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¿Por qué consumimos amor? Una reflexión a partir de ‘Cincuenta sombras de Grey’ y las teleseries turcas

Felipe Tello
Por : Felipe Tello Sociólogo. Centro de Gestión Social (Ceges) Universidad Autónoma de Chile.
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El sociólogo alemán Niklas Luhmann señaló que mientras más se enfría la semántica del amor, es decir, mientras menos utilizamos el lenguaje del amor romántico en nuestras relaciones, más necesitamos consumirla en los productos culturales: libros, canciones, películas, telenovelas, reality shows. Esto volvería al amor romántico un discurso inofensivo y hasta cierto punto vacío –pura forma sin contenido–. Muy distinto al carácter transgresor y en algún sentido revolucionario con el que éste nació en la sociedad moderna, el cual ayudó a romper con la tradición y el orden estratificado de la sociedad anterior, por lo menos, en cuanto a su función de discurso.

Pero ¿por qué seduce tanto el relato romántico? Para la socióloga Eva Illouz, quien realiza alguno de los análisis más interesantes del fenómeno del amor en la sociedad contemporánea, el amor romántico es tanto una ideología –un discurso que enmascara las contradicciones sociales y las fuerzas que las dirigen- y  una potente utopía –este discurso nos muestra cómo superar estas contradicciones–.

En cuanto ideología, el discurso romántico nos dice que para el amor no existen las barreras de edad, clase, raza o nacionalidad. En las muy latinoamericanas teleseries este discurso se manifiesta en la recurrente relación entre la “niña pobre” y el “joven rico”, una  versión simplificada de Romeo y Julieta, donde el rol de los Montescos y los Capuletos lo interpretan los vicios sociales –clasismo, envidia, venganza– encarnados por el “malo” o la “mala” de la película, más bien de la telenovela. En tanto utopía, este discurso señala que el “amor verdadero” triunfa sobre estas diferencias y las fuerzas que las representan.

[cita] En Chile, en un momento en que se discuten temas relevantes –reforma educacional, despenalización del aborto, reforma laboral, reforma constitucional–, es de esperar que la función, totalmente válida, de entretención de productos culturales como Cincuenta sombras de Grey o las teleseries turcas, no inhiba la participación de los chilenos en la discusión de los temas relevantes del país. Que no ocurra lo que señala alguna canción por ahí, que tu cerebro empiece a cabecear con la última telenovela. [/cita]

Para el sociólogo Ulrich Beck, recientemente fallecido, el amor romántico es la nueva religión moderna (religión secularizada). Si las religiones tradicionales nos prometían que la superación de las contradicciones de la vida –precariedad, desigualdad, inseguridad, enfermedad, muerte– serían superadas en un “más allá” trascendente, en la sociedad contemporánea, en cambio, individualizada –hedonista, dirán algunos–, la promesa de felicidad debe cumplirse en este mundo. De esta forma, las contradicciones y malestar producido en y por la esfera pública, en nuestro país, inequidad, inseguridad laboral, bajos sueldos, extenuantes jornadas de trabajo y en la mayoría de las ciudades deficientes medios de transporte, más un largo etcétera que conjuga las características antes mencionadas y las particularidades de las biografías individuales, deben ser resueltos o por lo menos subsanados por la dulzura, suavidad, pasión y protección de la esfera privada (el hogar). Si esto no ocurre, todavía podemos leer o mirar esta utopía. Es en este contexto que se da el éxito de Cincuenta sombras de Grey y las teleseries turcas en nuestro país.

Está de más mencionar el éxito internacional de Cincuenta sombras de Grey y su correlato a nivel nacional. El primer tomo figura como el más leído en los rankings consultados en Internet para el año 2012 y 2013; quizás lo más decidor son las múltiples ediciones de “cuneta” que se ven en las calles de nuestro país. Sin lugar a dudas, la versión cinematográfica tendrá igual o más éxito que su versión impresa. Algunos señalan que Cincuenta sombras de Grey no tiene nada que ver con el amor, otros incluso la catalogan como “porno para mamás”. Eva Illouz, quien dedica un libro al análisis de este best seller, señala que el éxito de esta novela erótica y su soft porn no habría sido tal, si su argumento no se resolviera con el amor de los protagonistas. El amor, por otra parte, es la trama central de las teleseries turcas que se transmiten a nivel nacional, ¿qué duda cabe de su éxito?, estas se posicionan como las reinas de las parrillas programáticas de prácticamente todos los canales de televisión. En cuanto a su impacto y sus consecuencias,  aún cabe evaluarlo. Un dato anecdótico, pero no por ello menos revelador, es que durante el año 2014 quince niñas recién nacidas fueron bautizadas con el nombre de “Scherezade” y cinco niños con el nombre de “Onur”, los protagonistas de la telenovela Las mil y una noche, una de la más vistas el año 2014.

Esto no implica caer en la teoría de la alienación. Los consumidores chilenos no son lectores y espectadores pasivos y/o acríticos. No es que las lectoras y lectores nacionales de Cincuenta sombras de Grey vayan a abrazar sin más el sadomasoquismo o se dividan de ahora en adelante en “sumisas” y “dominantes”; o que la audiencia de las telenovelas turcas emprenda romances trágicos y/o épicos, o se retrotraiga a los roles tradicionales de género, sin embargo, a partir de estas figuras se hace necesario una discusión sobre los modelos de pareja que circulan en nuestro país.

Anthony Giddens describe, pero también promulga para Europa y Estados Unidos el surgimiento de un nuevo modelo de relación entre los géneros, el “amor confluente”. Este viene a reemplazar al modelo del amor romántico y todo lo que éste tiene de patriarcal, lo cual no quiere decir, como señala alguna crítica feminista, que el amor romántico sea un mecanismo de dominación masculina. Este argumento determinista es demasiado simple para explicar el fenómeno del amor romántico. El “amor confluente” sería un modelo mucho más igualitario de relación entre los géneros que su predecesor. Regido por un principio democrático, este instituye una esfera de discusión al interior de la pareja, en la cual se resuelven todos los arreglos de una relación de a dos, incluso las condiciones de esa discusión, así como los roles de los participantes.

Más allá de fórmulas preestablecidas, en Chile, donde el 61% de jóvenes entre 15 y 29 años conoce a personas que han vivido violencia al interior de la pareja y el 24% de estos mismos jóvenes justifica los gritos e insultos y el 11% justifica la violencia física, bajo ciertas circunstancias, en una relación (fuente: Instituto Nacional de la Juventud), y en el cual, durante el año 2014, cuarenta homicidios fueron catalogados como femicidios (fuente: Servicio Nacional de la Mujer), la discusión sobre la formas que adoptan las relaciones de pareja se hace imprescindible.

Por último, otra reflexión me parece relevante. Karl Marx señalaba que la religión “era el opio del pueblo”, para manifestar que ella es tanto la esperanza de una dicha ausente como el bálsamo que impide que las personas se rebelen contra las condiciones materiales que imposibilitan su bienestar. Si algo de razón tienen los pensadores aquí referenciados, el amor romántico (como religión secularizada) puede poseer un aspecto problemático y que es que imposibilite la participación ciudadana en la discusión de los asuntos públicos, puesto que nos encontramos muy ocupados viviendo nuestra propia utopía privada o consumiéndola.

En Chile, en un momento en que se discuten temas relevantes –reforma educacional, despenalización del aborto, reforma laboral, reforma constitucional–, es de esperar que la función, totalmente válida, de entretención de productos culturales como Cincuenta sombras de Grey o las teleseries turcas, no inhiba la participación de los chilenos en la discusión de los temas relevantes del país. Que no ocurra lo que señala alguna canción por ahí, que tu cerebro empiece a cabecear con la última telenovela.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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