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Ni unidad ni verdad ni reconciliación

«Y vamos para el tercer día de duelo oficial y homenajes al Presidente que hace 26 años nos prometió unidad, verdad y reconciliación, pero hizo lo necesario para que hoy no hubiera ninguna de las tres cosas».


Escribí en 2013 un libro, «Ni Verdad Ni Reconciliación», que se pone de actualidad a raíz del fallecimiento de don Patricio Aylwin. A todo esto ¡qué contraste entre estos tres días de duelo oficial a todo bombo con las exequias casi clandestinas del Presidente que encabezó la salvación de Chile y su transformación en un país citado en todas partes, gracias a él, como ejemplo de paz y prosperidad!

Hoy comprobamos que en 1973 los políticos democráticos, en medio del pánico que los invadía ante la inminencia del golpe marxista, “sacaron las castañas del fuego con la mano del gato”. Pero han terminado castigando al gato.

Pues uno de los episodios más retransmitidos en estos días de duelo oficial fue la parte del discurso de Aylwin en el Estadio Nacional, tras desatarse las pifias ante su mención a la igualdad de civiles y militares, cuando él, enérgica y estentóreamente, retrucó: “¡Sí, señores, civiles y militares, porque debe haber unidad de todos los chilenos!”

Lástima que él fue el primero en quebrantar ese ideal propósito, poniendo en el banquillo de los acusados a los militares, indultando a los terroristas autores de hechos sangrientos y creando la sesgada Comisión Rettig para denostar y sacrificar ante la faz del país y del mundo a los primeros, haciéndolos cargar con el mote sempiterno, que hoy, sin ir más lejos, recoge “El Mercurio” en su primer editorial, otra vez, al cargarles “la pesada realidad de las inadmisibles violaciones a los derechos humanos”.

Sólo Sebastián Piñera traicionó a los militares con mayor impudicia que Patricio Aylwin. Pues este último, no bien estuvo instalado en La Moneda en 1990, formó la comisión destinada a juzgarlos por su acción en la lucha contra la guerrilla de extrema izquierda, mientras indultaba generosamente todos los delitos de esta última, por sangrientos que fueran. Jaime Guzmán fue asesinado por la subversión marxista por, justamente, criticar ese perdón de Aylwin a los terroristas, que demandó una reforma constitucional en favor de la cual no faltaron, por supuesto, los votos de derecha para aprobarla.

La Comsión Rettig fue tan sesgada que no prestó siquiera atención a los cinco tomos de información sobre crímenes terroristas de izquierda que le aportó el Ejército. La Comisión ni siquiera los leyó. Y no fue capaz de sindicar a la extrema izquierda como autora de las muertes que perpetró, sino que las atribuyó a unos innominados “particulares actuando por motivos políticos”. Así pagó Aylwin los votos de izquierda que le dieron el triunfo en 1989. ¿Qué había sido del “enorme poder militar de que disponía el gobierno (marxista) y con la colaboración de no menos de diez mil extranjeros que había en este país pretendían o habrían consumado una dictadura comunista”?, como lo denunciaba cuando defendía al Gobierno Militar inmediatamente después del 11. Pronto olvidó su agradecimiento, ya perdido el miedo. Después hasta olvidó lo que había dicho y lo negó, atribuyéndolo a un infundio del “Libro Blanco” sobre la intervención militar. Lástima que había quedado grabado, filmado y subido a YouTube.

En efecto, la “unidad de civiles y militares” defendida a gritos por Aylwin en el Estadio Nacional en 1990 se quebró cuando él mismo, en representación de los primeros, traicionó, discriminó y criminalizó a los segundos, tarea sórdida en la cual el primer paso lo dio la Comisión Rettig.

Fue tan ostensible su sesgo que, aparte de no nombrar a los grupos armados de extrema izquierda (todos sus partidos los tenían, según la confesión de Altamirano a Patricia Politzer en el libro “Altamirano”), atribuyó sus asesinatos a “particulares obrando por motivaciones políticas”, pues de lo que se trataba era de no tocar ni siquiera con el pétalo de una rosa a la ex UP, a los que habían intentado la toma del poder por las armas.

Tanto fue así que la Comisión Rettig sólo se dignó reconocer a 175 muertos a manos de esos “particulares”, revelando que ni siquiera miró los cinco tomos que le aportó el Ejército dando un detalle de la violencia izquierdista. Como “la mentira tiene patitas cortas”, cuando el propio Aylwin formó otra Comisión, la de Reparación y Reconciliación, ésta tuvo menos apuro político por sentar a los militares en el banquillo y comprobó que los “particulares actuando por motivaciones políticas”, léase guerrilla marxista, habían matado 423 personas, y así lo publicó, poniendo en evidencia el sesgo de la Rettig.

Pero la publicidad puede más y hasta hoy los 3.197 muertos de los casi 17 años de Gobierno Militar se los cargan a éste. Acabo de ver en la TV a Enrique Krauss hablando del “asesinato del padre Jarlan”, que también se lo cargan, en circunstancias de que ese sacerdote, en los años ’80, leía los Evangelios en un segundo piso de una población donde la izquierda provocaba desmanes, por completo ajeno a ellos, cuando una bala al aire disparada por un carabinero en la calle, tras rebotar en una rama de árbol y en un muro, entró por la ventana de la pieza de Jarlan y le dio accidentalmente en la cabeza, según comprobó después la investigación judicial. Pero quedó lo del “asesinato del padre Jarlan”.

Hoy el pueblo chileno agradece a Aylwin durante los tres días de duelo nacional que no se reconoció a Pinochet, pero estamos cada vez más lejos de la unidad, la verdad y la reconciliación. Cada día ingresan más Presos Políticos Militares discriminados y víctimas de la prevaricación a cumplir condenas inicuas, porque no fueron perdonados igual que los terroristas, porque no se les aplican las mismas leyes procesales que a los demás chilenos y carecen del sistema garantista que rige para éstos; porque, para condenarlos, se inventa un delito no probado u otro que, si usted lo busca en nuestra legislación, no lo encontrará en ninguna parte (de “lesa humanidad”, establecido por una ley de 2009, que por añadidura dice que no se aplicará a hechos anteriores a ella.)

Y vamos para el tercer día de duelo oficial y homenajes al Presidente que hace 26 años nos prometió unidad, verdad y reconciliación, pero hizo lo necesario para que hoy no hubiera ninguna de las tres cosas.

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