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¿Frente Amplio? Desde las Multitudes de Büchi a las rebeldías del MAPU

Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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La constitución del «Frente Amplio» ha sido retratada como una «épica generacional» en medio de una época caracterizada por un «reformismo nihilista». El «déjà vu» es la manifestación jubilosa de un populismo redentor que se combina con ese ‘ímpetu cachorril’ de una ética generacional. Como suele ocurrir aquí abundan imputaciones a favor y en contra de este movimiento que revive un «desbande de pasiones», y nos dibuja una generación enojada con sus padres políticos y a una red elitaria de circuitos institucionales. Sin embargo, no es evidente que el Frente Amplio (FA de aquí en adelante) pretenda perpetuar los mitos y desgarbos de las candidaturas declaradamente alternativas o testimoniales. Debemos recordar que la izquierda institucional rechazó el discurso de Roxana Miranda –y su pobreza fue estigmatizada de mórbida por las estéticas de la modernización- porque nuestra «elite progre» no soportaba la pestilencia de una alternativa popular con demasiado sudor plebeyo. Más allá del «oráculo electoral» -noviembre de 2017- fueron los desgastes de la política institucional (la crisis de las identidades partidarias) aquello que pavimentó el camino para producir un «antagonismo estratégico» que ahora explora vías de autonomización respecto a la clásica «izquierda estatista». En este sentido cobra especial relevancia el movimiento ciudadano «NO + AFP» y ello en virtud de que se trata de una demanda transversal, poli/clasista, que no responde a intereses partidarios o diseños corporativos. En suma, presenciamos el estallido horizontal de una protesta multitudinaria que no obedece a colores ideológicos, y ello pese a que la política implica articulación, contenidos y horizontes compartidos. Lo político comprende esa pregunta liberal por excelencia: ¿cuáles son los mínimos?

Ahora bien, qué perspectiva adopta el Frente Amplio respecto a la cuestión de la AFP. En principio se trata de la apropiación discursiva de un cuestionamiento ciudadano al epicentro de la modernización post-estatal. Aquí protesta el profesor Jubilado, el ex/empleado municipal, el bombero, el zurdo, el facho empobrecido, el vecino y el pariente del bombero, el obrero de la textil y el pequeño empresariado –pasando por un amplio espectro de los grupos medios- en virtud que las «pensiones del hambre» poseen un mortífero efecto estructural. Pero a decir verdad: qué criollismo ha ingresado en una beligerancia con el modelo de turno. Pues bien, se trata de varias cohortes de jóvenes-adultos que se beneficiaron, cuál más cual menos, de la modernización de los años 90’ y buena parte de la generación 2000’. Qué decir entonces de una ciudadanía crediticia que repudia a la clase política y a la sazón anhela la épica del capital -el glamour exitista- y reclama para sí un conjunto de privilegios de la movilidad social en primera y segunda generación durante los últimos 25 años. Cuál es el balance sobre la validación y penetración cultural de la modernización en nuestro tejido social. ¡Esperpéntico escenario¡

[cita tipo=»destaque»] Y ahora bien ¿cómo se puede integrar esta pluralidad de demandas sin banderas políticas? De otro modo, ¿es posible que el FA pueda resolver la expansión que implica la política hegemónica (heterogeneidad de demandas) sin lesionar su base identitaria? He aquí el quid de un ancestral dilema[/cita]

De momento sabemos que se trata de una «ciudadanía líquida» que en el fondo se siente vulnerada porque no quiere retroceder al Chile del 40% de «pobreza mórbida» (1989) y perder los beneficios temporarios de un modelo impulsado en los últimos años de la Dictadura –en el círculo de Hernán Büchi. Esta identidad empoderada, la del Pyme que maneja recursos estacionales y padece un stress de vulnerabilidad, se resiste tenazmente a perder los beneficios de acceso que el «commodity» le ha brindado. En suma, nuestra ciudadanía –cincelada en base a oportunidades y oportunismos- mira con un terror de alta mar el incierto futuro e interpreta que en el mediano plazo padecerá un «empobrecimiento estructural» que le resulta pavoroso: ¿volver a ser pobres? Ocurre que nuestros grupos medios no están dispuestos a descender en la «pirámide social» y todo ello trasunta en una protesta masiva. Aquí no hay lugar para «pobrezas franciscanas».

De paso podríamos enumerar un conjunto de prácticas y ascensos cotidianos, más o menos prosaicos, más o menos peregrinos, propios de una sociedad de servicios. Nuestro mapa cultural comprende ciudadanos globalizados que viajan progresivamente desde hace 20 años a Cuba y vuelven repudiando el modelo, no sólo por el odio fetichista a Fidel sino porque no toleran que no existan recursos básicos, confort o toalla higiénica en alguna casa de la Isla. Las magnitudes nos hablan de una masificación exitosa –y no menos populista- en materia de educación superior, pero abundan los relatos sobre el abandono de la «población callampa». En este contexto irrumpe una «generación carménère» que huye de la ruralidad y visita obsesamente Buenos Aires y no escatima en consumos paisajísticos por la vía crediticia, cuestión que da cuenta de la constitución de un «capitalismo cognitivo». Lo que estaría en juego es la proyección de una conflictividad intergeneracional que obliga a nuestra alicaída clase política a tomar una decisión respecto al talón de Aquiles que representa la AFP para reducir los desbordes de una «conflictividad incontrolable».

Y ahora bien ¿cómo se puede integrar esta pluralidad de demandas sin banderas políticas? De otro modo, ¿es posible que el FA pueda resolver la expansión que implica la política hegemónica (heterogeneidad de demandas) sin lesionar su base identitaria? He aquí el quid de un ancestral dilema. Hace pocos días el dirigente de Revolución Democrática, Sebastián Depolo, señalaba que la nueva coalición (FA) no era estrictamente de izquierdas, abriendo la puerta a un «pastiche ciudadano» que oscila entre «consumidores activos» y despunta en un «fascismo cultural» de ascensos sociales y fracturas aspiracionales. De suyo, aludir ligeramente al ciudadano sin fronteras ideológicas es el cinismo crítico del mercado.

Con todo, los dirigentes del FA entienden que el estatuto horizontal de la protesta social contra el sistema de AFP representa una demanda central que debe ser absorbida para aumentar en representación política y ganar un buen caudal de legitimidad ciudadana. De un lado, esto se refiere a subsumir la extensión de demandas ciudadanas por la vía de una demanda central (¡No + AFP¡) y, de otro, alude a la identidad política que debe vertebrar de modo más vertical la orientación de estas demandas: el «Frente Amplio» se enfrenta a un dilema trascendental. Si asumimos este desafío desde el punto de vista de la extensión de la demandas insatisfechas –poli/clasistas y horizontales- puede ser un recurso interesante abrazar una heterogeneidad de reivindicaciones insatisfechas, pero si lo abordamos desde la perspectiva de la densidad, el FA hipoteca prematuramente su vigor ideológico por la necesidad de articular un acervo general de demandas cada vez más genéricas que, a poco andar, podrían diseminar su identidad. Se trata de dos momentos fundamentales de la política hegemónica, horizontalidad y verticalidad forman parte de una compleja articulación, pero un desliz gramatical (¡ciudadanos sí, zurdos no¡) puede resultar fatal si los ideológicos del FA no resuelven con cierta creatividad una tarea que forma parte de los desafíos primarios de una agenda transformadora.

Por fin, queda pendiente un «forcejeo interpretativo» sobre los sucesos del año 2011. Hoy debemos subrayar con mayor perseverancia que lo sucedido aquel año respondió a una reactivación del «reclamo social». Pero ello no es lo mismo que activar un proceso de politización. Con todo, la dirigencia del Frente Amplio persiste en argumentar que se trató de un cuestionamiento ontológico o estructural a los cimientos materiales, simbólicos y culturales del Chile neoliberal. Lamentablemente la escena fue menos homogénea: nuestra «ciudadanía líquida» que protestó ayer por mayor prevención regulatoria en la educación superior ahora también lo hace contra las AFP’, pero de paso se esmera en atesorar los beneficios de una modernización que la multitud no está dispuesta a fracturar a cambio de nada. Estos son los límites de esa multitud emancipadora. Una «mayoría fáctica» que activa nuevamente el reclamo social, pero que simultáneamente participa de todos los rituales, gratificaciones, ensamblajes y contubernios simbólicos que el mercado ofrece.

Por fin, no vaya a ser cosa que Beatriz expanda su legitimidad electoral con ese discurso beneficiado por la modernización que apela incesantemente al sentido común de la gente y que por momentos nos recuerda el «cosismo» de Lavín. ¿Y quién sabe? Qué pasa si milagrosamente el FA pasa a segunda vuelta y establece un off side que la Nueva Mayoría no podría digerir bajo ningún evento. Ya lo sabemos; el Frente Amplio es una elite en gestación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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