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Salmones, gorilas y leones Opinión

Salmones, gorilas y leones

Adriana de la Garza
Por : Adriana de la Garza Cientista política
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¿Por qué algunas personas creen que es evidente que la muerte de un humano es más trágica que la de dos leones y un gorila y una pérdida mayor para el mundo? ¿Por qué creemos que es evidente someter a millones de salmones a tanto sufrimiento, con tal de satisfacer nuestros paladares?


En las últimas semanas tres incidentes llamaron la atención de la opinión pública: la muerte a gran escala de animales marinos en el sur de Chile; el sacrificio de dos leones en el zoológico de Santiago y la muerte de un gorila a manos de sus cuidadores en la ciudad de Cincinnati, Ohio. El factor común es que los tres son consecuencia de la dominación humana sobre otros animales.

Los factores que llevan a un sometimiento destructivo son muchos: el crecimiento de la población de homo sapiens; la expansión de la agricultura; las granjas industriales; la urbanización; las industrias extractivas; la tala comercial de bosques; el comercio y transporte de miles de especies animales; la extracción y el uso de agua dulce; así como la alteración y la contaminación de los hábitats de otros animales.

Sin embargo, estos sucesos están vinculados a dos de las formas de sumisión más crueles que existen: el secuestro y posterior aprisionamiento –sinónimo de cautiverio– de animales salvajes en las cárceles llamadas zoológicos en el caso de los leones y el gorila; así como la reproducción, hacinamiento, explotación y matanza de millones de salmones. La muerte de los otros animales marinos en libertad en las costas del sur de Chile son daños colaterales de la industria salmonera.

Detrás de la deshumanización de los otros animales existen grandes factores económicos. El sociólogo David Nibert, en el 2012, acuñó la teoría de la opresión de los animales.

Nibert plantea que el factor motivante es la persecución de intereses económicos egoístas: la competencia por el uso de la tierra; el uso de los otros animales como recursos alimenticios; vestimenta; muebles; entretenimiento y herramientas de investigación, como en el caso de la vivisección. Pero Nibert va más allá y afirma que la explotación de otros animales principalmente ha servido para incrementar las fortunas de las elites terratenientes, mercantilistas y capitalistas.

En Chile la explotación de salmones está a cargo de capitales privados nacionales y trasnacionales vinculados a multinacionales farmacéuticas. El rol de estas últimas es clave en una de las formas más nocivas de la acuicultura, ya que la producción salmonera requiere del uso de vacunas, antibióticos y pesticidas para controlar las enfermedades y parásitos que son exacerbados por las altas densidades necesarias para hacer rentable este negocio.

Los salmones de granja son tratados con antibióticos a través de baños y alimentos medicados. Por ley existe un periodo de abstinencia –un número de días entre el último uso de antibióticos y la “cosecha” de los salmones– que debe cumplirse para que los residuos de antibióticos alcancen niveles seguros para el consumo humano.

Criar peces carnívoros como los salmones requiere de un alto porcentaje de proteína en el alimento, derivada de peces silvestres. Se utilizan más kilogramos de peces silvestres para criar salmones que el número de kilos de salmones producidos en las granjas. Esta práctica ha mermado sustancialmente los bancos de peces marinos, a la vez que ha favorecido los intereses de la industria extractiva de la pesquería.

Altos grados de mortandad, enfermedades e infestaciones de parásitos son muy comunes en las granjas salmoneras. De acuerdo a estudios del World Wildlife Fund y la Humane Society de Estados Unidos (HSUS), las deformidades en este tipo de peces, así como las heridas causadas por el hacinamiento, son tan regulares que hasta el 50% de los salmones están ciegos. Este problema ni siquiera es planteado, ya que los peces ciegos generan las mismas ganancias para los acuicultores que los videntes.

Debido a que los salmones están diseñados por la naturaleza para navegar inmensas distancias en los océanos y ríos, y requieren de hacer uso de todos sus sentidos, muchos de los salmones de granja se desquician por el hacinamiento. El encierro hace que los salmones se golpeen unos contra otros en las orillas de las jaulas, ocasionándose ulceras y heridas en sus aletas. No obstante, los acuicultores hacinan el mayor número posible de peces en el menor espacio posible.

Las granjas salmoneras están tan hacinadas –hasta 50 mil individuos por encierro– que un pez de 76 centímetros pasa su vida entera en el espacio equivalente al de una bañera. En el caso de las truchas salmonadas el hacinamiento es peor: hasta 27 peces adultos en el espacio de una bañera.

Alrededor del 40% de los salmones de granja muere antes de estar listos para el matadero. Aquellos que sobreviven son privados de alimento por diez días, con la finalidad de reducir la contaminación del agua durante el transporte.

Una vez en los mataderos –sí, nada de líneas procesadoras de salmón– los peces están plenamente conscientes cuando sus branquias son cortadas y son dejados aún vivos mientras se desangran. En algunos casos, los salmones son aporreados con un palo de madera, con el fin de atolondrarlos, antes de ser cortados vivos.

No existen regulaciones que aseguren un trato humanitario o compasivo para los peces debido a la idea equivocada de que los peces no sufren dolor. Diversos estudios publicados –Hastein (2003); Sneddon (2015); Broom (2001); Rutherford (2002); Chandroo et al. (2004) y Webster (2014)– concluyen que los peces tienen el sistema nervioso necesario para sentir dolor.

[cita tipo= «destaque»]Debido a que los salmones están diseñados por la naturaleza para navegar inmensas distancias en los océanos y ríos, y requieren de hacer uso de todos sus sentidos, muchos de los salmones de granja se desquician por el hacinamiento. El encierro hace que los salmones se golpeen unos contra otros en las orillas de las jaulas, ocasionándose ulceras y heridas en sus aletas. No obstante, los acuicultores hacinan el mayor número posible de peces en el menor espacio posible. Las granjas salmoneras están tan hacinadas –hasta 50 mil individuos por encierro– que un pez de 76 centímetros pasa su vida entera en el espacio equivalente al de una bañera. [/cita]

En los últimos dos años, el etólogo de HSUS Jonathan Balcombe y los biólogos marinos Culum Brown (Universidad de Macquarie) y Victoria Braithwaite (Universidad Estatal de Pensilvania) publicaron por separado estudios en los que concluyen que los peces son seres sintientes y emocionales y que claramente sienten dolor.

Estos científicos encontraron evidencias sustanciales de que los peces desarrollan tradiciones culturales; son capaces de reconocerse a sí mismos en un espejo; reconocen a otros peces; reconocen caras humanas; cooperan entre ellos y son capaces de reconciliarse, a la vez que recuerdan sonidos hasta cinco meses después.

Los tres concluyeron que la complejidad mental de los peces está a la par con la de muchos otros vertebrados, al tiempo que existen pruebas de que sienten dolor de manera similar a los humanos.

Culum Brown afirma que el origen del maltrato a los peces radica en la percepción incorrecta de la gente común sobre la inteligencia de los peces y la realidad científica. Esto es de gran importancia porque la percepción pública es la que guía las políticas gubernamentales.

Mark Bekoff (Universidad de Colorado), uno de los etólogos estadounidenses más connotados, sostiene que reconocerle inteligencia a otros animales generalmente influye en la decisión humana de incorporarlos o no a nuestro círculo moral.

Desde una perspectiva de bienestar animal, la mayoría de los investigadores sugieren que si un animal es sintiente debe obtener una manera de protección formal. Reconocer que los salmones son seres sintientes implicaría una serie de mecanismos –para reducir los niveles de dolor y sufrimiento a los cuales son sometidos– que claramente afectarían los intereses económicos de las empresas detrás de esta terrible opresión.

En algunos países, como Reino Unido o Bélgica, hay políticas que regulan el trato a los peces en granjas industriales. Estas políticas han sido impuestas tras conclusiones científicas de que los peces son seres sintientes. Habría que preguntar si los empresarios de las industrias salmoneras en Chile estarían dispuestos a adoptar medidas para reducir mínimamente el sufrimiento de aquellos seres vivos que los han enriquecido.

Los casos de Harambe, el gorila, y los leones Manolo y La Flaquita, sacrificados en los zoológicos de Cincinnati y Santiago, respectivamente, son reflejo de la creencia de que los animales son inferiores a los humanos, por ende, no son parte del círculo moral y no se les debe ninguna consideración en el momento de decidir sobre sus vidas, ya sea para mantenerlos en cautiverio o para matarlos.

Existen varios argumentos por los cuales se justifica la existencia de los zoológicos. Ninguno alude a la cruda verdad de que lo que estos representan es haber tomado animales de sus entornos naturales, transportarlos largas distancias y mantenerlos en ambientes totalmente ajenos, en los que su libertad es severamente restringida.

Algunas de las principales razones para la existencia de estos encierros son la recreación, educación y conservación de las especies en peligro de extinción. Estos argumentos han sido fácilmente desmentidos.

En la sección de ciencia del New York Times del martes 7 de junio, se publicó que las investigaciones científicas continúan revelando la envergadura de nuestra afinidad genética, emocional y cognitiva con los cuatro grandes simios –gorilas, chimpancés, orangutanes y bonobos–, de manera tal que muchos primatólogos admiten su molestia al ver a simios en cautiverio, sin importar lo lujoso o natural que el zoológico sea. En esta misma publicación, el filósofo Peter Singer (Universidad de Princeton) afirmó que la preocupación principal de los zoológicos es que los humanos vean a los gorilas, pero no el bienestar o la conservación de nuestros parientes más cercanos.

Si bien es cierto que todas las especies de simios silvestres están en peligro de extinción producto del dominio humano –la destrucción de sus hábitats, caza ilegal, enfermedades y el comercio de la carne de animales salvajes–, varios estudios han demostrado que mantener en cautiverio a especies en extinción da la falsa impresión de que, como están a salvo, entonces se puede continuar con la destrucción de los hábitats y con la caza furtiva.

Otras investigaciones, Ludwigs (1985) y Kellerts (1989), señalan que los visitantes de zoológicos expresan los prejuicios típicos con respectos a los animales –73% desprecia a las serpientes y 52% a los buitres–, a la vez que solo se detienen a ver a los animales momentáneamente. El visitante promedio solo dedica tiempo a observar a animales bebes o aquellos que piden comida. Las palabras más usadas para describir a los animales son: flojo, sucio, extraño, raro, lindo y chistoso.

El filósofo ambientalista Dale Jamieson (Universidad de Nueva York) concluye que se obtendrían más beneficios educativos si se mostraran películas, documentales, se dictaran charlas o, simplemente, se exhibieran jaulas vacías explicando por qué deben estar libres. Hasta ahora lo que se les ha enseñado a los niños es que mantener a animales aprisionados es éticamente aceptable.

El proyecto Gran Simio, impulsado en la década de los noventa por primatólogos, antropólogos y filósofos morales, busca otorgarles derechos inviolables a los gorilas, orangutanes, bonobos y chimpancés. Las razones para que estos no sean confinados, torturados, tenidos como propiedad o asesinados, están sustentadas en los niveles de inteligencia y conciencia de los simios.

Se ha comprobado el uso de herramientas y el traspaso de cultura entre los grandes simios, así como ciertos tabús culturales que se creían exclusivos de los sapiens, tales como el incesto.

Los animales en los zoológicos son incapaces de realizar las actividades que harían en libertad, como recolectar su comida, hacer sus camas y desarrollar sus estructuras sociales, y los lazos intergeneracionales son rotos cuando individuos son vendidos o intercambiados a otros zoológicos, circos, parques e, incluso, a lugares de cacería. Ned, un elefante asiático que fue confiscado por el gobierno estadounidense al dueño de un circo que lo maltrataba, nació en un zoológico. Sus padres fueron capturados cuando aún eran crías en el sudeste asiático y llevados a un zoológico acreditado que promueve su programa de reproducción de especies en peligro.

A pesar de que los leones gozan de popularidad en los zoológicos, la gran mayoría de ellos son animales genéricos de condiciones híbridas o estados no específicos, por lo que carecen de valor en términos de conservación. Los leones en aprisionamientos presentan graves deformidades óseas, anormalidades conductuales y altos grados de mortandad entre sus cachorros.

David Hancocks, historiador y director emérito de los Futuros Zoológicos, afirma que existe la idea errónea de que los zoológicos no solo están salvando a los animales silvestres de la extinción sino que los están reintroduciendo a sus hábitats naturales. Sin embargo, Hancocks asevera que ningún zoológico ha mantenido contacto alguno con los programas de reintroducción. Los zoológicos gastan millones de dólares en mantener en confinamiento a miles de animales, mientras que los hábitats son destruidos y los animales cazados, porque se carece de fondos para su protección.

Si a todo lo anterior sumamos los hechos de que las muertes de Harambe, Manolo y la Flaquita fueron causadas por errores humanos, son aún más inaceptables moralmente.

Primatólogos de la talla de Jane Goodall, Watt y Frans de Waal han dicho que Harambe estaba protegiendo al niño. Si Harambe hubiese querido matar al niño lo hubiese hecho en segundos con una mordida al cráneo. Las últimas imágenes de Harambe y el niño los muestran tomándose de las manos.

En tanto, Manolo y Flaquita tuvieron que ser azuzados varios minutos para que finalmente fueran agresivos.

¿Por qué algunas personas creen que es evidente que la muerte de un humano es más trágica que la de dos leones y un gorila y una pérdida mayor para el mundo? ¿Por qué creemos que es evidente someter a millones de salmones a tanto sufrimiento, con tal de satisfacer nuestros paladares?

Si hemos desarrollado una afinidad innata por el mundo natural, debemos aceptar que los otros animales son seres sintientes con tendencias psicológicas, biológicas y culturales. Esto implica oponernos al aprisionamiento de miles de animales, con lo cual se les niega sentir lo que es la libertad y vivir en sus hábitats naturales.

Debemos aceptar que los animales son seres vivos cuyo sufrimiento es moralmente importante.

Tenemos que desacreditar el mito del excepcionalismo humano, basado en prejuicios de una superioridad moral que los humanos se autoasignan o lo que el filósofo Richard D. Ryder acuñó como especismo.

Cuando homo sapiens escoge ignorar quiénes son en realidad los otros animales, estamos ignorando la naturaleza y que somos parte de ella.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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