Publicidad

El error de Ignacio Sánchez: el aborto y la tarea médica

Diana Aurenque
Por : Diana Aurenque Licenciada en Filosofía, Universidad de Santiago de Chile (USACH) y Doctor en Filosofía, Albert-Ludwigs-Universität Freiburg, Alemania.
Ver Más

Sánchez no considera que negar realizar un aborto terapéutico constituye una falta al código ético médico moderno: pues la tarea del médico consiste en estar ahí para acompañar a su paciente, eso significa hacer todo lo posible para que una mujer no muera por culpa de un embarazo ectópico (salvando así, por ejemplo, a algunas de las 54 mujeres que murieron en proceso de gestación el 2012) o para que no termine en una depresión producto de dar a luz a un hijo que morirá en sus brazos a los pocos minutos de nacer. Sánchez utiliza la retórica del “respeto a la vida” parcialmente, pues se le olvida el respeto a la vida de las mujeres.


Ciertamente, la legitimidad ética de la interrupción de un embarazo constituye un tema delicado no sólo en el plano de los valores individuales, sino también al interior de la profesión médica. Por ello, no sorprende que el proyecto de ley que regula la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales, presentado por el Gobierno, ocasione polémicas reacciones. Sin embargo, y atendiendo a la discusión actual, sí deben sorprender al menos dos aspectos: por una parte, la presencia de una ignorancia extendida con respecto a los contenidos del proyecto de ley; y por otra, la existencia de un paternalismo médico injustificado e intransigente, como el demostrado por Ignacio Sánchez, rector de la Universidad Católica.

Sobre el primer punto cabe señalar que el proyecto de ley, contrario a una serie de afirmaciones expresadas por las alas más conservadoras del país, jamás ha pretendido legalizar el aborto, sino a lo sumo despenalizarlo, delimitando su aplicación mediante tres criterios médico-legales muy puntuales: indicación criminológica (tras una violación), embriopática (ante la presencia de una aberración cromosomal o anomalía genética del embrión y/o feto) e indicación médica en caso de peligrar la vida de la madre. En estos tres casos el aborto sería permitido no por razones de enjuiciamiento social o por aspectos económicos o simplemente por el mero desinterés de una mujer por ser madre. Muy por el contrario, la justificación del aborto en estos casos determinados es estrictamente a raíz de una reflexión ética y médica. Así, frente a la posibilidad de un embarazo no deseado producto de una violación, es probable que tal embarazo vaya en desmedro directo de la salud mental y física (la mayoría de las violaciones ocurren a menores de edad) de la madre.

[cita] Sánchez no considera que negar realizar un aborto terapéutico constituye una falta al código ético médico moderno: pues la tarea del médico consiste en estar ahí para acompañar a su paciente, eso significa hacer todo lo posible para que una mujer no muera por culpa de un embarazo ectópico (salvando así, por ejemplo, a algunas de las 54 mujeres que murieron en proceso de gestación el 2012) o para que no termine en una depresión producto de dar a luz a un hijo que morirá en sus brazos a los pocos minutos de nacer. Sánchez utiliza la retórica del “respeto a la vida” parcialmente, pues se le olvida el respeto a la vida de las mujeres.[/cita]

Además, si por medio de diagnósticos prenatales se detecta que el feto tiene anomalías genéticas serias y que luego del nacimiento no sobrevivirá: ¿es legítimo obligar a la madre a seguir con ese embarazo?, ¿a seguir creando un vínculo con su hijo e incluso a dar a luz, sabiendo que inevitablemente ha de morir? Yo no sé quién podría alguna vez sentirse con el derecho de formular una obligación de esta magnitud. Asimismo, si la vida de la madre corre peligro por el embarazo en cuestión, entonces el deber ético mínimo por parte de los médicos debe ser actuar en pos de salvar su vida. Justamente esto último me lleva al segundo aspecto.

El rector de la Universidad Católica, Ignacio Sánchez, expresó que en su institución no se realizarán abortos, argumentando que ello va en contra del código ético médico. Nadie discute que, como argumenta Sánchez, el “respeto a la vida” constituye un valor fundamental en el “quehacer médico”, sin embargo, ello no justifica sin más un paternalismo médico. En la medicina, el paternalismo significa asumir un rol de “padre”, tomando decisiones de tratamiento médico en contra de la voluntad del paciente. Desde los años 70, y luego de muchos abusos por parte del cuerpo médico, se ha tomado conciencia de que el médico jamás puede obligar a sus pacientes a comenzar o dejar opciones de tratamiento, sino que todo debe partir desde el consentimiento explícito del paciente. Sánchez no considera que negar realizar un aborto terapéutico constituye una falta al código ético médico moderno: pues la tarea del médico consiste en estar ahí para acompañar a su paciente, eso significa hacer todo lo posible para que una mujer no muera por culpa de un embarazo ectópico (salvando así, por ejemplo, a algunas de las 54 mujeres que murieron en proceso de gestación el 2012) o para que no termine en una depresión producto de dar a luz a un hijo que morirá en sus brazos a los pocos minutos de nacer. Sánchez utiliza la retórica del “respeto a la vida” parcialmente, pues se le olvida el respeto a la vida de las mujeres.

No se debe olvidar que el aborto para nadie es un juego, ni para los médicos ni para las mujeres afectadas. Ciertamente, en un mundo perfecto no hay abortos, porque no hay enfermedades ni muerte ni violaciones. La realidad de quien gesta a un niño que morirá luego de nacer es otra, también la de una mujer violada. Por ello, estas mujeres necesitan de todo el apoyo médico posible. En este sentido, el aborto, delimitado en los tres casos que contempla la ley, es compatible con el quehacer médico. En términos legales y de acuerdo al proyecto de ley, desentenderse del aborto por medio de la objeción de conciencia del médico es legítimo, mas en términos éticos es cuestionable.

Afortunadamente existen médicos en Chile que reconocen que su profesión en esencia es ayudar a sus pacientes en los momentos más vulnerables de su vida, y por tanto, están dispuestos a interrumpir un embarazo –aunque esto no les produzca alegría–. Ojalá un día las alas más conservadoras de nuestro país admitan que el aborto terapéutico, si bien no es una situación ideal, es mucho más justificable que dejar morir a las mujeres en las camillas de los hospitales y clínicas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias