Al comenzar el segundo Gobierno de Michelle Bachelet, respirábamos nuevos aires. En Chile soñábamos con un nuevo país. Pero no solo lo soñábamos, sino que confiábamos en que las necesarias transformaciones sociales se llevarían a cabo. Transformaciones que incluirían una reforma al sistema tributario, donde el abuso de los más poderosos se acabaría. Veríamos nacer una reforma que permitiría, además, financiar proyectos emblemáticos para el desarrollo de Chile. Reformas estructurales a la educación, al sistema de pensiones, a las Isapres, al financiamiento de la política y al mercado del trabajo –entre otras– darían comienzo a este nuevo Chile. Reconozco haber creído en una real posibilidad de cambio.
Hoy ese sueño se ha esfumado. Muchas son las razones que podrían explicar el fracaso. Quiero centrarme en una: la desconfianza.
El año 2012, el PNUD publicaba un nuevo Informe sobre Desarrollo Humano en Chile. Uno de sus temas –la confianza– calaba hondo en nuestra sociedad por la gravedad de sus resultados. Si ya en el año 1995 esta era baja –30%– el año 2011 había caído al 20%, situándonos en los niveles más bajos del mundo. Los países con mejores niveles de bienestar (Finlandia, Suecia, Dinamarca. Noruega, etc.) sobrepasan el 70%, y en algunos casos llegan a más del 80%.
Los escándalos políticos, empresariales y sociales del último tiempo hacían suponer que estos niveles deberían haber incluso seguido descendiendo. Lo curioso es que, a la fecha y de acuerdo a mi conocimiento, no hay estudios que hayan explorado este fenómeno de manera sistemática y en detalle. Más aún, no hay estudios que hayan estudiado los niveles de (des)confianza que los chilenos tienen en los distintos actores de nuestra sociedad por separado. Hasta ahora, se ha tendido a meterlos a todos en un “mismo saco”. En la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) realizamos hace muy poco (junio de 2015) un estudio único para explorar estos temas.
En palabras simples, la confianza es parte del ADN y del tejido social de una comunidad. Se ha descubierto, por ejemplo, que en lugares donde hay mayores niveles de confianza, los seres humanos, las comunidades, las organizaciones (empresas, colegios, etc.) y la sociedad funciona mejor. Pero lo contrario también es de primera relevancia. La desconfianza afecta negativamente a nuestra sociedad. Y no es lo mismo no confiar que desconfiar. El no confiar paraliza mis acciones hacia ese objeto de no confianza. La desconfianza moviliza sentimientos/acciones en contra de ese objeto. Sentimientos/acciones que pueden traducirse en actos violentos para protegerme de ese ente peligroso. La desconfianza también genera odio. Y en Chile, como veremos, estamos viendo a muchas instituciones y actores de nuestra sociedad como merecedores de nuestra desconfianza y de nuestro odio.
[cita] La política –entre otras instituciones de nuestro país– ha terminado de destrozar las bases de uno de los más importantes determinantes del bienestar, de la felicidad y de la cohesión social: la confianza. Y los chilenos lo perciben. [/cita]
En resumen, la confianza permea a toda nuestra sociedad. Es parte fundamental del capital social y uno de los más grandes determinantes del bienestar de la población. La confianza es el aceite de las naciones, de las organizaciones y de las comunidades. Sienta las bases de la cohesión y la cooperación. Afecta al crecimiento y desarrollo de los países. Pero sobre todo, determina las ganas de vivir (y de cómo vivir) en esa sociedad.
A pesar de la importancia de la confianza para nuestra sociedad, en Chile gran parte de nuestras instituciones (sobre todo las políticas) han hecho caso omiso de estos hallazgos. Hay que ser honesto y dejar en claro que existen actores políticos sobresalientemente valiosos que escapan a este análisis, pero como institución, la institución y la institucionalidad poltítica chilena ha destrozado las confianzas en nuestro país. Solo basta recordar la propuesta de la llamada Comisión Engel cuando llamó a terminar con la posibilidad de que las empresas pudieran aportar al financiamiento político. Pues bien, a pesar del apoyo transversal de nuestra sociedad a este cambio en las reglas del juego, la clase política se dio el lujo de reírse en nuestra cara de esta propuesta. Se dieron el lujo de rechazar el cambio a la norma en la primera instancia que tuvieron para hacerlo. Ejemplos como este sobran.
Pero lo que la clase política parece no entender aún, es que la falta de confianza (o más grave, la desconfianza) es responsable en gran parte de los aumentos de la violencia que hemos estado viviendo en nuestro país el último tiempo. Esto, porque se han destrozado las bases de la credibilidad en el funcionamiento de la sociedad y en la justicia. Recordemos que ya hace varios siglos el escritor y científico alemán Georg Christoph Lichtenberg escribía que “cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.
El presente estudio es inédito por la amplitud y alcance que tiene. Pero además porque, tal como se ha mencionado antes, explora el ADN del funcionamiento de una sociedad: la confianza y la desconfianza. Para lograr nuestros objetivos, medimos no sólo la confianza (y la falta de ella), sino que la desconfianza en 16 diferentes aspectos/actores de nuestra sociedad. La muestra fue de más de 1100 personas de distintos estratos socio-económicos y niveles educacionales. Todo esto lo sitúa como único en su género en Chile y en el mundo.
Es clave descartar que si bien muchas encuestas políticas/sociales del último tiempo hablan sobre la “confianza”, ninguna aborda en propiedad esta variable. Por ejemplo, la gran mayoría de las encuestas en nuestro país tienden a preguntar por aprobación/desaprobación a un gobierno/presidente(a) y no directamente por la confianza. Sólo a modo de ejemplo, cabe destacar que la aprobación a un gobierno está teñida por la cercanía a su ideología política. Sin embargo, la confianza no necesariamente lo está. Es un indicador mucho más puro de credibilidad.
Por otro lado, y tal como se mencionó antes, nuestro estudio aborda no solo la confianza, sino que también su polo extremo: la desconfianza. Debemos reconocer que no es fácil aislar desconfianza de no confianza en los estudios. Ambos polos se tienden a mezclar en la mente de los participantes, pero nuestro estudio al menos va en esa dirección.
Si analizamos las medias (escala de 0 a 10), los peores resultados los obtiene por lejos el espectro político. Después de ellos aparecen las organizaciones de fútbol (como la ANFP) y la Iglesia Católica. Los mejores evaluados son –por lejos– las familias, seguidas (pero también lejos) por los carabineros.
Veamos ahora la desconfianza.
Lo peor evaluado resultó ser nuevamente el espectro político, pero a niveles desastrosos. 97% desconfía de los partidos políticos; 95.9% de los parlamentarios; 85% de la actual presidenta y 84,70% del actual gobierno. Pero luego comienzan a aparecer los jueces. Por ejemplo, 74.80% de la muestra desconfía de ellos. Los siguen los empresarios (74,30% desconfía de los empresarios); Iglesia Católica (73.5%); los jefes (57.60%) y las parejas (48.70%). Como siempre, la familia es la que sale mejor parada (4,30%) y luego (pero muy lejos), Carabineros (30,50%).
Los datos anteriores son desoladores. Nuestra desconfianza está extendida a casi toda nuestra sociedad. Lo bueno es que las bases de nuestra confianza, y de nuestro buen vivir, están radicadas en la familia. Eso es algo que debemos potenciar para comenzar a reconstruir nuestra sociedad.
La política –entre otras instituciones de nuestro país– han terminado de destrozar las bases de uno de los más importantes determinantes del bienestar, de la felicidad y de la cohesión social: la confianza. Y los chilenos lo perciben. Muchas de estas instituciones se han burlado de nuestra sociedad, destrozando las bases de la credibilidad en el funcionamiento de nuestro país y en la justicia de nuestro sistema (basta pensar en las aberraciones cometidas por la Iglesia Católica y por las terribles omisiones del Poder Judicial en tiempos de dictadura). Lo peligroso de ello es que esto que ha venido sucediendo desde hace décadas, se ha comenzado a agravar en los últimos meses. Y se está transformando en un incentivo al odio, a la corrupción, a la violencia y al desorden. Todo esto con los consecuentes resultados en nuestro crecimiento, desarrollo y calidad de vida como sociedad.
A pesar de lo terrible de las cifras anteriores, existe un espacio de esperanza. Lo que tenemos hoy es una oportunidad. Existe un espacio clave para el surgimiento de nuevos grupos políticos y de poder. Existe un espacio clave también para que los actuales actores políticos valiosos con que contamos –porque afortunadamente aún tenemos algunos, como aquellos que deben aguantar que se les basuree gratuitamente en los aeropuertos– se reinventen y entiendan lo que nuestra sociedad realmente necesita. Estos nuevos grupos tendrán la misión de reconstruir confianzas, mostrando que su interés está en el ayudar y no en el poder ni en la riqueza. Deben ser grupos que surjan con miras a devolverle la capacidad a Chile de soñar. Este es el mejor momento para instalar una verdadera y nueva democracia. Una democracia con actores que no se dejen capturar por la avaricia del poder, del dinero y de intereses mezquinos. Una democracia que no le tema al voto, al poder de las mayorías, ni a la participación de todos y todas. Una democracia que nos aleje de la violencia de la desigualdad y de la desconfianza. Pero para ello, nosotros como ciudadanos debemos dejar de mantenernos al margen. Debemos ser capaces de participar activamente en esta nueva política que nos permita volver a soñar en este nuevo Chile.