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La democratización comercial del transporte público


La expansión del transporte urbano que significó la instauración del Transantiago el 10 de febrero del 2007 bajo el primer gobierno de Michelle Bachelet trajo una nueva forma de concebir y de experimentar los viajes de las personas por la ciudad de Santiago. Se les dio la despedida a los boletos y a las micros amarillas-claro que éstas no dejaron de existir en su mayoría, sino que en esa ocasión solo se les pintó de otro color correspondiente a la zona en la que estaba su nuevo recorrido- y se aseguraba que las peligrosas carreras por conseguir pasajeros se eliminarían pues no existiría un incentivo al número de pasajeros que subían al bus sino que, los y las conductoras del Transantiago ahora podrían trabajar por un sueldo más estable que no involucrara competir con otros colegas por conseguir el monopolio de los viajeros urbanos.

Antes del Transantiago, los y las vendedores ambulantes y otros personajes pintorescos de la ciudad hacían de los buses y micros su nicho de negocios, era fácil ver vendedores de helados, bebidas, parches curitas, payasos y comediantes- o como se referirá de aquí en adelante: los emprendedores móviles- durante los trayectos desde y hacia el trabajo, el colegio o la universidad. Con la llegada de este nuevo sistema, el grupo de emprendedores urbanos fue marginado de los buses pues, como la autoridad de ese entonces-y la de ahora- consideró que los vendedores ambulantes y otros grupos de pequeños emprendedores móviles eran un foco de delincuencia e inseguridad a bordo del transporte por lo que se les negó el acceso a este mismo.

Sólo fue cosa de tiempo para que el ingenio del chileno y chilena fuese puesto a prueba ya que de todas formas este grupo heterogéneo de emprendedores logró colarse entre las y los pasajeros para continuar con su negocio ya que los excesivos trasbordos entre zonas del Transantiago presentaban una multiplicidad de variantes para aquel visionario que quisiera entregar algún servicio a las personas que esperaban en los paraderos por una nueva micro para hacer la conexión de recorridos. Frente a esta situación, el gobierno de ese entonces decidió reunir e unificar a los trabajadores comerciales que usaban el transporte público y les concedió un permiso de trabajo y les entregó credenciales que los autorizaban a laborar en las micros. Claramente, esta fue una medida positiva pues el ejecutivo entendió que los personajes urbanos son parte inherente de la cultura trabajadora y que era imposible cerrar un nicho de negocios tan atractivo como lo son los buses urbanos. Además, la misma gente que viaja en micro crea esa demanda que debe ser suplida con la oferta heterogénea que brindan estos personajes.

Ahora bien, cabe mencionar que no todos los grupos accedieron a este beneficio del gobierno pues regirse por un sistema único implicaba aceptar ciertas regulaciones y responsabilidades que haría menos rentable el negocio sobre ruedas. Por lo que un gran numero continuó en la ilegalidad y asumió lo que esto significaba; ser invitado a abandonar el bus.

[cita tipo=»destaque»]Sólo fue cosa de tiempo para que el ingenio del chileno y chilena fuese puesto a prueba ya que de todas formas este grupo heterogéneo de emprendedores logró colarse entre las y los pasajeros para continuar con su negocio ya que los excesivos trasbordos entre zonas del Transantiago presentaban una multiplicidad de variantes para aquel visionario que quisiera entregar algún servicio a las personas que esperaban en los paraderos por una nueva micro para hacer la conexión de recorridos.[/cita]

Como una medida de expansión y de interconexión entre los distintos medios de transporte urbano, Metro de Santiago decidió unirse al Transantiago por lo que en ese entonces era posible subirse al metro y luego a una micro- o viceversa- por el mismo precio. Al igual que el rio Mapocho recorre muchas comunas de Santiago, desde el barrio alto hasta las comunas de la periferia, el Transantiago pretendió extender sus brazos a todos los habitantes de esta cuenca. Lo que no tenía en cuenta fue que extender sus brazos a todos los ciudadanos implicaba abrazar a algunos grupos que inicialmente fueron desterrados por este mismo ya que nuevamente los grupos de emprendedores móviles vería el Metro de Santiago como una nueva mina de oro que debía ser explotada.

De la misma forma no es raro ver en el metro- si usted tiene la suerte de efectuar trayectos en este sistema, claro- a todo tipo de personajes urbanos haciendo de las suyas pues podemos encontrar a vendedores de helados, de bebidas, de cualquier producto que se le ocurra, todo depende de la hora del día pues durante la mañana es común ver al amigo que entrega el diario dentro del vagón a cambio de unas monedas para su desayuno o de los vendedores de pan amasado o de dobladitas (sí, usted leyó bien, pan amasado) y de artistas, payasos, cantantes, grupos de rap o de hip-hop que exponen su arte a los viajeros urbanos.

Es por esta razón que una de las bondades no declaradas del Transantiago fue la de democratizar los nichos de negocios para los emprendedores móviles y, con la incorporación de Metro, expandir aún más estos espacios para el mercado errante, siempre bajo la complicidad de los pasajeros pues sin esta gran demanda de más servicios comerciales a bordo del transporte público, los emprendedores móviles no tendrían ninguna oferta que entregar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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