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La Nueva Mayoría y el lenguaje del enemigo Opinión

La Nueva Mayoría y el lenguaje del enemigo

Es el propio Gobierno de la Nueva Mayoría el que ha adoptado el lenguaje del enemigo. Si los debates del año pasado giraban en torno a las posibilidades de la retroexcavadora, de los poderosos de siempre, del 1% de Chile, del fin al lucro, de Asamblea Constituyente, actualmente hablamos de grandes acuerdos nacionales, de mesura, de incertidumbre de los mercados, de los matices, de medidas pro crecimiento y de comisiones bicamerales.


En una de sus múltiples definiciones sobre la ideología, el filósofo esloveno Slavoj Žižek lo hace considerando los resultados de esta, al sostener que una batalla ideológica se ha ganado cuando nuestro adversario comienza a hablar nuestro lenguaje sin tener conciencia de ello. En otras palabras, el éxito de un determinado discurso político puede constatarse en el hecho de que su triunfo ha provocado que el adversario deba utilizar ideas o conceptos que no le pertenecen, por los cuales no lucha ni se moviliza, pero que, para no caer en la indiferencia social, se ve obligado a acoger como propios, como siendo parte de su doctrina. Esta fórmula puede ser muy útil para arrojar luz sobre un fenómeno que está ocurriendo actualmente en la derecha chilena. Pero vayamos por partes.

Simplificando un poco las cosas, podríamos decir que el primer año de Gobierno de la Nueva Mayoría estuvo marcado en gran parte por el triunfo ideológico de su discurso, lo que –siguiendo la fórmula de Žižek– se puede apreciar en los usos del lenguaje de su adversario, la Alianza. Esta última se vio obligada a utilizar una semántica impropia, donde términos propios como la libertad, crecimiento, consensos, fueron reemplazados por igualdad, redistribución, usos de las mayorías, etc.

Pero quizás la muestra más clara del triunfo del discurso de la Nueva Mayoría sea justamente el uso inflacionario que, durante el 2014, hizo la derecha del concepto de “ideología”, aquel que ella misma se encargó, una y otra vez, de declarar muerto en un mundo donde las ideologías habían dado paso a la racionalidad de la gestión de las cosas; pues bien, ese mismo sector debió abrir el cajón de los recuerdos y desempolvar dicha noción para descalificar al Gobierno ante la posibilidad de que efectivamente se pudieran llevar a cabo reformas estructurales que fueran en contra del modelo que tan bien ha defendido, reformas que no estarían guiadas por la razón, el sentido común, sino por la ideología.

Sin embargo, el cliché de que una semana en política es mucho tiempo, parece ser hoy más pertinente que nunca. El presente año se ha caracterizado por la inversión del proceso esbozado en el párrafo anterior y ahora es el propio Gobierno de la Nueva Mayoría el que ha adoptado el lenguaje del enemigo. Si los debates del año pasado giraban en torno a las posibilidades de la retroexcavadora, de los poderosos de siempre, del 1% de Chile, del fin al lucro, de Asamblea Constituyente, actualmente hablamos de grandes acuerdos nacionales, de mesura, de incertidumbre de los mercados, de los matices, de medidas pro crecimiento, de comisiones bicamerales…

Pareciera ser que la advertencia –aunque tienta decir amenaza– del triunvirato Iglesia-Derecha-Empresariado sobre el frenesí legislativo se hizo carne, a tal punto que los más pudorosos hablan de que la Presidenta no se ve por ningún lado, y los más apocalípticos, de que ya abdicó. Pero en cualquier caso, el Gobierno renunció a su lenguaje y adoptó, como lo hizo constantemente la Concertación, el del enemigo.

[cita]Nuestro sentido común nacional, nuestro marco de interpretación espontáneo resulta ser profundamente afín a las ideas impulsadas por la derecha, en la medida que el neoliberalismo impuesto en dictadura y profundizado en democracia se ha tornado, desde hace mucho tiempo, en el único camino posible: nuestro sentido común nos dice que abrir más mercados es generar más espacios para ejercer nuestra libertad, que lo privado es mejor y más eficiente que lo público, que la pobreza es una opción individual y no una determinación estructural, que todos somos de clase media, en fin.[/cita]

Obviamente el proceso que hemos señalado no es mecánico y posee particularidades que no pueden ser analizadas en la extensión de una columna, pero hay algo que llama la atención y no se debe dejar pasar: la falsa modestia de la derecha político-institucional en cuanto a su rol en la pérdida del lenguaje propio de la Nueva Mayoría.

Ha existido un consenso bastante generalizado que afirma que, producto de la mayoría del Gobierno en ambas Cámaras y de la estrepitosa derrota electoral de la derecha, esta última no podría tener arte ni parte en el proceso de desprestigio de las reformas y del Gobierno ni, por lo tanto, del cambio de lenguaje de la Nueva Mayoría. Sin embargo, aquí la derecha político-institucional (o derecha con minúscula) realiza un desplazamiento ilegítimo y afirma que su derrota electoral puede –y en los hechos así habría sido– extenderse hacia una derrota cultural de la derecha (aquella que sobrepasa los límites político-institucionales), por lo que el actual proceso de desprestigio sobre las reformas y el Gobierno sólo puede considerarse como una prueba más de lo malas que son las ideas de la izquierda, como si éstas operaran en el vacío. Actualmente, Evelyn Matthei se presenta como la guaripola de dicha posición.

Lo ilegítimo de esta postura es que la derecha pretende desconocer hasta qué punto nuestro sentido común nacional, nuestro marco de interpretación espontáneo resulta ser profundamente afín a las ideas impulsadas por la derecha, en la medida que el neoliberalismo impuesto en dictadura y profundizado en democracia se ha tornado, desde hace mucho tiempo, en el único camino posible: nuestro sentido común nos dice que abrir más mercados es generar más espacios para ejercer nuestra libertad, que lo privado es mejor y más eficiente que lo público, que la pobreza es una opción individual y no una determinación estructural, que todos somos de clase media, en fin. Todo esto es muestra de que la derecha ha hegemonizado el espacio cultural de nuestra sociedad desde el retorno a la democracia y es completamente ilusorio pensar que dicha hegemonía puede irse a pique producto de una derrota electoral, por estrepitosa que sea.

La falsa modestia de la derecha reposa justamente en que asume que el proyecto de la Nueva Mayoría se instala en un espacio vacío, cuando en realidad lo hace en un fondo que es, desde hace décadas, profundamente neoliberal y reticente al cambio. De aquí se extraen dos conclusiones. Por un lado, se hace manifiesta la astucia de la derecha para hacer de su magra aprobación social y su irrelevante representación en el Congreso un hecho positivo: si la Nueva Mayoría no tiene oposición, y aun así sus reformas son mal evaluadas, debe ser porque sus ideas son malas. Por otro lado, el panorama de la Nueva Mayoría no es tan malo como pareciese, ya que su tarea sigue siendo la misma de siempre, aunque ahora con mayores dificultades: romper con la tradición de la Concertación y, de una vez por todas, no temerle a su propio lenguaje.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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