideración, el hecho que una carrera está acreditada, y por último la internacionalización de la educación superior, que hoy es parte del desarrollo profesional, demanda ésta condición como un requisito básico. La oportunidad, de perfeccionarse en el exterior, sólo se logra si las universidades estamos en situación de suscribir convenios de cooperación académica con Casas de Estudios de prestigio. Por cierto, dichas Universidades exigen que las carreras estén acreditadas.


En medio del debate sobre la reforma educacional, han surgido planteamientos que sugieren la necesidad de analizar la mantención del proceso de acreditación de las carreras. Este es menos conocido que la acreditación institucional, pero eso no significa que no sea relevante para medir la calidad, es más, cada carrera que una universidad acredita pone en tensión a toda la organización penetrando hasta el último rincón del trabajo que se realiza en un programa en específico. En definitiva, asegurando efectivamente la calidad de la formación directa al estudiante.

En términos concretos nos referimos a la Ley 20.129 en su título III, que señala que esta acreditación tiene por objeto certificar la calidad de las carreras y los programas ofrecidos por las instituciones autónomas de educación superior, en función de los propósitos declarados por la institución que los imparte y los estándares nacionales e internacionales de cada profesión o disciplina.

Las instituciones de educación superior hace tiempo que están reguladas por esta normativa y conforme a ella se han esforzado en hacer todo lo necesario, para elevar la calidad de su quehacer en todas las áreas del conocimiento. Y esa es la verdadera función de todo proceso de acreditación: estimular por medio de un efecto inducido la promoción de la calidad; la búsqueda de ese fin pasa a ser consustancial al desarrollo de una determinada disciplina y eso es lo que le da sustento a sus egresados. No es el temor a una sanción, sino un anhelo por hacerlo mejor, por la satisfacción del trabajo bien hecho.

[cita]Los jóvenes, cuando desean ingresar a la educación superior, toman cada vez más en consideración el hecho de que una carrera está acreditada, y por último la internacionalización de la educación superior, que hoy es parte del desarrollo profesional, demanda ésta condición como un requisito básico. La oportunidad, de perfeccionarse en el exterior, sólo se logra si las universidades estamos en situación de suscribir convenios de cooperación académica con Casas de Estudios de prestigio. Por cierto, dichas Universidades exigen que las carreras estén acreditadas.[/cita]

La acreditación tiene sentido como proceso de acompañamiento hacia la excelencia y este –sin duda alguna– se expresa con mayor fuerza en la acreditación de carreras. En nuestra Casa de Estudio, el 73% de las carreras que impartimos se encuentran acreditadas, con un promedio de 4,5 años. Y este es el resultado de un esfuerzo sistemático y riguroso de toda la comunidad académica.

A pesar de la evidencia, han surgido argumentos que promueven la necesidad de modificar la normativa. Se aduce que el alto número de programas, (se afirma que serían 10.000, esta es una cifra que toma en cuenta la misma carrera que se da en forma diurna y vespertina y en varias sedes, no parece ser un buen parámetro) hace compleja la aplicación de estándares similares a todas las profesiones que se imparten. Además, se señala que la exigencia de acreditación de carreras no se justifica si está garantizada la institución de educación superior que la imparte.

Los argumentos señalados tienen al menos tres severas falencias: una es que la OCDE ha establecido el criterio de que la Acreditación Institucional y la acreditación de carreras son actos intrínsecamente distintos y el primero no subsume al segundo. Una excelente acreditación institucional no asegura los mismos estándares de calidad en sus carreras, sí viceversa, si no existe una profunda inconsistencia. Por otro lado los jóvenes, cuando desean ingresar a la educación superior ,toman cada vez más en consideración el hecho de que una carrera está acreditada, y por último la internacionalización de la educación superior, que hoy es parte del desarrollo profesional, demanda ésta condición como un requisito básico. La oportunidad, de perfeccionarse en el exterior, sólo se logra si las universidades estamos en situación de suscribir convenios de cooperación académica con Casas de Estudios de prestigio. Por cierto, dichas Universidades exigen que las carreras estén acreditadas.

Por último, cambiar las reglas del juego, cuando algo ha funcionado bien, implica generar nuevos riesgos de distorsiones en el sistema de educación superior y desperdiciar una experiencia que ha sido exitosa en la búsqueda de la calidad, de la cual tan poco se habla en estos días.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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