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Recuperar la confianza

«La poca confianza que hay en Chile, entre ciudadanos y de los ciudadanos hacia las distintas instituciones, es síntoma de que somos una sociedad débil, casi un grupo de personas que viven –porque no les queda otra– en un mismo espacio, más que una sociedad propiamente tal».


Después de un año de crisis y escándalos se habla de recuperar la confianza. El problema es que la confianza no se recupera de la misma manera en que se recuperan otras cosas, hay que ganársela. De alguna manera, hablar de recuperar la confianza es trasladar el problema: está claro, la gente no confía, pero eso no es culpa de la gente, es culpa de quienes no son confiables. Se podría tomar una postura más extrema todavía: si uno se entera de lo que realmente pasa en los lugares de difícil acceso, el llamado no sería a recuperar la confianza sino a desconfiar más todavía. De hecho, es buena una cierta desconfianza del ciudadano de a pie hacia el poder: los políticos y demases son seres humanos y como tales pueden caer en las mismas tentaciones que cualquiera, pero por estar tan encumbrados están expuestos a más y mayores tentaciones que un simple común.

No basta con llamar a recuperar la confianza, es necesario reconstruirla con acciones reales. Algo que podría contribuir a reconstruir la confianza destruida es que quienes están en posición de aprovecharse de sus semejantes limiten, precisamente, el poder que les permite o incentiva a hacerlo. Límites a reelecciones, prohibición de contratar parientes, límites en bonos y asignaciones, etc. son algunas ideas sencillas que circulan. Es difícil que lleguen a implementarse: casi no se conocen ejemplos de personas que habiendo alcanzo una alta cuota de poder hayan decidido reducirlo por su propia iniciativa.

Por otra parte, en un nivel más pequeño y personal, también existe desconfianza, en parte, quizás, porque muchas acciones que traicionan algún tipo de confianza son bastante frecuentes (como el robo hormiga, la copia en pruebas, la evasión en el Transantiago, el trabajo mal hecho…). En estos casos la recuperación de la confianza pasa por acciones personales que hagan a cada uno digno de confianza; el problema es que parece que nadie querrá ser el primero. Como en el caso anterior, hay que estar dispuesto a perder.

Sin embargo, el asunto urge. Una sociedad –como cualquier otra cosa– puede mantenerse entera por la cohesión interna de sus miembros o porque una fuerza externa les impide separarse. Las fuerzas externas que mantienen unidos a los miembros de una sociedad (relaciones de conveniencia o dependencia, inercia, amenaza de fuerza, etc.) en algún momento pueden faltar y, si eso es todo lo que hay, se produce la disgregación. La poca confianza que hay en Chile, entre ciudadanos y de los ciudadanos hacia las distintas instituciones, es síntoma de que somos una sociedad débil, casi un grupo de personas que viven –porque no les queda otra– en un mismo espacio, más que una sociedad propiamente tal. Para recuperar la confianza perdida hace falta algo más que un vago llamado. Si lo que está en juego es la unión entre las personas que comparten territorio, historia y creencias, habrá que buscar un fundamento más hondo para evitar la disolución.

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