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Del realismo sin renuncia al realismo mágico… Opinión

Del realismo sin renuncia al realismo mágico…

Jaime Retamal
Por : Jaime Retamal Facultad de Humanidades de la Usach
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Lo que sí es peor, es la secularización a la que está siendo sometida la Presidenta Bachelet. Lejos de ser una desmitoligización que nos ayudaría a comprender al ser humano que había detrás de la “reina y madre”, ha sido y es, en los hechos, una banalización por la vía de la igualación con el todo de la clase política; una banalización por la vía de la homologación de la corrupción presente en toda la élite nacional.


A Michelle Bachelet la secularización no le va, no le calza, no le acomoda. Toda crítica, sátira, ironía o inocente meme le saben hoy, a ella y a la secta bacheletista, a complot machista, a perjurio oscuro, a conspiración inmoral. La sensación debe ser feroz porque el proceso de desmitologización ha sido cruento.

Solo así es posible explicar la desorientación política en la que se encuentra este Gobierno y su burocracia funcionaria. La toma de conciencia de realidad solo ha llegado por el mazazo de las encuestas.

Así es, por un mazazo secularizador: la reina, la madre, la santa, la intocable, la numinosa… todo ello ha devenido en una ramplonería de la que somos testigos cotidianos a través de los medios, ramplonería ni siquiera excusable por la ignorancia o la inocencia que pudieron haber tenido los líderes políticos de la Nueva Mayoría. Porque hay que recordar –sí que debemos recordar– la vanidad capital de quienes, desde el arribo de la otrora intocable Michelle Bachelet, miraron desde el lugar de la verdad revelada, desde el “poder” que da la efímera popularidad al resto de la sociedad chilena.

Es que fueron eso en muchos casos, unos iluminados que hicieron la parodia del escuchar, unos iluminados que ya “cocinaban” y venían “cocinando” desde la campaña misma, haciéndonos creer que no hacían otra cosa que responder a las demandas de la movilización social. A eso contribuyeron muchos de los antiguos líderes estudiantiles, jóvenes demasiado viejos como para perder la oportunidad que, citando a Ezzati, les daba la serpiente del poder.

[cita]El que sepamos después de meses que el computador de Dávalos ha sido protegido, mediante chaplinadas de unos y otros en La Moneda, no llama hoy ni al asombro ni a la indignación. Me atrevo a decir que eso –que es uno entre muchos ejemplos– viene a confirmar que, incluso, a quien considerábamos una más de “nosotros”, Michelle Bachelet, no es más que una más de “ellos”, los políticos chilenos sumidos en un marasmo tal, que no les alcanza ni para comprender que es más importante el deber político que la necesidad natural de satisfacer el placer que da un espectáculo de rugby.[/cita]

Es cierto. Claro que la ramplonería de los affaires Peñailillo y Dávalos puede ser leída como desencadenante de toda esta debacle, pero ello es todavía una lectura interesada, quizás entretejida en los mismos salones del segundo piso de La Moneda. Por qué no. Basta sólo analizar cómo se tejió ese discurso que quiso exculpar a la Presidenta, y con ella, a toda la clase política, con una práctica que –se dijo– estaba solo presente en un par de jóvenes ambiciosos cegados por una “pasada” multimillonaria: ni la señora más humilde le creyó a la Presidenta, y con ella –repito– a la clase política, tamaña ramplonería discursiva. No fue ni es heurísticamente relevante.

Es una tesis que, antes de ser heurística, es del todo interesada en exculpar a los intelectuales que diseñaron esta “Nueva” Mayoría, o a los políticos que le han dado vida o le han querido hacer reanimación cardiopulmonar, vez que pueden, con el soplo divino de las tablas del Programa y con el masaje cardiaco de las mayorías en el Congreso.

La tesis que culpa a Caval de todos los males no nos proporciona verdaderos factores endógenos y exógenos de explicación política o, si se quiere, no nos señala variables individuales y colectivas de racionalidad que estuvieron detrás, de todas y cada una, de las malas decisiones reformistas de Michelle Bachelet y su Nueva Mayoría, que llevaron a toda la clase política institucional a un choque frontal con la ciudadanía sociocultural.

Caval es una moneda de cambio en la que todos salen indemnes o en la que creen exculparse por la simple diferenciación. Pero no. Caval nunca fue en los hechos, y menos en el universo del imaginario simbólico social, la puerta de entrada al proceso de secularización brutal al que ha sido sometida Bachelet: fue, en rigor, su coronación. De ahí en más, todo ha sido confirmación o dicho de otra manera, secularización, banalización, desmitologización. De la peor.

Por ejemplo, el que sepamos después de meses que el computador de Dávalos ha sido protegido, mediante chaplinadas de unos y otros en La Moneda, no llama hoy ni al asombro ni a la indignación. Me atrevo a decir que eso –que es uno entre muchos ejemplos– viene a confirmar que, incluso, a quien considerábamos una más de “nosotros”, Michelle Bachelet, no es más que una más de “ellos”, los políticos chilenos sumidos en un marasmo tal, que no les alcanza ni para comprender que es más importante el deber político que la necesidad natural de satisfacer el placer que da un espectáculo de rugby.

El creer que antes de Caval el trabajo estaba hecho, bien hecho, con sudor y cocina; el creer que las reformas educacionales o tributarias, por los puntitos del PIB o por las luquitas menos en la matrícula del colegio particular subvencionado de clase media –esa clase inventada por la Concertación, según los intelectuales de la Concertación–; el creer que todo eso era significativo para unas buenas y merecidas vacaciones en Caburgua, fruto del trabajo bien hecho, fue tan vano como el afán ramplón que le ha seguido al Gobierno en la persistencia de unas reformas que de reformas tienen solo el nombre, o están solo en la mente de un Ottone o un Tironi, verdaderos heraldos del nuevomayorismo. O lo que podría ser peor, es verdad, solo presentes como buena evaluación en las encuestas de opinión encomendadas por la dirección de comunicaciones de La Moneda.

Lo que sí es peor, es la secularización a la que está siendo sometida la Presidenta Bachelet. Lejos de ser una desmitoligización que nos ayudaría a comprender al ser humano que había detrás de la “reina y madre”, ha sido y es, en los hechos, una banalización por la vía de la igualación con el todo de la clase política; una banalización por la vía de la homologación de la corrupción presente en toda la élite nacional; una banalización, al fin, que lo que está haciendo es más bien alejarla de la realidad sociocultural antes que acercarla.

O, por lo menos, para quienes siempre hemos intentado comprender las controversias insalvables de la Nueva Mayoría y su Gobierno, o para quienes les produjo ya indignación su discurso en la comuna de El Bosque –yo soy de aquí… de Los Morros–, no solo la aleja de la realidad, sino que abre a la vista un abismo de corte negativo que siempre existió, pero que al ser la Presidenta sacralizada, no era sino un abismo productivo, que alimentaba la fe y la creencia en su dimensión salvadora, como lo pretendían hacer –y realmente hicieron– sus sacerdotes de turno, sus heraldos, sus profetas, sus predicadores: del PC a la DC y de Educación 2020 a Revolución Democrática.

La “salida Lagos”, entre bovarista y cesarista como he dicho anteriormente, quizás sea una respuesta válida para ellos. Sería como despertar de un sueño religioso, como sentir que la pérdida de la fe es una liberación a la racionalidad laica, secular. Es todavía la política chilena postpinochetista. No se dan cuenta de que es de nuevo la entrada en un círculo vicioso: del realismo sin renuncia al realismo mágico… y viceversa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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