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María salió del closet Opinión

María salió del closet

Patricia Politzer
Por : Patricia Politzer Periodista y ex Convencional Constituyente.
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Es muy probable que sin estos homenajes la historia de María seguiría oculta. Como suele ocurrir con los verdaderamente grandes, ella no se vanagloriaba de su obra. Por el contrario, ante alguna pregunta al respecto respondía recatadamente: “Era lo que correspondía hacer”.


¿Ha oído hablar de María Edwards McClure? Sí, claro, hermana de Agustín Edwards McClure, fundador de El Mercurio de Santiago y, por lo tanto, tía abuela de su actual propietario, Agustín Edwards Eastman. Muy pocos saben de ella, aunque quizás sea la que merezca el mayor reconocimiento de esta poderosa familia, que tanto ha marcado la historia de Chile.

María es una heroína, una de verdad, de aquellas que debiéramos aprender en la escuela, para admirarla y honrarla. Una heroína de la cual el país debiera sentir orgullo. Pero ni su influyente familia ni el Estado se han hecho cargo de que esto ocurra. Como si fuera mejor ignorarla.

María vivía en París cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Viuda, aristocrática, rica, no tendría por qué haberse involucrado en los horrores de aquellos días. Sin embargo, puso en riesgo su vida para salvar a niños judíos que llegaban al hospital Rothschild y que ella escondía en su capa de enfermera, cambiando su destino y evitando que fueran llevados a un campo de exterminio. Nunca se sabrá a cuántos logró librar del infierno nazi, pero sí se sabe que fue detenida y torturada por la Gestapo, negándose a confesar sus acciones para proteger a sus contactos y, sobre todo, la integridad de aquellos niños y niñas, condenados por haber nacido judíos.

En 1957, el gobierno de Francia la condecoró como Caballero de la Legión de Honor y, en diciembre de 2005, gracias a las gestiones de algunos de esos niños de entonces, Israel le otorgó el título de “Justa entre las Naciones”, reconocimiento entregado a quienes –más allá del peligro– ayudaron a las víctimas del Holocausto.

Es muy probable que sin estos homenajes la historia de María seguiría oculta. Como suele ocurrir con los verdaderamente grandes, ella no se vanagloriaba de su obra. Por el contrario, ante alguna pregunta al respecto respondía recatadamente: “Era lo que correspondía hacer”.

[cita tipo= «destaque»]María vivía en París cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Viuda, aristocrática, rica, no tendría por qué haberse involucrado en los horrores de aquellos días. Sin embargo, puso en riesgo su vida para salvar a niños judíos que llegaban al hospital Rothschild y que ella escondía en su capa de enfermera, cambiando su destino y evitando que fueran llevados a un campo de exterminio.[/cita]

Su bisnieta María Angélica Puga Phillips decidió ganarle al olvido y sacar a María del closet. Después de un trabajo de varios años, acaba de publicar Buscando a María Edwards, un relato no solo de sus acciones en el París ocupado por los nazis sino también de cómo la autora logró desentrañar una historia familiar que pertenece a todos.

El libro se presentó el miércoles 27 de enero, Día Internacional de Conmemoración en Memoria de la Víctimas del Holocausto, en la Universidad Católica. Durante el acto, el rector de la UDP, Carlos Peña, se preguntaba qué misterio mueve a una persona a actuar como lo hizo María y tantos otros “Justos”. No basta una ideología, ni la fe en un dios, ni una determinada educación. Todas estas categorías son insuficientes para develar este enigma. Enfrentados al horror, muchos cierran los ojos y se dejan llevar por el “vendaval de la historia”, como dijo Peña. Son los que, más tarde, se escudarán en que siguieron órdenes, que no supieron lo que pasaba. Sin embargo, hay otros que –como María– no soportan la existencia sin ser fieles a su condición humana, al mínimo ético que, por encima de cualquier creencia y del miedo inevitable, obliga a proteger al prójimo, sea quien sea.

Hay muchas María en todo el mundo. La mayoría son anónimas y seguirán siéndolo. Me tocó conocer a varias durante la dictadura, mujeres que sin importar su condición social y los riesgos existentes, escondieron y ayudaron a los perseguidos.

En estos tiempo, cuando el mundo vive tiempos de oscurantismo, con miles de refugiados vagando sin rumbo, confío en que alguna María los protegerá bajo su capa. Mi hermana Katerine no tuvo esa suerte, su rastro se pierde en 1944 en Theresienstadt, el campo de concentración checo.

Como dice la medalla que reciben los “Justos entre las Naciones”: “Quien salva una vida salva al Universo entero”. Para tenerlo presente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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