Publicidad

Postulaciones a prekínder: esas leprosas familias nuevas

Leslie Nicholls
Por : Leslie Nicholls Psicóloga, Magíster en Psicología Clínica Doctorante en Psicoanálisis.
Ver Más

Creo personalmente haber sido testigo de varios actos que considero discriminatorios por el hecho de ser separada y laica, cualidades que yo suponía masivas a estas alturas del siglo XXI. Desde que se exige toda clase de antecedentes personales, curriculares, financieros, laborales (en uno de los colegios incluso una foto familiar de 10 x 15), hacen que ningún proceso sea amigable para una familia de una composición no tradicional. Y, seamos honestos, ser separada a estas alturas no es tener lepra, pero muchas familias optan por realizar pequeñas treguas para enfrentar este proceso.


Durante este último año me enfrenté a la lucha más curiosa de todas: encontrar un colegio para mi hija de cuatro años. Y cuando parto diciendo un año, realmente no exagero.

El proceso de búsqueda fue agotador e incluso frustrante. Cada colegio exige una cantidad de antecedentes, mayoritariamente financieros, que hacen de cada postulación un trámite engorroso y caro, pues cada postulación a un colegio “laico y bilingüe” (lo más parecido a postular a una beca a Oxford o Harvard hoy por hoy), asciende en promedio a los $40 mil pesos. Cifra que ningún colegio reembolsa, por cierto.

Las pruebas a las que se somete a niños y niñas de entre 3 y 4 años están muy lejos de lo que vimos en mi generación y antes. Se exigen habilidades sociales, habilidades numéricas, lógicas, lingüísticas. Otro idioma será bien considerado. Quien no cumpla con uno de esos patrones, es rechazado/a. Por los testimonios que compartí este año, en algunos colegios las parvularias incluso se aventuran con diagnósticos clínicos modernos a los padres y madres, de esos que un tiempo después exigen medicalización, o al menos la visita a una o más especialistas del área de la salud y educación que antes no existían.

[cita] Creo personalmente haber sido testigo de varios actos que considero discriminatorios por el hecho de ser separada y laica, cualidades que yo suponía masivas a estas alturas del siglo XXI. Desde que se exige toda clase de antecedentes personales, curriculares, financieros, laborales (en uno de los colegios incluso una foto familiar de 10 x 15), hacen que ningún proceso sea amigable para una familia de una composición no tradicional. Y, seamos honestos, ser separada a estas alturas no es tener lepra, pero muchas familias optan por realizar pequeñas treguas para enfrentar este proceso. [/cita]

Lo más impresionante, lo frustrante, fue la discriminación larvada a la que se somete a todas y todos los posibles apoderados. Creo personalmente haber sido testigo de varios actos que considero discriminatorios por el hecho de ser separada y laica, cualidades que yo suponía masivas a estas alturas del siglo XXI. Desde que se exige toda clase de antecedentes personales, curriculares, financieros, laborales (en uno de los colegios incluso una foto familiar de 10 x 15), hacen que ningún proceso sea amigable para una familia de una composición no tradicional. Y, seamos honestos, ser separada a estas alturas no es tener lepra, pero muchas familias optan por realizar pequeñas treguas para enfrentar este proceso. O sea, seguimos practicando el cinismo social, ese que después todos detestamos y condenamos públicamente.

Cuando leo la Declaración de los Derechos del Niño, todo el articulado que dice relación con que la educación es un derecho, veo una inconsistencia práctica con la realidad. Desde un principio pensé (ingenuamente) que tanto yo como mi hija tendríamos el derecho a elegir el lugar donde ella se educaría considerando nuestras posibilidades económicas, geográficas, socioculturales. Eso, habiendo sido testigo del proceso, en este país es prácticamente imposible.

Siempre estuve de acuerdo con las demandas estudiantiles: educación pública y de calidad. Pero a mí me quedan cortas. Yo exijo educación pública, de calidad, laica (porque somos un Estado laico), no sexista ni discriminatoria. Un lugar donde mi hija pueda jugar, compartir, aprender, amar y empatizar con todos y todas, sin importar de dónde viene, cómo es su casa, su mamá, su papá, ni cuánto cotizan en la AFP.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias