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Formación Inicial de Profesores y Trabajo Docente: desde la vocación a la deserción

Tatiana Díaz Arce
Por : Tatiana Díaz Arce Docente Titular UMCE
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¿Cuánto se prepara a los futuros profesores para hacer frente a una disyunción sustancial, como es el cambio cultural observado en las nuevas generaciones vs. la función eminentemente conservadora de la escuela?, ¿cuánto de la formación de profesores informa sobre las condiciones laborales de su futuro ejercicio profesional?, ¿cómo la formación de profesores transforma la representación de su rol como mera instrucción a un imaginario sobre la transformación social?, ¿cuánto logran intersectarse la formación de profesores y el ejercicio pedagógico de estos mismos en el sistema escolar?


Probablemente las diversas opiniones en torno a la educación chilena tienen en común el diagnóstico consensuado sobre su baja calidad. Los indicadores de tal diagnóstico hacen referencia a distintos aspectos; así, por ejemplo, se hace hincapié en el bajo rendimiento de los estudiantes en mediciones estandarizadas nacionales e internacionales, o en el alto nivel de segregación social del sistema escolar; en suma, a la escasa efectividad en la adquisición de habilidades necesarias para el desarrollo cognitivo, social y ético de las futuras generaciones en contextos de permanente cambio. Asimismo, también hay consenso en que un factor fundamental en cualquier transformación, con miras a mejorar la calidad de la educación chilena, involucra necesariamente a los profesores y educadores que se desempeñan en el sistema escolar. El rol fundamental de los docentes en cualquier proceso de cambio educativo ha sido reconocido no solo en la actual reforma educativa, sino que también fue subrayado en la reforma del área en la década de los 90. Sin embargo, a pesar del reconocimiento de la centralidad de los maestros, pareciera que las políticas públicas implementadas en los últimos 40 años no han logrado poner a los docentes en el lugar destacado en que los ubican los diferentes discursos sobre la materia.

[cita]¿Cuánto se prepara a los futuros profesores para hacer frente a una disyunción sustancial, como es el cambio cultural observado en las nuevas generaciones vs. la función eminentemente conservadora de la escuela?, ¿cuánto de la formación de profesores informa sobre las condiciones laborales de su futuro ejercicio profesional?, ¿cómo la formación de profesores transforma la representación de su rol como mera instrucción a un imaginario sobre la transformación social?, ¿cuánto logran intersectarse la formación de profesores y el ejercicio pedagógico de estos mismos en el sistema escolar?[/cita]

De acuerdo a un estudio de Juan Pablo Valenzuela (2014), el 40% de los titulados de carreras de pedagogía deserta al quinto año de haberse insertado en el sistema escolar. Las principales razones que explicarían este fenómeno sería el conjunto de factores estresores al que se ven enfrentados los profesores en el contexto del ejercicio de su profesión. La baja valorización social, las malas condiciones laborales, la excesiva carga de trabajo (cerca del 80% de las horas contratadas están dedicadas a la docencia en aula, lo que los obliga a seguir trabajando fuera del horario), la crítica social, el bajo salario, entre otros aspectos, podrían ser razones más que suficientes para considerar el abandono de la docencia como una posibilidad cierta. Por otra parte, estos mismos factores no sólo merman la vocación de los profesores noveles, sino que también van afectando paulatinamente sus condiciones de salud física y mental. Las patologías musculoesqueléticas o del aparato fonador son frecuentes entre los maestros; asimismo, los índices de depresión, los cuadros de ansiedad o de estrés son altos entre los maestros al compararlos con otros grupos de profesionales (Cornejo, 2007). En suma, en el marco de un horizonte tan poco alentador para los profesores novatos resulta predecible su eventual deserción, la que, a su vez, no está exenta de consecuencias psicoemocionales frente a una posible sensación de fracaso profesional; o peor aún, el sistema escolar podría estar poblado por un número significativo de profesores que se sienten frustrados ante el ejercicio altamente adverso de su profesión, afectando con ello la calidad de la educación que imparten.

En el escenario actual en el que la formación profesional es considerada como una inversión personal a mediano plazo, y en el que la calidad de los programas formativos de educación superior es medida, entre otros factores, por el nivel de rentabilidad de los mismos en la suma de años de ejercicio profesional, queda claro que un estudiante de pedagogía no tiene en mente tal concepción, ni dicho indicador o las “privilegiadas condiciones laborales” al momento de decidirse por ingresar a una institución de educación superior para convertirse en profesor. En la Encuesta Longitudinal Docente del año 2005, el 72% de las educadoras de párvulo que formaron parte del estudio reconoce haber puesto en primer lugar de postulación a la universidad a la carrera de la cual se titularon, ocurriendo lo mismo con los profesores de educación básica y educación media, con un 68% y 63%, respectivamente. Algunos pesimistas dirán que estos docentes postularon sólo a lo que el puntaje de la actual PSU les permitió, pero en algunas universidades, como la UMCE, el promedio de postulación a las carreras de pedagogía está habitualmente por sobre los 600 puntos, superando incluso a otras instituciones que ofrecen carreras que tradicionalmente atraen mejores puntajes.

Todos estos datos no hacen más que evidenciar que en el trayecto que se recorre entre ingresar a estudiar pedagogía hasta ejercer dicha profesión en el sistema escolar, se produce un fenómeno que va desde la vocación por ser profesor a la deserción de la profesión docente. El discurso público está profusamente poblado de referencias en torno al protagonismo de los profesores para mejorar la calidad de la educación, pero lamentablemente las políticas públicas no evidencian la misma abundancia a la hora de diseñar e implementar estrategias que en lo concreto releven tal trascendencia; y no se trata de subir las exigencias de ingreso a la carrera de pedagogía, mayores puntajes no garantizan mejores vocaciones, sino más bien se trata de repensar la educación que queremos y a los profesores que necesitamos, se trata de que el Estado considere en serio a sus profesores, que realmente los valore en el ejercicio de su profesión, tanto en lo sicosocial, como en lo laboral. Se trata de abandonar exigencias de desempeño asociadas a los resultados de mediciones estandarizadas que hacen del ejercicio de la pedagogía, en palabras del psiquiatra Claudio Naranjo (2007), una acción enajenante y enajenadora.

Asimismo, la academia debe considerar que el estudio minucioso del trayecto entre la vocación y la deserción es una de las estrategias imprescindibles para hacer de este tránsito un proceso verdaderamente formativo y pertinente a lo que será el ejercicio de la pedagogía, por ejemplo, ¿cuánto se prepara a los futuros profesores para hacer frente a una disyunción sustancial como es el cambio cultural observado en las nuevas generaciones vs. la función eminentemente conservadora de la escuela?, ¿cuánto de la formación de profesores informa sobre las condiciones laborales de su futuro ejercicio profesional?, ¿cómo la formación de profesores transforma la representación de su rol como mera instrucción a un imaginario sobre la transformación social?, ¿cuánto logran intersectarse la formación de profesores y el ejercicio pedagógico de estos mismos en el sistema escolar?

En síntesis, aún queda mucho por hacer para mejorar la calidad de la educación. Tanto la Sociedad, el Estado, como la Academia tienen tareas pendientes en torno a los docentes, y es de esperar que en esta reforma exista una visión autocrítica de procesos anteriores y no se insista nuevamente en pasarle examen únicamente a los profesores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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