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Derechos Humanos, derecho de la mujer y aborto

Jaime Abedrapo
Por : Jaime Abedrapo Académico de la UDP.
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El debate público sobre el tema del aborto y su relación con los derechos de la mujer y derechos humanos ha manifestado rasgos de intolerancia y claro desconocimiento en materia de derechos fundamentales, siendo el primero y más reconocido en los acuerdos internacionales y principios constitucionales de una gran cantidad de países el del derecho a la vida.

Se esgrime una y otra vez que la mayoría lo exige (el aborto), ¿será que los derechos humanos deben ser garantizados según los sondeos de opinión (encuestas)?, o según el ejercicio único de las mayorías. ¿Ese es el nivel de la discusión en estas materias que giran respecto a la protección y promoción de derechos fundamentales?

Ello sería un despropósito. Los derechos humanos desde el personalismo tienen un sentido y aporte en vista a la condición humana. No son únicamente consensos políticos transitorios los que fundamentan normas imperativas, ello ha sido así desde la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 en su espíritu original (muchas veces olvidado), particularmente porque su sentido inicial era justamente la protección de las minorías y de los más débiles.

Por otro lado, la opinión pública por definición es voluble –cambiante– y los derechos humanos que emanan desde la condición humana no pueden quedar expuestos únicamente a un juego de mayorías, relativizando los derechos humanos según tenga la mayoría coyuntural o gobernante. En efecto, la discusión es ontológica, aunque muchos no lo vean o quieran ver, de otro modo argumentamos irresponsablemente en favor de las razones de Estado que han sido sinónimo de limpiezas étnicas, purgas de minorías por razones de clase, género, religiosa, entre otras. Siempre el egoísmo o sin razón conlleva un beneficio de los más poderosos sobre los más débiles, en este caso del niño que está por nacer.

[cita tipo=»destaque»]No soy amigo de Soledad Alvear, pero reconozco a los políticos que no hablan solo desde las encuestas, que tienen opinión fundada (hoy tan escasa) y que se atreven a dar fundamentos serios acerca de cómo el Estado se compromete más y mejor con la defensa de los derechos humanos desde un enfoque integral y no desde el falso dilema de derechos que colisionan, como sería el de las mujeres versus el de los niños por nacer.[/cita]

Todo legislador o actor público responsable sabe que la discusión es trascendente y versa respecto de la naturaleza humana, y no sobre los sondeos de opinión pública que podrán tener un impacto o importancia desde la prioridad del asunto, pero no desde el contenido de la discusión, que requiere de una visión de sociedad.

Personas valientes que se atreven a salir con su posición en el debate público son actores a relevar y no denostar en un tema trascendental de la vida de la República, en un debate legítimo pero cuyas implicancias de hacerlo ramplonamente pueden significar una legislación apartada de la defensa de los más débiles, irresponsable y contraria al derecho a la vida. Estos es aún más claro cuando el principal argumento expuesto por distintos actores frente a los medios de comunicación que apoyan las leyes de aborto en el país, es simplemente porque la “gente lo pide”. Ese no es el camino que fortalece nuestra legislación de respeto a los derechos humanos, tampoco resuelve la gran cantidad de hijos no deseados, ni menos nos trasforma en una sociedad más humana. Solo la coherencia y un mejor entendimiento respecto acerca de los derechos humanos podrán darnos respuesta con sentido de comunidad y sociedad.

No soy amigo de Soledad Alvear, pero reconozco a los políticos que no hablan solo desde las encuestas, que tienen opinión fundada (hoy tan escasa) y que se atreven a dar fundamentos serios acerca de cómo el Estado se compromete más y mejor con la defensa de los derechos humanos desde un enfoque integral y no desde el falso dilema de derechos que colisionan, como sería el de las mujeres versus el de los niños por nacer.

Ambas categorías de derecho se presentan en oposición, características muy propias de la confusa era de la modernidad, donde las visiones utilitaristas y lejanas a la ontología adquieren predominancia en un mundo (occidental) que apela a la democracia, es decir, todo se plantea como relativo hasta que sea legislado por las mayorías. Es precisamente ello lo más complejo, porque lo mayoritario no tiene necesaria relación con el conocimiento del ser, y han sido estás pseudomayorías las que han cubierto las páginas más tristes en materia de derechos humanos en nuestra historia contemporánea. (Por dar algunos simples ejemplos, la mayoría –vanguardia– de los bolcheviques, la urnas que llevaron a Hitler al poder, y tantos otros populistas que terminan transgrediendo los derechos humanos más elementales). El problema no son las mayorías y las minorías, el asunto es tener una compresión integral del valor ontológico de los derechos humanos, que surgen sustantivamente de lo que las personas son en realidad. Los derechos humanos no son egoístas y tampoco contradictorios, a veces son difíciles de implementar y cautelar, pero sin duda no parten desde la reivindicación de una parte etaria o de género en la población, sino que están presentes transversalmente en la discusión acerca de lo humano.

El multiculturalismo entendido desde el relativismo axiológico nos significa una discusión, muchas veces, vacía y marcada por la inconsistencia, ya que se plantea como un debate en torno a los derechos fundamentales, pero se parte desde un recipiente que relativiza la esencia del ser y evita la razón abstracta, facilitando que ante duros momentos de la vida, como un embarazo a través de la violación, se relativice el derecho del nonato y se ensalce el de la mujer, que además de ser violada en su dignidad, con todas las secuelas traumáticas, luego se invita a terminar con la vida de otro ser humano.

La consecuencia de estar a favor de la vida en ocasiones conlleva sinsabores y enfrenta decisiones muy complejas que nos afectan personal o comunitariamente, sin embargo, relativizarlo abre una puerta a que la vida se presente como una opción y no un fin en sí misma. El derecho de las mujeres, en sí, es una mirada apartada de la ontología, ya que en esa lógica predominante nos hemos ido fraccionando y generando cuerpos normativos diferenciados, tales como el derecho de los niños, las mujeres, los indígenas, ancianos, animales, etc. Ello ha permitido reconocer mejor la especificidad de cada uno, pero, a la vez, perdiendo el tronco ontológico, a poner unos contra otros, restando a una visión integral de la dignidad humana. No hay que ser feministas para leer en la historia y hasta nuestros días que la mujer debe (como imperativo ético) ocupar un mejor sitial en la sociedad en general, ya que ha sido por muchas razones (poco justificables) postergada en su función social, económica y política, siendo objeto de discriminación y abuso, pero ello no lleva implícito el que pueda relativizar otros derechos, en cierta perspectiva integral, son sus propios derechos: el derecho a la vida.

Separar entre derechos y reivindicaciones, como pudiéramos entender la discusión del aborto en la actualidad, se presenta como una forma “eficiente” de asumir el tema de los Derechos Humanos, o si se quiere “realista”, en cuanto a no insistir en la comprensión de la naturaleza humana y decidir fundamentar las normas en una convención de proceso formal –consensual– de codificación de estas, evitando así la discusión filosófica, apoyando la inserción definitiva del postmodernismo, y creando las condiciones para poner fin a las narrativas sustentadas en el Derecho de Gentes, en lo justo y lo injusto, en la defensa coherente de la vida.

En síntesis, es el contexto de la modernidad el que brinda los fundamentos del aborto. Según Giovanni Sartori, la modernidad y el desvertebramiento del personalismo, y en especial del comunitarismo, son elementos que nos explican la discusión actual acerca del derecho a la vida. El método científico no puede llegar a la verdad, ya que su función no es otra más que la dominación por medio de la clasificación, por tanto la objetividad no existe y por ello la esencia es relativa. En tal razón, los que reconocen los derechos de las mujeres, notan que estos están por sobre los del niño por nacer (que no los reconocen como personas) e interpelan a favor de sus propios derechos. Es decir, muchos entienden que la persona nace (como sujeto de derechos) justo cuando se corta el cordón umbilical (otros hablan de semanas para justificar por la falta de madurez de algunos órganos), o sea, en términos generales no hay nada más arbitrario que ello (positivista) y poco racional, ya que no tienen la capacidad de abstraerse y entender que ese ser humano vive un continuo estado de cambios en las formas (crece, se desarrolla y muere), pero en esencia nada se modificó en el corte umbilical, o en el desarrollo de algún órgano en particular, ya que su ser está en potencia, esto es, ya cuenta con su condición humana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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