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Sacarte los ojos para no verme en tu mirada


En los últimos días nuestro país ha sido remecido al ser testigo del ataque violento y despiadado a una mujer a la cual se le han arrancado los ojos. Esta acción cruel y destructiva nos debe hacer reflexionar acerca de por qué ocurre este tipo de violencia y las características del llamado femicidio, al cual nos hemos visto enfrentado en los últimos años, con casos brutales y acciones dignas del guión de una película de terror. ¿Qué lleva a sujetos aparentemente normales o motivados por un “amor profundo” o por celos irrefrenables a agredir a una mujer?

La prensa ha recogido profusamente esta noticia. Sabemos que no es el primer acto de violencia y lamentablemente no será el último. La atención mediática ha relevado este suceso y lo ha puesto en la escena pública. Sin embargo, si no tenemos conciencia sobre cuáles son la bases ideológicas por medio de las cuales se legitima subterráneamente esta violencia contra las mujeres, esta preocupación de los medios será solo farándula.

Por supuesto que tenemos que considerar la psicopatología como un elemento crucial en la manifestación de estos actos, pero que sin embargo se sostienen, además, debido a conflictos estructurales del acontecer humano: la agresión como un constituyente de las relaciones humanas y parte del malestar cultural; un discurso patriarcal que considera a la mujer como un bien de uso e intercambio; la mujer como una entidad otra, extraña a lo masculino.

[cita tipo=»destaque»] Esta violencia es producto de un discurso cultural que la legitima, el cual crea los espacios y canales para que la agresión se vehiculice y se exprese. Debe, por lo tanto, ser sacado de un acto puramente individual y privado y asumirse como una responsabilidad colectiva y, por lo tanto, social y política.[/cita]

Es por eso que desde el psicoanálisis una pregunta pertinente es: ¿a quién agrede ese hombre?, ¿qué es esa mujer para el agresor?, ¿qué es ese cuerpo que se presenta como un otro de sí mismo? También lo podemos referir a cómo el malestar cultural se expresa en un “malestar entre los sexos”, especialmente hoy en que cualquier intento de sostener una identidad natural entre lo sexual, cuerpo y género está siendo puesto en crisis como verdad obvia y absoluta.

El femicidio entonces y la agresión a la mujer no resultan de una condición natural o instintiva propia de los roles asociados a “ser mujer” o “ser hombre”, ni tampoco puede ser entendido como solo un “acto privado” que podría ocurrir en la intimidad del hogar o de una relación. Esta violencia es producto de un discurso cultural que la legitima, el cual crea los espacios y canales para que la agresión se vehiculice y se exprese. Debe, por lo tanto, ser sacado de un acto puramente individual y privado y asumirse como una responsabilidad colectiva y, por lo tanto, social y política.

Por ello, urge pensar en cómo trabajar preventivamente, no solo en la necesaria acogida de las víctimas, en el desarrollo de espacios terapéuticos y de soporte, sino fundamentalmente en la instauración de un discurso que desmonte toda legitimidad de esta violencia. En el desarrollo de una voz, que se construya desde un lugar propio, diferenciándose de toda autoridad o amo, función del actual discurso patriarcal y machista.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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