Publicidad
Terror en París: el rompecabezas imposible de la seguridad Opinión

Terror en París: el rompecabezas imposible de la seguridad

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
Ver Más

Los recursos policiales y de inteligencia pueden ser suficientes para una situación de conflicto estructurado, pero el que hoy se vive es de violencia social difusa y de conflicto desestructurado. Ni siquiera de combate urbano en zona densa, sino un conflicto sin adversario identificado, sin ubicación cierta y de rápida e ilimitada reproducción.


El atentado yihadista del viernes 13 de noviembre en París ha puesto una ardua tarea de seguridad en Europa. Se trató de la puesta en escena de una nueva manera de encarar la violencia terrorista, como un acto políticamente difuso, con blancos anónimos, de efectos psicosociales y culturales simples y brutales, como una pedagogía del terror para que nadie circule tranquilo en la ciudad. Se trata de un golpe al bienestar y la tranquilidad cotidiana de los franceses, que ha tensado al máximo las cuerdas de la incertidumbre y el desamparo.

La reacción del Estado francés de bombardear Raqqat, el santuario territorial del califato, parece comprensible, pero sus efectos de seguridad son absolutamente limitados. Los hechos del viernes no tienen respuesta militar, excepto para desahogar la impotencia que le producen al poder del Estado. Lo obrado por el ISIS ni siquiera es una expresión clásica de terrorismo, sino una innovación en la estrategia de la guerra sucia terrorista hacia una violencia social difusa, capaz de articularse con un mínimo de recursos y una organización muy básica.

Es evidente que la o las células que intervinieron deben haber tenido un grado mínimo de coordinación. Pero puede ser tan básica como la sola indicación de fecha, hora y sector, y el resto puede haber sido de decisión de cada una de ellas. También es evidente que el apoyo logístico de los atacantes fue muy básico. En alguna casa de París (puede ser más de una), tal vez ubicada en un lugar cercano a los puntos de ataque, recibieron el armamento y los cinturones de explosivos. No se requiere, para actos como el ejecutado, de una cadena muy amplia que deje exhausta a la organización. Es casi de autoría espontánea, como ocurrió con el ataque de un miliciano solitario a un supermercado kosher hace unos meses.

En cuanto a los autores, tampoco es requisito un grado de entrenamiento muy sofisticado. Lo fundamental es la convicción y la voluntad de inmolarse. Ellos podían ser de reciente arribo a Europa y, en su periplo previo, la única intervención comercial parece haber sido el arriendo de vehículos en Bélgica. Se ha especulado con la existencia de unos tres mil europeos que habrían viajado a Siria, la mayoría de origen árabe, y de los cuales habrían vuelto unos quinientos, que estarían esparcidos en diferentes países de la UE. Pero nada es cierto hasta el momento.

[cita tipo= «destaque»]No parece posible entrever una solución de seguridad para la actual sociedad civil francesa y europea si las fuerzas de integración política y cultural no son capaces de generar una colaboración cultural de parte del mundo religioso musulmán. Es allí, en la palabra de los líderes religiosos, donde está el punto clave de la paz y la estabilidad. Ello implica una tarea enorme y difícil, pues los mecanismos de cultivo de confianza entre los sectores civiles musulmanes y las autoridades francesas –y europeas en general– no están diseñadas para generar integración sino dominación.[/cita]

Sin rastro previo y con una voluntad mesiánica brutal, actuando a mansalva frente a gente indefensa y despreocupada entregada al ocio y la diversión de fin de semana, cualquier golpe de los yihadistas era de terror. Y eso fue lo que ocurrió. Seguramente no pudieron entrar al estadio donde jugaban las selecciones de Alemania y Francia debido al tipo de control de seguridad que existe desde hace años para el acceso a esos espectáculos en toda Europa, lo cual deja una lección importante en este caso.

Pero insistimos en que el problema no es militar sino de inteligencia policial y hegemonía cultural de la sociedad. De una sociedad que, en los últimos 30 o 40 años, se ha transformado en pluriétnica y pluricultural, pero en la que ha entrado en contradicción una enorme cantidad de variables religiosas, políticas y económicas en un ambiente de metrópolis globalizada.

No parece posible entrever una solución de seguridad para la actual sociedad civil francesa y europea si las fuerzas de integración política y cultural no son capaces de generar una colaboración cultural de parte del mundo religioso musulmán. Es allí, en la palabra de los líderes religiosos, donde está el punto clave de la paz y la estabilidad.

Ello implica una tarea enorme y difícil, pues los mecanismos de cultivo de confianza entre los sectores civiles musulmanes y las autoridades francesas –y europeas en general– no están diseñadas para generar integración sino dominación. El Estado no les pide a sus súbditos o habitantes de su territorio que dialoguen sino que se sometan y obedezcan en materia de orden público, de acuerdo a derechos y deberes constitucionales y, lamentablemente, en la cultura del Corán las vidas pública y la privada religiosa se mezclan, creando un perfil teocrático y autoritario difícil de integrar.

Si a ello se suman los temas de discriminación y pobreza, y el flujo constante de una bomba migratoria que prácticamente es casi imposible asimilar y que se ha transformado en la peor presión de seguridad en toda Europa, la pregunta cuál seguridad es muy válida.

Los recursos policiales y de inteligencia pueden ser suficientes para una situación de conflicto estructurado, pero el que hoy se vive es de violencia social difusa y de conflicto desestructurado. Ni siquiera de combate urbano en zona densa, sino un conflicto sin adversario identificado, sin ubicación cierta y de rápida e ilimitada reproducción.

El Presidente de Francia dijo que el atentado era un acto de guerra. Lo que no dijo es que hace muchos años que la guerra clásica se invirtió en sus efectos, y que el 80% o más de las víctimas en los enfrentamientos bélicos de hoy son civiles no beligerantes. Y como efectos colaterales, que se les llama, pocos se interrogan si son producto del fuego enemigo o también resultado de la acción de los protectores.

En París, en la situación de rehenes que se produjo en el Teatro Le Bataclan, nadie se ha preguntado ni autoridad alguna certificado que la cantidad de muertos se deba exclusivamente a la acción de los terroristas y no haya también víctimas de los disparos de la policía. Es justo y lógico saberlo.

Lo cierto es que el miedo instalado en París parece una estrategia sumamente eficaz por la poca inversión que necesitó, y que inhibe las respuestas colectivas. Y estas son vitales para mantener el control en esta nueva amenaza de terrorismo, sobre todo en el rediseño de los mecanismos de seguridad.

Baruch Spinoza, en su Tratado Teológico Político, planteaba la necesidad de combatir el miedo como algo hostil a la razón, y la esperanza como una fuga del mundo real. Ellos, decía, son medios para obtener la resignación y la obediencia de los individuos. Para él la libertad del hombre, su capacidad de elegir y decidir sobre su realidad, depende de su resistencia al miedo y de su rechazo a la promesa de la esperanza. Una lección premonitoria sobre el yihadismo fanático.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias