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El desafío del nombrar: contribución de Gabriela Mistral a los debates del Chile contemporáneo


Nos encontramos en un momento crucial en la lucha por el reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres y las comunidades de lesbianas, gays, trans e intersex (LGTBI) en Chile. No solo se está intentando avanzar en materia de derechos sexuales y reproductivos de las mujeres –despenalizando tres causales de interrupción voluntaria del embarazo–, sino que se plantea también el derecho a la adopción por parte de parejas homoparentales.

En este contexto, la vida y obra de Gabriela Mistral ofrece un rico legado para sofisticar y humanizar estos debates. 

No hay duda que Gabriela Mistral amó a mujeres (hay testimonio de ello en sus cartas a Doris Dana). Tampoco hay duda que amó a hombres (sus cartas a Miguel Magallanes Moure son expresivas, en este sentido). Los documentos mencionados son fuentes distintas a su obra poética; se enmarcan en un conjunto de “criterios de verdad” que no se exige ni son necesariamente pertinentes a su corpus literario.

La vida y obra de Gabriela Mistral ponen en el tapete un punto clave: cómo ‘nombrar’ estilos de vida diferentes y, sobre todo, deseos diferentes. Con su poesía, ella construyó un lenguaje propio, capaz de constituirse en el tiempo en un rico microcosmos de formas de nombrar y de ser. Poemas como “Éxtasis”, “La Extranjera”, “La Otra”, “La Bailarina”, “La flor del aire”, y el libro Poema de Chile, nos permiten acceder a un ejercicio vivencial de exploración del cambio en el ser humano, especialmente mujeres, cambio en su deseo y en su conciencia, y advertir cómo estos cambios son percibidos y vividos por la sociedad.

Hay un profundo trabajo ético-estético en su obra, que ofrece la posibilidad de vivir en su poesía –y así experimentar y conmoverse por ello– los complejos y contradictorios lugares humanos a los que nos lleva el deseo de ser libre y consecuente. Por ello, la dicotomía planteada en una reciente nota de Radio Zero (“Gabriela Mistral: En Chile la prefieren loca en lugar de lesbiana”) es poco feliz, ya que nos pone ante una falacia, como si loca y lesbiana fueran antípodas. Esto es, nos impone una mirada de blanco o negro, de amigo o enemigo, incapaz de procesar la complejidad y la riqueza de la vida humana. Esa nota resumía una más larga –y más fina– de la BBC, publicada unos días antes.

[cita tipo=»destaque»]En una coyuntura tan importante de la lucha por los derechos de las mujeres y las comunidades LGTBI, es importante reconocer que lo que se puede decir (y ser) hoy no es lo que pudo vivirse en la era en que se desarrolló la vida de Gabriela Mistral. Su obra representa la huella escritural de esa vivencia, una memoria histórica que da testimonio de lucha y resistencia.[/cita]

La vida y obra de Mistral nos invitan a ampliar el registro de nuestras formas de entender las experiencias de vida de la diversidad, incluyendo la sexual. El quedarnos con un solo “mote” nos quita la posibilidad de acceder al potencial crítico y desestablilizante, que nos dejó la mujer que se llamó a sí misma Gabriela Mistral. En su poesía, Mistral usa la palabra “loca” durante toda su vida para nombrarse en el desborde de su deseo, de su delirio, de su goce. Este desarrollo culminó en la sección “Locas mujeres” del libro Lagar, donde Mistral nos presenta mujeres impactadas por su vida y destino “loco”. Por ello, no corresponde oponer “loca” a “lesbiana”, sino pensar “loca” y “lesbiana” de manera contigua, sin la necesidad de escoger entre un “bando” u otro.

Como autora, Mistral inventó nuevas formas de nombrar, así ampliando y flexibilizando nuestras consciencias. Incluso mediante su pseudónimo llamó la atención sobre este punto, siempre subrayando que las palabras y formas que existen no daban abasto: “No le den el nombre de su bautismo”, nos dice en “La Bailarina”. En “la “Extranjera” canta con voz autoficcional que “ha amado con pasión de que blanquea,/ que nunca cuenta y que si nos contase / sería como el mapa de otra estrella”. ¿Cuál será ese mapa? ¿Dónde quedará esa estrella? Resulta impresionante que la primera poeta Premio Nobel de lengua hispana estuviera planteando de forma tan vanguardista una problemática que en Chile y el mundo aún no aparecía en el mapa. Su pasión era de otro mundo, de otra era.

Junto con ello, la poesía de Mistral se constituye en un campo de resistencia al nombre impuesto desde afuera y como norma. Da ejemplo de cómo ser creativa e inventar nuevas identidades –flexibles, capaces de cambiar en el tiempo– y al mismo tiempo reflexionar sobre ello. En “La Bailarina” nos permite acercarnos a un proceso de toma de conciencia y liberación de una mujer-bailarina, y la voz autorial nos advierte: “El nombre no le den de su bautismo. / Se soltó de su casta y de su carne /sumió la canturia de su sangre / y la balada de su adolescencia.” En este poema, junto con mostrar el poder de la creatividad, apela a nuestra propia conciencia, pidiéndonos que no la fijemos en su búsqueda, que no la congelemos en la ‘prisión del lenguaje’ (la ‘Ley del Padre’ a la que aludirá años después Lacan), que la dejemos libre.

Gabriela Mistral construye a través de sus poemas mundos poéticos que nos permiten explorar los límites de nuestra propia experiencia de humanidad en momentos de cambio, autoexploración, momentos límites cuando nos encontramos más vulnerables como seres humanos. Logra esto mediante el lenguaje, y nos hace reflexionar críticamente sobre nuestros propios actos cotidianos, incluyendo el de nombrar. Así, nombrar en la poesía de Mistral se vuelve un acto plural y abierto, creativo, contrario a palabras unívocas que, como etiquetas, fijan y nos vuelven uniformes, intercambiables, como cajitas.

En su vida, ella evitó a toda costa estas etiquetas, ya sea como ícono o como ‘ñoña’. Con ironía, decía que no quería volver a Chile para que le adjudicaran el mote de “la Gabi”. Tenía muy claro que el nombrar constituye un acto de poder y dominio, una posibilidad de ejercer violencia y ‘hacer calzar’, facilitando así la administración de un mundo más ordenado y “normal” producto de un tipo de modernidad que tiende hacia el totalitarismo y el autoritarismo –algo que conocemos bien en Chile–. Esto es, para Mistral nombrar constituye la antípoda de su “locura”, del goce infinito que siente desde niña para con la naturaleza, el viento norte, las bestezuelas, hierbas, la Tierra, el mar, y también sus amantes.

Entonces, ¿cómo nombrar a Mistral? ¿Qué está en juego cuando nosotros queremos nombrarla? Nombrar implica identificar, y la identidad significa por definición algo fijo: yo soy idéntica a mí misma. Ante el Estado tengo un nombre y un número de identificación que no cambia hasta mi muerte (basta con mirar las luchas que tienen las/los compañeras trans/intersex). Tradicionalmente, en Chile y en el resto del mundo, nombrar ha sido una forma de poseer y dominar, un intento de convertirnos en cuerpos dóciles. Gabriela Mistral a través de su poesía y vida –que hizo itinerante y fuera de Chile– da testimonio de una porfiada resistencia en contra de este tipo de dominación e imposición de normas. Su vida y obra nos obligan a cuestionarnos nuestro propio deseo de nombrar y de etiquetarla finalmente con un apodo claro y preciso, de domesticarla.

El desafío que nos deja Gabriela Mistral con su nombre (que, recordemos, es un pseudónimo), con su vida y con su obra, radica en cómo no borrar su lucha en contra de la norma dominante. Cómo no dejar en el olvido la vulnerabilidad y la ternura con que ella resiste la prohibición, y el dolor y goce experimentado en el proceso vivencial de la transgresión. Esto es, cómo no subsumir la consciencia de la carne y el deseo en un solo nombre, en una sola identidad.

En una coyuntura tan importante de la lucha por los derechos de las mujeres y las comunidades LGTBI, es importante reconocer que lo que se puede decir (y ser) hoy no es lo que pudo vivirse en la era en que se desarrolló la vida de Gabriela Mistral. Su obra representa la huella escritural de esa vivencia, una memoria histórica que da testimonio de lucha y resistencia.

Entonces, ¿cómo nombrar y leer críticamente a Gabriela Mistral hoy en Chile, de manera que aporte a los debates que nos ocupan? Ese es el desafío ético-estético ante el cual nos encontramos: elaborar un discurso inclusivo, capaz de abarcar la multiplicidad de “locuras” que nos deja Gabriel Mistral, incluyendo su deseo sexual. Se trata de lograr enunciar un discurso atento a la divergencia y la diversidad, que no deje fuera la lucha en contra de un nombre como identidad unívoca. Esto es, un discurso que no recurra a dicotomías simplistas y, en definitiva, falsas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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