Publicidad

La educación tiene que ver con la democracia

Frente a esta forma de pensamiento, me parece necesaria la búsqueda comunitaria mediante formaciones sociales, valores y movimientos que unan a los ciudadanos bajo el discurso de una moral pública, compromiso cívico y los imperativos éticos de la democracia. Me parece que si estamos hablando de educación, la oportunidad es la de generar una política cultural en la cual el lenguaje de la comunidad, los valores compartidos y la solidaridad jueguen un rol pedagógico y político en la creación de una sociedad substancialmente inclusiva y democrática.


Después de un largo año con un montón de trabajo, estalla el verano y llegan las vacaciones. Me espera Ritoque, los libros, el mar, películas y música con la Negra, sus buenos partidos de arco peleado con Simón y Gaspar y terminar de enseñarle a nadar a Olivia. Quizás escriba pero no pienso estar muy pendiente de lo mucho o poco que suceda.

La jornada de trabajo me despide estos días con algunos regalos que de vez en vez nos entrega vivir en democracia –fin al binominal, y el AUC– y con otro papelón de la derecha. Estos muchachos, alegando el ejercicio del derecho a la protesta –que ironía–, se retiran de la Sala al momento de votarse el proyecto de ley que pone fin al copago, la selección y el lucro en establecimientos escolares con subvención estatal, que fue aprobado el lunes en su tercer trámite legislativo.

[cita] Frente a esta forma de pensamiento, me parece necesaria la búsqueda comunitaria mediante formaciones sociales, valores y movimientos que unan a los ciudadanos bajo el discurso de una moral pública, compromiso cívico y los imperativos éticos de la democracia. Me parece que si estamos hablando de educación, la oportunidad es la de generar una política cultural en la cual el lenguaje de la comunidad, los valores compartidos y la solidaridad jueguen un rol pedagógico y político en la creación de una sociedad substancialmente inclusiva y democrática. [/cita]

El fundamentalismo de la derecha parece estar fuertemente enfocado en un esfuerzo por detener las políticas públicas del gobierno de la Presidenta a través de un moralismo falsamente liberal y reduccionista. Para ello van a ir por todas ante el TC, tratando de convertir a este Tribunal en una tercera Cámara Legislativa, como dijo Squella.

Esta clase de fanatismo, hoy disfrazada de defensa de los derechos de los padres, no produce sólo fanáticos que creen tener el monopolio sobre la verdad y una legitimación racional, sino que además enciende la intolerancia hacia otros que no siguen el estricto y correcto camino sancionado oficialmente de creencias y comportamientos, como se desprende del artículo publicado en El Mercurio titulado “Unidad por Chile”.

Lo anterior va unido a una suerte de valores familiares de una elite que con una carga emocional apela a la fe como el nuevo código lingüístico para un conservadurismo cultural. Cuando el ala derecha religiosa se une con el poder fáctico-político, no sólo legítima la intolerancia y las formas antidemocráticas, también sienta las bases para un creciente autoritarismo que burla fácilmente apelar a la razón, al disenso, al diálogo y al humanismo secular.

El crecimiento de este fanatismo como política aparece en el alto perfil del diputado Ernesto Silv, miembro de una nueva casta de políticos auspiciados y al parecer controlados por corporaciones de intereses conservadores (Penta). Este fundamentalismo conservador viaja ahora directo a los más altos niveles de poder, esto se puede ver en la elección del 2013 de una nueva cosecha de «ayatolás de derecha» al Senado, Von Baer entre otros. Estos fundamentalistas –reflejados en el mencionado artículo del diario de Agustín– no hacen más que desdeñar el pensamiento crítico y reforzar formas retrógradas de patriarcalismos imbuidos en un lenguaje de guerra santa.

Frente a esta forma de pensamiento, me parece necesaria la búsqueda comunitaria mediante formaciones sociales, valores y movimientos que unan a los ciudadanos bajo el discurso de una moral pública, compromiso cívico y los imperativos éticos de la democracia. Me parece que si estamos hablando de educación, la oportunidad es la de generar una política cultural en la cual el lenguaje de la comunidad, los valores compartidos y la solidaridad jueguen un rol pedagógico y político en la creación de una sociedad substancialmente inclusiva y democrática.

Lo anterior significa un discurso crítico en el cual el rabioso individualismo y el atomismo de la ideología neoliberal de mercado pueden ser desenmascarados por sus tendencias poco democráticas, exclusivas y excluyentes. Esto significa desarraigar todo ese fundamentalismo que prevalece en nuestra sociedad, incluyendo el político, religioso y de mercado que ahora ejercen una influencia tan poderosa.

Pero, debemos reconocer también que las políticas democráticas para llegar a investirse como una defensa, además de un lenguaje crítico, requieren de un lenguaje de posibilidades. Una vez que ambos se enfrentan a los valores exclusivos y excluyentes imperantes, pueden ofrecer una noción de valores morales en que cuidado, responsabilidad, justicia e igualdad, vidas íntegras, oportunidad y comunidad, cooperación y confianza, honestidad y apertura, están relacionados con los principios de justicia, igualdad y libertad. Para ello debemos trabajar la identidad de una sociedad democrática alimentada por el respeto, la justicia social y el reconocimiento de la necesidad de trabajar con otros para brindarles a todos un sentido colectivo de pertenencia.

He escrito anteriormente acerca de la pedagogía de la memoria y de la pedagogía de los DD.HH., ambas se engloban dentro de una pedagogía mayor, la pedagogía de la democracia.

De ahí, si estamos hablando de educación, existe la necesidad de educadores, artistas, padres, activistas y otros, para no sólo defender las esferas democráticas existentes sino también desarrollar alternativas en que el lenguaje y la práctica de la comunidad democrática, valores públicos, compromiso civil y justicia social puedan ser pensados, aprendidos y experimentados.

Por ejemplo, la educación pública y la educación superior pueden ser dos de los sitios donde los valores públicos pueden ser aprendidos y experimentados, y ambos deben ser defendidos vigorosamente. Al mismo tiempo, la democracia debe ser sostenida y alimentada a través de un amplio rango de sitios coincidentes –desde películas, televisión, y desde internet a la radio– que se enlazan en diversas formas de pedagogía pública, esto es, prácticas organizadas en que la producción de ideas y conocimiento son una característica y un resultado centrales.

La aprobación del proyecto de ley que pone fin al copago, la selección y el lucro en establecimientos escolares con subvención estatal, es un avance, pero no basta. Lo que está en juego, en materia de educación, es el desafío de repensar el sentido de nuestra democracia para este siglo. Este desafío no puede ser dejado en manos de los fanáticos que piensan «Mi Dios es mejor que el tuyo», que desconocen los valores democráticos favoreciendo la existencia de una política de cachos y cola de un lado y de aureolas por otro lado.

Mientras tanto, yo me voy al verano, la playa y al descanso, intentando metabolizar, digerir, elaborar la realidad, o algo que se le parezca, a veces con humor, pero siempre con la mayor seriedad posible. A veces se logra, otras tantas, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que tratamos de pensar, de entender y de compartir este ejercicio, porque es colectivo. Bueno, no lateo más, chao, que descanse, yo me desconecto en 3, 2, 1…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias