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Terrorismo mediático

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Pedro Santander
Por : Pedro Santander Director Deep PUCV
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La historia de la infamia periodística se encuentra hoy, sin embargo, con una ciudadanía que se informa crecientemente a través de los medios digitales, a través de otras redes que le permiten saltarse las corporaciones mediáticas y de todos modos mantenerse informada acerca de la coyuntura nacional; con un público nativo digital que no lee los diarios de papel y que poca relación tiene con la televisión abierta. En este contexto, el terrorismo periodístico puede tener como daño colateral a los propios medios que apuestan por él.


A la par del bombazo terrorista que estalló el lunes en la Escuela Militar dejando a más de una decena de personas heridas, hizo su (re)aparición en nuestro país el terrorismo mediático.

Ambos tipos de terrorismo tienen evidentes diferencias: el primero causa lesiones físicas, traumas acústicos y conmoción con esquirlas y pólvora en un lugar acotado, puede obviamente asesinar, lo que afortunadamente no ocurrió esta vez, y sus autores permanecen en el anonimato. El segundo emplea para sus ataques la palabra y se aprovecha de sus posiciones de mercado (conseguidas sólo gracias al apoyo del Estado) para que sus discursos impacten y hieran lo más ampliamente posible, y sus actores son conocidos.

Ambos tienen también coincidencias: tanto el bombazo terrorista como el terrorismo mediático buscan generar miedo y angustia en la población civil. Remecer e impactar mediante la creación colectiva de temor e incertidumbre es su apuesta, y provocar, con la confusión que generan sus atentados, respuestas irracionales por parte de los organismos institucionales es su meta.

Hay otra coincidencia que podría pasar inadvertida, ya que las primeras víctimas de ambos tipos de terrorismo son los ciudadanos de a pie: tanto el terrorismo de las bombas como el terrorismo mediático pretenden a través de sus atentados influir en los procesos de toma de decisión estatales y gubernamentales. Como se saben minoría, como no tienen los votos ni creen en la democracia, apuestan por otros métodos (ambos de naturaleza terroristas) para encauzar a su favor el desarrollo de ciertos acontecimientos y ojalá influir en la dinámica social y política.

[cita] La historia de la infamia periodística se encuentra hoy, sin embargo, con una ciudadanía que se informa crecientemente a través de los medios digitales, a través de otras redes que le permiten saltarse las corporaciones mediáticas y de todos modos mantenerse informada acerca de la coyuntura nacional; con un público nativo digital que no lee los diarios de papel y que poca relación tiene con la televisión abierta. En este contexto, el terrorismo periodístico puede tener como daño colateral a los propios medios que apuestan por él.[/cita]

Sin embargo, el terrorismo mediático, a pesar de su peligrosidad y dado que no causa directamente heridos ni muertos, puede pasar más inadvertido. En esa característica radica su mayor peligrosidad, ya que, de todos modos, se pone al servicio de causas mortíferas.

Y no sería primera vez que presenciamos en nuestro país la carga mortífera del terrorismo mediático, emerge cada cierto tiempo. A mediados del siglo XIX, por ejemplo, con motivo de la campaña militar contra los mapuche en el sur, El Mercurio de Valparaíso sostenía en su editorial del 24 de mayo de 1859 que “los hombres no nacieron para vivir inútilmente y como los animales selváticos, sin provecho del jénero (sic) humano; y una asociación de bárbaros, tan bárbaros como los pampas o como los araucanos, no es más que una horda de fieras que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en el bien de la civilización”. Y en julio de 1975, refiriéndose a detenidos desaparecidos, el diario La Segunda publicaba en portada, con letras rojas “Exterminados como ratones”.

Hoy se suma la televisión a este nefasto género periodístico, vinculando sin prueba alguna al movimiento estudiantil con la violencia terrorista, apostando a que la audiencia haga mediante inferencias esa relación, gracias al modo en que presentan, se encuadran, se relacionan y priorizan las informaciones.

La historia de la infamia periodística se encuentra hoy, sin embargo, con una ciudadanía que se informa crecientemente a través de los medios digitales, a través de otras redes que le permiten saltarse las corporaciones mediáticas y de todos modos mantenerse informada acerca de la coyuntura nacional; con un público nativo digital que no lee los diarios de papel y que poca relación tiene con la televisión abierta. En este contexto, el terrorismo periodístico puede tener como daño colateral a los propios medios que apuestan por él.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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