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La derecha en busca de nueva marca: cambiar de nombre, cambiar de política Opinión

La derecha en busca de nueva marca: cambiar de nombre, cambiar de política

Cristian Leporati M.
Por : Cristian Leporati M. Director Escuela de Publicidad UDP, Profesor Asociado, Magíster en Filosofía y Antropología
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El concepto “Levantemos Chile”, si bien fue inmediatamente “dado de baja” una vez que se filtró, refleja el errado espíritu y desorientación que persigue a los partidos de la Alianza en su búsqueda de una nueva marca e identidad. Al respecto, el profesor Antoni Gutiérrez Rubí declara con sentido común, particularmente en un país que ha hecho a la angustia parte de su identidad, que “los tristes no ganan elecciones ni lideran, ni seducen, ni convencen”. El poder inteligente sonríe, no amenaza.


Un concepto poderoso, unificador y, por sobre todo, creíble, es relevante para cualquier agrupación de partidos políticos. Particularmente en momentos de cambios profundos y de crisis existencial. Bien lo sabe la coalición de partidos de derecha, y de ahí la importancia de una nueva marca unificadora, que les permita reposicionarse competitivamente como alternativa de poder frente al electorado. Ya lo hizo la “Concertación” en su momento cuando evolucionó hacia “Nueva Mayoría”.

La lista de ejemplos es extensa a lo largo de la historia política; algunos casos: Eduardo Frei M. acuñó el concepto “Revolución en Libertad”; Pedro Aguirre C. reiteraba hasta el cansancio “Gobernar es Educar” y a su vez la Unidad Popular se albergó bajo el mítico “Venceremos”. El retorno a la democracia postdictadura militar, unió a los partidos de oposición bajo el clásico “Chile, la alegría ya viene”. Promesas y más promesas, eslóganes políticos en definitiva, fundamentales para diferenciar a los partidos y sus respectivos programas.

Dejando la historia atrás, el presente no puede ser más negativo para la derecha. En la última Adimark, la Alianza hace suyo un rechazo de 75% con tan solo un 15% de apoyo. Por otro lado, la Cámara alta ronda el 80% de desaprobación y los diputados un 83%, respectivamente. A lo dicho, se le suma la amenaza del cambio en el perfil del votante chileno a raíz de la inscripción automática y voto voluntario, con 400.000 nuevos votantes,  principalmente jóvenes entre 18 y 29 años. Muchos de ellos con educación superior incompleta, y con un incremento del voto de izquierda. En otras palabras, una transformación del consumidor político y las dinámicas de los partidos, como consecuencia. Son los mismos electores que perciben rasgos de personalidad, tanto en RN como UDI, más cercanos a lo tradicional, formal, conservador  y ambición, de acuerdo a estudio de L.  Araya y S. Etchebarne.

Frente al complejo escenario, qué difícil resulta representar simbólicamente tanto deseo de cambio en un símbolo, el nombre y logotipo de la nueva Alianza. Tal como decía Erich Fromm, “la creatividad requiere tener el valor de desprenderse de las certezas”.

¿Serán capaces?

No se trata de cambiar el nombre solamente, se trata de renovar la política ante una sociedad desengañada con esta y los partidos. Hoy, representar la modernidad es un combate conceptual decisivo para quien quiera ocupar el espacio central de la política chilena, oligárquica y añeja. Si esto es particularmente importante para la Alianza que aspira a gobernar, resulta estratégico que se autoproclame progresista. Ser progresista y parecer (o ser) viejo es incompatible. Es la oportunidad para un renacimiento completo: cambiando ideas, estructuras y líderes. Tanto RN como la UDI no están para inventos, pero deben reinventarse y ganarse el futuro. Aunque no lo conseguirán si los procesos empiezan, ya sea de participación o de branding, con tan solo retoques a la pintura y no afectan al motor. El chileno elector actual y potencial no está para bromas, como tampoco las redes sociales y los hipersensibles medios de comunicación.

[cita] No se trata de cambiar el nombre solamente, se trata de renovar la política ante una sociedad desengañada con esta y los partidos. Hoy, representar la modernidad es un combate conceptual decisivo para quien quiera ocupar el espacio central de la política chilena, oligárquica y añeja. Si esto es particularmente importante para la Alianza que aspira a gobernar, resulta estratégico que se autoproclame progresista. Ser progresista y parecer (o ser) viejo es incompatible. Es la oportunidad para un renacimiento completo: cambiando ideas, estructuras y líderes. Tanto RN como la UDI no están para inventos, pero deben reinventarse y ganarse el futuro. Aunque no lo conseguirán si los procesos empiezan, ya sea de participación o de branding, con tan solo retoques a la pintura y no afectan al motor. [/cita]

Al respecto, reflexionando en un largo plazo, el politólogo Ricardo Amado señala que, respecto de la marca política, “debe ser pensado como una trilogía entre ideología, simbología y emocionalidad. Consecuentemente, un partido debe ser percibido como una organización con un proyecto definido de país y una visión doctrinaria de cómo alcanzar ese ideal (ideología), con una narrativa asociada a elementos únicos y diferenciadores (simbología), y con una capacidad de interactuar y comunicarse orientada a movilizar a la ciudadanía (emocionalidad)”. De no ocurrir aquello, un cambio de nombre será solo una operación superficial e instrumental de restylling corporativo, tal como fue el vergonzoso “Levantemos Chile” de hace unas semanas. El que llevaba implícito a su vez, una ya clásica tentación de los partidos de derecha: el uso de conceptos refundacionales;  el gobierno de Pinochet por ejemplo, se definió como de “reconstrucción nacional”.

Lo dicho no debería sorprendernos, es propio del ethos paternalista de las oligarquías terratenientes del siglo XIX, que tan bien describió Gabriel Salazar en la relación patrón inquilinaje, y que de alguna forma se continúa refrendando en el discurso y la actitud de los partidos que integran la centro derecha.

El concepto “Levantemos Chile”, si bien fue inmediatamente “dado de baja” una vez que se filtró, refleja el errado espíritu y desorientación que persigue a los partidos de la Alianza en su búsqueda de una nueva marca e identidad. Al respecto, el profesor Antoni Gutiérrez Rubí declara con sentido común, particularmente en un país que ha hecho a la angustia parte de su identidad, que “los tristes no ganan elecciones ni lideran, ni seducen, ni convencen”. El poder inteligente sonríe; no amenaza. Nada que ver con los misóginos, homófobos o racistas al estilo Donald Trump o Silvio Berlusconi.

En definitiva, una nueva marca política que resuma las aspiraciones de RN, UDI, Evópoli y Amplitud, debe liderar emociones positivas con un proyecto político transformador y progresista, alejado de la tristeza y el aburrimiento. La política ganadora es la que convence, seduce e ilusiona. No solo se trata de cambiar de nombre, se trata de cambiar la política; si no, mejor seguir como hasta ahora.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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