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En nombre de Dios

Ramón Badillo Alarcón
Por : Ramón Badillo Alarcón Secretario General de la Fundación Sociedad Atea de Chile. Periodista de la Universidad de Concepción, Magíster en Comunicación Política de la Universidad de Chile.
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He leído tantas cosas horribles que la gente hizo a lo largo de la historia en nombre del dios de turno que el caso de Dayana Escobar, la niña de 7 años que murió ahogada en una tina por un rito de sanación, no debería impactarme. Pero lo hizo.

No puedo creer que en pleno 2014, con toda la información disponible, con los avances científicos, tecnológicos y médicos, todavía la gente recurra a curas, pastores y curanderos para sanar de extraños males a sus hijos o hijas.

Las religiones han sido, desde que las crearon las primeras civilizaciones, un calmante mental para los miembros de una comunidad, han generado estabilidad, tranquilidad y paz mental, pero también han sido las causantes de las guerras más crueles que la humanidad recuerde. Si a esto le sumamos todos los esfuerzos de la religión por detener los avances científicos, e incluso la persecución y tortura de muchos inventores y científicos, la cosa se empieza a poner color de hormiga.

Este fin de semana una niña inocente perdió la vida en “un proceso de sanación”, porque su madre “estaba obsesionada con la religión”, según los testimonios de sus vecinos que rescató Canal 13.

En una capilla de 3×5 metros la familia hacía cultos evangélicos, los martes, jueves y domingo. Durante este proceso de obcecación y fanatismo religioso, la madre de Dayana había empezado a creer que su hija estaba poseída.

Un residente cercano a la casa de los Escobar señaló a Canal 13 que “la niña no estaba poseída. Eso es mentira. La señora se metió ese bicho en la cabeza. Ella estaba muy obsesionada con la religión”.

Los vecinos indicaron que el pastor Raúl Palominos habría sido la persona que aconsejó el ritual de sanación a la familia, cuestión que él negó.

¿Hasta dónde puede llegar la ceguera que producen las religiones en la vida de personas de escasos recursos? Son precisamente los pobres, los desamparados, los desesperados, los vulnerables, los primeros en volverse presos de las creencias que supuestamente los liberan de los “pecados del mundo”.

Existen datos bastante contundentes en el declive de las religiones a nivel mundial. En todos los países del mundo, incluido el nuestro, las creencias van disminuyendo, dando paso a nuevas generaciones más librepensadoras y más críticas.

Pese a que estos datos son alentadores, en nuestro país todavía estamos lejos de sacudirnos de una vez por todas de los fanatismos y los dogmas religiosos.

La realidad nos impacta en la cara. La falta de una educación laica y de calidad para todos los chilenos, se siente cada vez con más urgencia. No podemos permitir que otra generación de chilenos sean adoctrinados con mitos, ficciones y leyendas de la era del bronce en los colegios de nuestro país, no al menos con el dinero fiscal.

Chile necesita de una educación que les entregue herramientas a los estudiantes para que sepan diferenciar con claridad entre la ciencia y la religión. Tal como el agua y el aceite, el conocimiento y la información seria no pueden ser mezclados con creencias basadas en las supersticiones. Los niños y jóvenes chilenos tienen que tener claro que si una persona se enferma hay que ir al médico, no al curita o al pastor. No existe el mal de ojo ni las maldiciones, existen enfermedades. Hay que hacerles ver que sus padres (y tal vez ellos mismos) creen en una de las más de 4.200 religiones que existen en el planeta, y que cada una de ellas dice ser la verdadera y única.

No podemos permitir que aparezca otra Dayana muerta, porque a sus padres se les metió en la cabeza que estaba poseída, maldecida, “ojeada”, endemoniada, embrujada o hechizada.

Es nuestro deber como sociedad aclarar que el espacio de las religiones es acotado y no tiene que interferir en la salud, la educación o la sexualidad de las personas.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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