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La disputa del coaching desde la mirada freudiana


El silencio epistolar entre Humberto Maturana y Fernando Echeverría durante el mes de marzo fue la antesala al nacimiento de un interesante libro que, lejos de ponerle paños fríos a la polémica del coaching, aviva el debate: Ontología del Lenguaje vs Biología del Amor.

Mientras este libro se fraguaba, engañé al otoño leyendo la biografía de Sigmund Freud escrita por Élisabeth Roudinesco y, como declarado jungiano, debo reconocer que en varios momentos me imaginé que la disputa ontológica era una sustitución de la compleja relación entre el patriarca del psicoanálisis y sus queridos discípulos.

En una fascinante Viena de fines del siglo XIX y en un precipitado período de entreguerras mundiales se desarrolla esta biografía, donde aparte del neurólogo vienés y sus connotados discípulos, desfilan personajes de la talla intelectual y moral de Albert Einstein y Thomas Mann, mientras en las sombras crece la siniestra figura de Adolf Hitler y sus perversos discípulos.

El libro de Roudinesco muestra el auge y desarrollo de una disciplina que sobrevive dos guerras mundiales, feroces disputas entre sus sucesores y los horrores de la persecución a los judíos en Europa.

Entre capítulos, para volver a los rigores de marzo, compré El árbol del vivir de Humberto Maturana y Ximena Dávila y el ya mencionado libro de Echeverría, lo que inevitablemente me hizo ver nuestro debate intelectual criollo con otra mirada.

Y es que, a los ojos de Freud, cualquier discípulo que no se alineara con él y sus teorías era (mal) interpretado como producto de un complejo de Edipo no elaborado. Discutir las teorías freudianas eran para el patriarca de Viena un asesinato al padre… nada muy lejano a lo que reclama Echeverría de Maturana.

Aquí, transcribo textualmente:

«Sabemos que Humberto Maturana no acepta de buen grado que un término que él ha utilizado pueda ser tomado para conferirle un sentido o una aplicación diferente de la que él le asignara. Cuando ello sucede, muestra su intolerancia y suele acusar a quien lo hace de desarrollar esta concepción ‘a su arbitrio'».

Si bien esta podría ser entendida como una demanda del hijo-discípulo al patriarca, lo interesante es que este padre, a diferencia del de Viena, niega la paternidad. Es más, Maturana es un acérrimo opositor al patriarcado.

A diferencia de Freud, cuya pareja vivió prácticamente en el anonimato intelectual, Maturana destaca una y otra vez que su Árbol del Vivir es una obra conjunta que nace a partir de las preguntas que Ximena Dávila le realizó sobre sus teorías.

Ya entrando en las primeras páginas de este libro, son notorias las diferencias estilísticas de los biólogos-culturales y debo confesar que leer el prefacio de Ximena fue un bálsamo después de leer el de Humberto, el que me dejó asombrado por su cripticismo. En algunos párrafos me sentí como un impaciente Hobbit esperando la respuesta de Barbol.

[cita tipo=»destaque»]Lo extraño es que, pese a la tranquilidad que le ha dado la biología del amor, Maturana de manera sutil se dedica a desmentir lo ontológico y a afirmar lo epistemológico, tal cual lo hiciera Freud con las nuevas ideas de sus discípulos. Pero al final de su prefacio el doctor me dejó pensando, pues agradece a su maestro John Zachary Young por “mostrarme que sin audacia no hay creatividad, porque para decir algo nuevo hay que cambiar el lenguaje”.[/cita]

Este reconocimiento me pareció notable, pues tal vez, al igual que Sigmund, Humberto ha creado un nuevo lenguaje al que yo me adentro como un lego, mientras en las páginas de Freud y Echeverría nado a mis anchas.
¿Habrá creado Maturana un nuevo lenguaje?

Sinceramente recién me estoy adentrando en su obra y estoy lejos de ser un experto, cosa muy distinta a lo que me pasa con Echeverría, de quien me he leído varios libros y papers con bastante placer y agrado.

Entonces… como buen jungiano… ¿me habré puesto inconscientemente de parte del discípulo que no acepta la autoridad del padre?

El prefacio de Maturana, “Yo, Biólogo-Cultural”, es muy freudiano y al igual que el patriarca del psicoanálisis –quien atribuye su inquebrantable fe en sí mismo al favoritismo de su madre por él– el doctor agradece a su madre “el que me haya dado tanto de mamar como para después jamás dudar de mí”.

Ximena Dávila hace el mismo ejercicio y en su prefacio también destaca a sus padres, su historia y su infancia… algo que no me esperaba de dos biólogos-culturales.

Entonces, así como Freud, amante de los enigmas y las intrigas, fue capaz de dudar –y equivocarse– de que Shakespeare fuera el autor de su obra y de cuestionar lo incuestionable en los más diversos ámbitos, a mí me da la impresión de que a nivel inconsciente Ximena Dávila es la Yoko Ono de Maturana.

No sé si la biología del amor sea científica o filosóficamente correcta, pero lo que me queda claro es que el doctor parece feliz y que los discípulos, al quedarse sin uno de sus líderes, han corrido dispar suerte.

Lo extraño es que pese a la tranquilidad que le ha dado la biología del amor, Maturana de manera sutil se dedica a desmentir lo ontológico y a afirmar lo epistemológico, tal cual lo hiciera Freud con las nuevas ideas de sus discípulos.

Tal vez Echeverría sea el Paul McCartney de esta disuelta banda de coaches ontológicos… no lo sé… pero lo que tengo claro es que esta disputa es sana y necesaria, pues las semejanzas y las diferencias abundan, y es bueno ordenar la despensa mental.

Después de este debate está claro que la Ontología del Lenguaje corre por un carril y la Biología del Amor por otro y que de ambas corrientes se puede aprender si uno se lo propone.

Por afinidad, me siento más cómodo con el pragmatismo de Echeverría, pragmatismo que hará precisamente que otras personas se sientan más cómodas con la búsqueda del entendimiento de Maturana.

Y aunque a algunos les moleste el “versus” divisorio que Echeverría delimitó entre una escuela y otra, es una frontera necesaria para salir del caos y la confusión y seguir avanzando en una profesión que necesita límites más claros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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