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Todos somos migrantes

Nathalia Cedillo Carrillo
Por : Nathalia Cedillo Carrillo Magíster en Comunicación
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Según Umberto Eco, todo el mundo necesita tener un enemigo. Si no existe, habrá que crear aquel símbolo de rivalidad sobre el cual depositar nuestras debilidades o carencias. En política la construcción del enemigo es una práctica recurrente e imprescindible, porque lo que está en juego es la conservación del poder y la hegemonía, para ello la pugna por imponer una construcción de sentidos se juega en el campo del discurso.

A partir de una frase referida por el ex presidente Sebastián Piñera que hacía alusión a los migrantes como un potencial peligro, se puso en el centro del debate social la temática migratoria. Muchos de los enfoques de las conversaciones, noticias y opiniones en torno a la inmigración se abordaron en términos de invasión, amenaza o al menos, como un problema grave, frente al cual impera una reforma a la normativa legal que regule los flujos migratorios, así también surgieron expresiones que defendían la importancia de la contribución de los migrantes para la economía y la diversidad cultural del país.

Para Teun van Dijk, el análisis crítico del discurso y la manera de cómo opera el racismo en su dimensión simbólica, ha demostrado que el prejuicio es una forma eficaz de dominación social ya que contribuye a construir modelos mentales negativos sobre los Otros (en este caso los migrantes que han llegado para establecerse en Chile) combinada con una representación positiva de Nosotros mismos.

No podemos desestimar la facilidad con que pueden llegar a tomar fuerza en nuestra sociedad, ideas racistas que parten de una táctica discursiva –favorable a ciertas élites- que enfatizan en la polarización. Siguiendo con el planteamiento de Eco, tener un enemigo es funcional para la sociedad, porque nos permite medir nuestro sistema de valores. Los inmigrantes son distintos de nosotros y siguen costumbres disonantes a las nuestras que son “mejores”. Según Van Dijk enfatizar la diferencia es uno de los primeros rasgos del discurso racista, sobre todo cuando se genera desde una valoración negativa. Los inmigrantes son representados como exóticos, con gustos y comportamientos extraños, llamativos por su color de piel, fisonomía, creencias, dialecto, etc.

Otra forma de control social, según Van Dijk, es destacar la perversidad del comportamiento de los Otros, que les lleva a romper y no cumplir nuestras normas y reglas. Las asociaciones infundadas entre delincuencia y migración, son otra forma de manifestación encubierta del racismo y son temas comunes en las conversaciones cotidianas. Cuando estas generalizaciones se legitiman desde los discursos político y mediático comenzamos a atribuir los actos criminales desde lo étnico. Empiezan a resaltar varios tipos de delitos asociados con las minorías y los inmigrantes, principalmente los relacionados con asaltos y drogas.

Otro rasgo del discurso racista es la representación del Otro como un peligro para Nosotros; y este es el detonante de la xenofobia. La adaptación cultural es compleja, pero si concebimos y enfatizamos la presencia de los Otros como un estorbo -porque vienen a quitarnos el trabajo, a cambiar la apariencia de nuestra ciudad, incluso de nuestros genes- y no como una oportunidad para enriquecernos culturalmente y como seres humanos, no lograremos una adaptación pacífica ni constructiva.

[cita tipo=»destaque»]La historia de la humanidad es la historia de la migración. Todos somos migrantes -inmigrantes y emigrantes- dentro o fuera de una nación. Aún quienes digan que jamás se movieron del lugar donde les tocó nacer, porque migrar está asociado a la búsqueda de un mejor futuro, a nuestra constante búsqueda de felicidad, migramos cuando cambiamos de casa, de trabajo, de profesión, de pareja, de ideas, etc[/cita]

La historia de la humanidad es la historia de la migración. Todos somos migrantes -inmigrantes y emigrantes- dentro o fuera de una nación. Aún quienes digan que jamás se movieron del lugar donde les tocó nacer, porque migrar está asociado a la búsqueda de un mejor futuro, a nuestra constante búsqueda de felicidad, migramos cuando cambiamos de casa, de trabajo, de profesión, de pareja, de ideas, etc. Hay quienes tienen razones más dramáticas para migrar, como la desigualdad e inequidad, la pobreza, la injusticia, las catástrofes naturales y la guerra que obliga a millones de personas a desplazarse a otras latitudes, porque corre riesgo la propia vida y la de sus hijos. Movernos es parte de nuestra condición humana, las personas se mueven y buscan mejores condiciones de vida, pero los Estados construyen fronteras, criminalizan y convierten seres humanos en irregulares o ilegales, transformando la dignidad humana en un elemento peligroso.

La actual crisis migratoria está influenciada por la desigualdad extrema y pobreza mundial, así como por una crisis de valores expresada en prejuicio racial, nacionalismo, miedo al otro, a lo diferente, que son visibles en todas las manifestaciones de odio que marcan la pauta del comportamiento social en la gran mayoría de países y que delinean las interrelaciones socio-culturales; la idea de que existen seres humanos más dignos y valiosos que otros gana terreno en sociedades fragmentadas que justifican la exclusión.

Antes de convertir a la xenofobia en norma para relacionarnos con las minorías étnicas o inmigrantes, maximicemos la práctica de la solidaridad. Necesitamos postular la dignidad humana como fundamento de la nueva Ley de Migraciones y sobre todo de la convivencia en nuestra sociedad. Es un ideal que hay que tomar en serio si queremos vivir en paz

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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