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Patrones para desarmar: feminismo y feminicidio

María Isabel Peña Aguado
Por : María Isabel Peña Aguado Profesora titular del Instituto de Humanidades de la Universidad Diego Portales
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Mientras en las universidades discutimos sobre teoría feminista, posfeminismos o sobre la necesidad o exclusión de las mujeres en el feminismo, la violencia contra ellas parece arreciar cada vez con más fuerza. Mueren y son atacadas mujeres casi a diario –y no solo en Chile– de todo tipo y condición. Ya no importa si lo son por biología, como Nabila Rifo, o por elección, como Litzi Odalis Parrales. El caso es que hay un encono y una saña que parecen volverse contra lo femenino y la feminidad sin que lleguemos a saber qué definen exactamente esos conceptos.

Y por mucho que la dialéctica del patriarcado se empeñe en reflejarlas en un patrón común, la praxis nos muestra a diario la gran variedad de mujeres existentes en el mundo así como las formas diferentes de estar como mujer en ese mismo mundo.

Ese patrón común, que nos estandariza, es más que “un modelo que sirve de muestra para sacar otra cosa igual”, tal y como nos informa el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. El patrón es, en otra de las acepciones, el señor, el dueño y protector, justamente el señor que da las pautas de lo que debe ser lo femenino para poderse ver –una y otra vez– reflejado en su señorío y masculinidad. Son esos reflejos, repetidos e intensificados, los que enloquecen con su luz artificial e ilusoria a agresores –y a veces incluso a las mismas víctimas– haciéndoles creer que el cuerpo, la mente y la vida de las mujeres son pertenencias de las que pueden disponer a su antojo. De ahí que cada acto de voluntad e independencia por parte de ellas se entienda como un acto de rebelión que debe ser cortado de raíz antes de que prospere. ¿Afirmaciones exageradas?

Es cierto que desde los primeros movimientos de liberación de las mujeres se han hecho grandes conquistas. Las leyes nos han igualado en derechos a los varones, incluso reconociendo las diferencias. No se nos discute el derecho a una formación, aunque siga habiendo campos de conocimiento considerados poco apropiados para una mujer. Ni al trabajo remunerado, si bien está peor pagado que el que realizan los varones. Ni a la independencia social y de movimiento que podemos conseguir a través a él. Pero sí se nos objeta el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo y la libertad de disponer de él como queramos, por eso el aborto debe penalizarse. El mismo patrón, dueño y protector, decide que el cuerpo es femenino, dispuesto a ser poseído, sometido, compartido o domesticado según voluntad y antojo.

[cita tipo=»destaque»]Es indispensable que se terminen las complicidades, la convicción de que el cuerpo de las mujeres es un bien común del que disponer. El desarme de estos patrones empieza por no permitir ni piropos –acoso encubierto– ni comentarios discriminatorios en la vida diaria.[/cita]

De poco sirven las leyes si se mantienen y consienten –incluso por parte de las instituciones– conductas como las de los alumnos del Internado Nacional Barros Arana que acosan e insultan –al parecer hasta ahora con total impunidad– a las adolescentes del Liceo Nº 1 Javiera Carrera que recientemente han denunciado con una marcha esta situación intolerable. Para terminar con estos patrones hace falta algo más que una legislación potente. Se necesita además una concienciación así como un cambio radical de mentalidad por parte de los varones, dispuestos a romper, ellos también, con una estructura y patrones patriarcales que igualmente les somete a ellos.

Es indispensable que se terminen las complicidades, la convicción de que el cuerpo de las mujeres es un bien común del que disponer. El desarme de estos patrones empieza por no permitir ni piropos –acoso encubierto– ni comentarios discriminatorios en la vida diaria. Debería además terminar con esas imágenes que alimentan las ideas de que el más macho y poderoso se las lleva a todas. Cada uno y una de nosotros podemos evitar, ya con nuestra actitud, que no haya más Nabilas ni Litzis. Todos y todas somos responsables de que la misoginia y el feminicidio no acampen a sus anchas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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